#ADELANTOSEDITORIALES

Los años heridos • Fritz Glockner

La historia de la guerrilla en México 1968-1985.

Escrito en OPINIÓN el

Nadie más podía contar esta historia.

Son más de 20 años los que el historiador Fritz Glockner ha dedicado a entrelazar estas letras que recorren su vida familiar y la exhaustiva investigación sobre los mecanismos de represión que el Estado ha usado contra los grupos opositores: asesinato, tortura, desaparición forzada, control de información; que en conjunto denomina «guerra de baja intensidad».

La guerrilla existe en nuestro país y nadie la había detallado como Glockner. Se han expuesto muchas teorías sobre ella, pero ninguna va desde las entrañas de su organización ni conoce las tensiones e inconsistencias al interior de cada grupo.

Los años heridos cubre los datos que faltaban o que estaban equivocados.

Fritz Glockner nombra a los fantasmas que el Estado ha querido ocultar y hace de su memoria una parte vital de la historia del país.

Fragmento del libro “Los años heridos” de Fritz Glockner editado por Planeta. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

Fritz Glockner | Puebla de Zaragoza, México , 1961 | Estudió Historia en la Universidad Autónoma de Puebla. Es escritor, historiador y periodista; en 1994 fue uno de los principales encargados de prensa de la campaña presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas. Finalista del X Premio Rodolfo Walsh 1997 por Veinte de cobre y becario del FONCA 2010, se ha desempeñado como profesor en la Universidad Iberoamericana, la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

Los años heridos • Fritz Glockner

#AdelantosEditoriales

 

DETRÁS DE LA CAUSA

(1969)

EL ESTADIO OLÍMPICO APAGÓ SUS LUCES, la fiesta ha terminado, las sonrisas ficticias han comenzado a desaparecer; las delegaciones de deportistas inician la retirada, todos coinciden en la gran hospitalidad mexicana, se dice que las ceremonias de inauguración y de clausura de los xix Juegos Olímpicos han sido las más espectaculares en la historia de las Olimpiadas. El saldo parece bueno, hay satisfacción en el sentir de aquellos que han participado, México logra una proyección internacional como nunca antes la había tenido; nueve de los atletas mexicanos presumen sus preseas, son tres de cada metal para la delegación azteca. Al parecer todo ha quedado saldado, pero en el subsuelo, en las cajas herméticas de la memoria, aún siguen retumbando los momentos de represión, las acciones irracionales que han otorgado una de las más grandes e injustificadas palizas a los estudiantes de nuestro país.

En Lecumberri, en el Campo Militar Número 1, en las oficinas de la Dirección Federal de Seguridad, quedan resquicios de diversas acciones que nada tuvieron que ver con el festejo deportivo; por el contrario, aún existen los ecos de diversos llantos, gritos ahogados, sentimientos de dolor, desolación, tristeza acumulada, hay ausencias, muchas, hay coraje y sensación de derrota, de impotencia.

El arribo de diciembre permite insistir en el juego de los espejos para pretender ocultar lo que sucedió durante todo el año de 1968; pareciera que son buenos tiempos para insistir en el amor al prójimo. A pesar de todo, pareciera que existe una normalidad, los medios de comunicación comienzan a hacer el recuento informativo de los trescientos sesenta y cinco días pasados y no citan lo que realmente convulsionó a la sociedad mexicana; está por llegar el último año de la década de 1960, años durante los cuales se dieron cambios inesperados. Hubo revoluciones en todos los ámbitos: la música, la cultura, las artes gráficas, la literatura, la sexualidad, las relaciones entre padres e hijos, la moral reinante, los discursos mediáticos; nadie se hubiera imaginado que en tan poco tiempo hubiera podido producirse un sinnúmero de modificaciones: los íconos cambiaron, los símbolos de la juventud, los espacios de expresión, las consignas políticas y sociales.

Es cierto que los calendarios pasados habían permitido la gestación de dicho ambiente, primero durante las agitaciones sindicales de los maestros en 1958 y al año siguiente con la acción libertaria de los ferrocarrileros, aunque en ambos momentos la respuesta social se vio regateada porque se trataba de demandas gremiales que no llegaron a tocar las terminales nerviosas del grueso de la sociedad; a pesar de ello, dichos eventos prefiguraron la efervescencia de lo que ocurriría en el año que se despide.

Varios pendientes se quedaban rezagados, entre ellos sería bueno preguntar: ¿dónde acomodaron los sueños los jóvenes de entonces en diciembre de 1968? Es evidente que unos se replegaron y continuaron con la idea ficticia de convertirse en buenos profesionistas para ascender dentro de la escalera social, la cual para ese entonces ya no era de madera y más bien se había transformado en una eléctrica; hubo quienes no quisieron saber nada más de la lucha social y las drogas fueron un buen aliciente ante tanta tragedia; un gran grupo optó por el trabajo dentro de las organizaciones sindicales, pretendiendo alcanzar la autonomía de los gremios del férreo control gubernamental; pero también estaban los más radicalizados, aquellos cuya indignación no les permitía continuar con el sueño sobre la almohada, y comenzaron a acariciar otras opciones.

El estado de Guerrero era una referencia lejana pero real, ya se sabía de la existencia y de las huellas de un tal profesor Lucio Cabañas, quien había huido de la matanza organizada por caciques y autoridades locales y estatales el 18 de mayo de 1967 en Atoyac, que andaba organizando un grupo de autodefensa campesina con su menguado armamento ofrendado por el doctor de origen español Antonio Paló Palma, pareja de su tía Paula Cabañas, consistente en un par de pistolas Star calibre .22 y dos metralletas M-1 calibre .30, y quien además se había convertido en el asesor militar del naciente Partido de los Pobres; por otra parte, también se conocían de las andanzas y de los ecos de otro maestro rural de nombre Genaro Vázquez, cuyo grupo le había logrado liberar de la cárcel de Iguala el 22 de abril de 1968. Por esas razones era que algunos jóvenes dirigían hacia aquel estado de la República su mirada, sus ganas, sus frustraciones, sus gustos, sus idealismos, sus utopías; el conocimiento de las acciones de estos dos maestros normalistas levantados en armas había traspasado las fronteras de Guerrero, más allá de lo que el Estado mexicano hubiera deseado.

El argumento de «no nos van a dejar solos», esgrimido por parte de algunos estudiantes refiriéndose a la sociedad en general y al pueblo, se había externado con cierta seguridad, más como un aliciente para continuar en las jornadas del 68 y como expresión mínima de un anhelo ante las amenazas de represión oficial, o como hipótesis luego de la masacre del 2 de octubre; pero la desolación en la cual se encontraban durante diciembre de aquel año convocaba a que otros más optaran por reunirse y planear sus propias acciones. No era la idea de una revancha, ni siquiera un ajuste de cuentas, más bien se discutía sobre la manera de hacer realidad en México lo que para ese entonces sucedía en la isla de Cuba; las lecturas inspiraban y se recreaban las hazañas emprendidas por revolucionarios como Fidel Castro, Ernesto Guevara y Camilo Cienfuegos, entre otros. «Si ellos pudieron, por qué nosotros no» sería la reflexión lógica, anhelando la liberación de los pueblos, crear dos, tres cuatro Vietnams, incendiar el espíritu.

Los textos eran devorados, el marxismo se convirtió en una doctrina de consumo inmediato, los estudiantes buscaban saber lo que propusiera durante el siglo XIX un tal Carlos Marx con su acompañante irredento Federico Engels, o lo que planteara a principios del siglo XX otro individuo de nombre Vladimir Ilich Lenin; también había quienes se acercan al maoísmo; incluso, ya para ese entonces, en cualquier librería de la Ciudad de México o de provincia, se podía conseguir por menos de veinte pesos el famoso libro Teoría y acción revolucionarias del brasileño Carlos Marighella, con su portada de revólveres liberadores.

La opción de las armas dejaba de ser un tema exclusivo de aquellos campesinos cuya justicia no había llegado a pesar de la Revolución; ahora eran también los jóvenes, aquellos radicalizados, quienes tenían en mente las acciones de Rubén Jaramillo en la tierra de Zapata, o de Arturo Gámiz y Pablo Gómez en la región de Villa.

La represión había llegado hasta el corazón mismo de la educación superior en México, cargándose ya no solo a los olvidados de la agricultura, sino a la clase media, a los de ciudad, a los leídos e instruidos, a los que se estaban preparando para reproducir los esquemas convencionales a través de una profesión. Tal y como menciona en su tesis de maestría Alicia de los Ríos, «la revolución la harían los estudiantes y los obreros. Ahora los universitarios, ya no los normalistas, se involucraron en los movimientos populares urbanos y algunos de ellos se organizaron en guerrillas, en la vanguardia revolucionaria».

La palabra revolución ha tomado un carácter distinto al utilizado por las instituciones: ahora es sinónimo de liberación, de rebeldía, de ideología, de compromiso, de apuesta, de arrojo, de rechazo a la impunidad, de confrontación con el poder, con la estabilidad, con la reacción; se ha convertido en una forma de vivir, de vestir, de cantar, de pensar; la educación sentimental durante las jornadas de lucha universitaria ha generado nuevas opciones, nuevos horizontes, nuevas decisiones.

Las universidades han comenzado a convertirse en centros de discusión sobre opciones armadas, tema que ya se había tocado en otros años, pero ahora es un debate que ha tomado mayor énfasis. El Gobierno, por su parte, ha palpado los alcances de la situación y decide tomar cartas en el asunto, ya no desea que le caiga por sorpresa un acontecimiento como el de Ciudad Madera en Chihuahua aquel 23 de septiembre de 1965; los cuerpos policiacos han comenzado a instruirse en diversas instituciones del extranjero, principalmente en la Escuela de las Américas en Panamá; según José Luis Borbolla, «entre 1950 y 1980 fueron preparados en la Escuela de las Américas 340 militares mexicanos», y hasta aquellos salones de clase llegaron también varios agentes de la Dirección Federal de Seguridad.

Las normales rurales no son la excepción, pues siempre se han distinguido porque de sus aulas surgen dirigentes sociales importantes y ya han aportado a los más representativos líderes de las organizaciones armadas de Morelos, Chihuahua y Guerrero; obviamente siguen siendo un punto de referencia en el cual se siente la presencia e influencia del Partido Comunista Mexicano. Es por ello que durante el congreso del Comité Ejecutivo Nacional de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM), realizado a mediados de 1969 en Palmira, Morelos, asistieron diversos enviados de los grupos armados en ciernes para detectar y mantener contacto con potenciales futuros integrantes para sus respectivas causas. La urgencia por convocar a los delegados de la fecsm tiene que ver con las propuestas de la Secretaría de Educación Pública (SEP) para modificar los planes de estudio y separar la educación secundaria de las normales, con la finalidad de convertir a la primeras en secundarias técnicas y reducir de esta manera las bases y la movilidad que había demostrado la organización de los estudiantes normalistas; precisamente en dicho encuentro se definió la opción, todavía incierta, de la participación de estos dentro de la ilusoria insurrección general.

A la par de la instrucción militar, se aceita el control mediático de la sociedad: prensa, radio y televisión son vigilados desde la oficina de Gobernación con diversas estrategias perfectamente planeadas, medidas, diseñadas, como el texto localizado por el periodista Jacinto Rodríguez en el Archivo General de la Nación, mismo que dio pauta a la publicación de su libro La otra guerra secreta. Aquel documento señala entre otras cosas, «la necesidad de que el PRi disponga de un instrumento organizado técnicamente que desarrolle en su favor una propaganda institucional y no incidental, se consigna esta idea: Por la acción de la propaganda política podemos concebir un mundo dominado por una Tiranía Invisible que adopta la forma de un gobierno democrático».

Para cerrar la idea, se plantea que «bajo esta condición, una democracia como la mexicana puede obtener niveles de control popular equivalentes a los que lograría por la violencia y el terror, una dictadura que solamente pudiera ofrecer a la ciudadanía espejismos y abstracciones». Ya no solo era cuestión de endilgar los adjetivos o apelativos de robavacas, delincuentes, alborotadores y demás, sino que también había que contribuir en la empresa de la desinformación, cultivarla, aprovecharla para seguir confundiendo a la opinión pública sobre los motivos, las causas, la lucha, los principios y la política de aquellos que optaban por condiciones radicales, con la lógica de que el conjunto de la sociedad aceptara y admitiera sin queja su propia falta de conciencia.

La decisión de radicalizarse y optar por las armas no es una cuestión que surja de la noche a la mañana. Son diversos procesos, afrentas, el convencimiento que lleva a varios cientos de jóvenes para elegir aquel modo de lucha.

Las razones de cada quien se encuentran ubicadas en diferentes centros neurálgicos, los caminos que llevan a tomar esa determinación son variados, diversos, espinosos incluso; abandonar a la familia, despojarse de la comodidad del hogar, sea este precario o abundante, no puede caer en el análisis simplista de la aventura revolucionaria por sí sola, o del juego del guerrillero heroico. Hay mucho que poner por delante, son diversas las visiones, los análisis, las lecturas de la realidad y de lo experimentado como para que esta fuera una decisión desesperada, tomada a la ligera, con rasgos de aventura irresponsable, o producto de una desarticulación familiar que reduce la ideología a términos de resentimiento social; nada tienen que ver con la caracterización realizada por Luis Echeverría en su cuarto Informe de Gobierno en 1974, quien argumentara la existencia de grupos armados en México de la siguiente manera: «… hagamos alguna reflexión derivada del análisis de la composición de estos pequeños grupos de cobardes terroristas, integrados por hombres y mujeres muy jóvenes… Surgidos de hogares generalmente en proceso de disolución, criados en un ambiente de irresponsabilidad familiar, víctimas de la descoordinación entre padres y maestros, mayoritariamente niños que fueron de lento aprendizaje; adolescentes con un mayor grado de inadaptación en la generalidad, con inclinación precoz al uso de estupefacientes en sus grupos, con una notable propensión a la promiscuidad sexual y con un alto grado de homosexualidad masculina y femenina; víctimas de la violencia; que ven muchos programas de televisión…».

EL AMANECER DE LOS PRIMEROS DÍAS DE ENERO de 1969 parece proyectarse en cámara lenta; se siente cansancio de tanto miedo, de tanta indignación acumulada en cierto sector de la sociedad, sobre todo entre los jóvenes de toda la República Mexicana y no solo de la Ciudad de México, el epicentro del movimiento estudiantil del año anterior.

¿Quién habrá brindado con todo fervor para recibir el Año Nuevo de 1969? En Lecumberri celebraron su cena los ahí recluidos: escasa, son los vasos con agua los que más abundan, en las mesas reposan las viandas que las familias han logrado hacerles llegar a los jóvenes; todo es para todos, no hay desánimo a pesar de su condición, sonríen y suponen que el futuro será diferente. El aire de tinieblas aún no ha logrado desvanecerse por completo; la cruda de los Juegos Olímpicos, el desgaste de las instituciones, la represión con sus ecos continúa provocando dolores de cabeza por todo el país; todavía hoy se pueden observar diversas fotografías estáticas: las lágrimas por ver apagarse el fuego olímpico, la iluminación del Zócalo de la Ciudad de México con sus colores anhelantes por reavivar ese México próspero y sin traumas; pero para muchos sucedió lo que relatara en 1959 el escritor Tito Monterroso, con alguna variación: Cuando despertaron, la pesadilla todavía estaba allí.

Por fortuna aún hay memoria y hay fantasmas rondando cada esquina o rincón de México, y eso va a conformar el escenario de lo que vendrán a ser Los Años Heridos.

JESÚS ANAYA ES UN JOVEN INQUIETO que desde principios de la década de 1960 ha estado inmerso en todo tipo de actividades culturales, políticas y sociales. Matriculado en Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, funda junto con otros jóvenes entusiastas el grupo Miguel Hernández, dentro del cual se realizan todo tipo de debates y se organizan eventos culturales, así como también se dan a la tarea, entre otras actividades, de publicar la revista Hora Cero, en la cual incluyen diversos artículos de creación literaria y de análisis de la realidad política, social y económica del país.

Durante los últimos días del año de 1968 trabaja para la agencia de noticias amex, pero se siente incómodo a pesar de contar con un buen empleo. Es por ello que decide salir del país, este México le incomoda, para él siguen vigentes los gritos desesperados de aquel 2 de octubre; la desbandada de la Plaza de las Tres Culturas sigue vigente, aún hay resquemores, angustias, incluso amarguras acumuladas; le pesa vivir con esos espectros sobre su espalda, ya que no basta con llorar a los que han perdido la vida unos meses atrás, o la solidaridad para con los que se encuentran como huéspedes del Palacio Negro de Lecumberri, sino que también puede que exista un resquemor de autorreproche por haber salvado la vida, por estar en pie y no hacer nada, ¿cómo es posible dormir tranquilo luego de tanta derrota?

Es por ello que solicita a sus jefes una corresponsalía, vivir en otro país es la aspirina que se le antoja para aliviar tanta desazón; se barajan las opciones, Paraguay o Ecuador son dos puertos a los cuales podría encaminar sus pasos. Días antes ya había imaginado la posibilidad del estado de Guerrero como la vía para permitir sacarse esa idea de inmovilidad; la existencia de Genaro Vázquez Rojas al frente de un núcleo armado con intenciones de poner en jaque al Estado mexicano era una utopía que le había parecido deseable. Pero aquella opción la vislumbró lejana y por eso optó por solicitar mejor su cambio de país, consideró que cualquier espacio sudamericano podría otorgarle la serenidad para poder vivir con la rabia, la desesperación y la impotencia de los acontecimientos que había vivido de cerca; creyó que fuera del país encontraría la fecha de caducidad para esos sentimientos.

Por el contrario, irse a vivir a Ecuador no aminora en nada su ya para entonces depresión, incluso esta aumenta conforme transcurren los días. La imagen de protestar de alguna forma va tomando fuerza, la pesadilla sigue ahí, intacta, de alguna manera debería dar a conocer su inconformidad por los acontecimientos de principios de octubre del año anterior; cada día alimenta más lo inverosímil que puede parecer la existencia de la impunidad, y los días transcurren como si nada hubiera sucedido, como si todo se ubicara en un mal bostezo, en una gripa que tarda pocos días en desaparecer. Él había estado presente varios de los ciento veintitrés días de huelga estudiantil y también en Tlatelolco, y le invadía un sentimiento inaudito, increíble e ilógico de que la vida continuara su curso en calma.

Es por ello que comienzan a desfilar por su cabeza múltiples opciones, nada tiene claro salvo una gran idea: protestar de alguna manera, las cosas no se pueden quedar como están; por lo menos para Jesús Anaya no, no soporta esa incomodidad con la que está aparentando vivir.

«En Ecuador podías revisar el aviso oportuno de cualquier periódico y adquirir el arma que quisieras», comenta varios años después, y así lo hizo; aún sin saber exactamente cómo la iría a utilizar, obtuvo una pistola calibre .32, considerando simplemente que sería un artefacto viable para llevar a cabo su acto de protesta moral, para dar a conocer al mundo la manera como dice que dialoga el Gobierno mexicano con los estudiantes, con los opositores al régimen, con los inconformes, con los campesinos.

Es el día 10 de enero de 1969, Jesús aborda un avión de Aerolíneas Peruanas en Guayaquil, cuyo itinerario sería: rumbo a Montevideo, luego Lima, para continuar a Panamá y con destino final a Miami; la idea del mexicano es que únicamente las dos últimas paradas queden registradas en la bitácora, ya que su idea es desviar la aeronave a Cuba, la isla del paraíso revolucionario, donde se ubican aquellos que han logrado la revolución social más importante de la segunda mitad del siglo xx en América Latina.

Jesús Anaya tiene en mente cómo los cubanos se han negado insistentemente en apoyar cualquier posibilidad de crear focos guerrilleros en México, pero aun así considera a la isla como la mejor opción; algo le dice que sería poco probable que al llegar con un avión al «primer territorio libre de América», los cubanos lo deporten o no le permitan el descenso; a final de cuentas, Cuba se ha convertido para estos años en la pista de aterrizaje de los vuelos secuestrados del continente americano.

Actuando como un pasajero más, de pronto Jesús desenfunda su pistola; hay cierta alarma de parte de las azafatas, los pasajeros no entienden qué está sucediendo, entra a la cabina de los pilotos y les explica sus pretensiones de llevar el avión a Cuba. Sin mayor complicación se hace dueño de la situación él solo, afortunadamente nadie se atreve a contradecir sus deseos, no hay necesidad de amenazar de más, simplemente se satisface de inmediato la opción del desvío de ruta; los pilotos han anunciado lo que está sucediendo y, sin mucha simpatía, los cubanos aceptan que la aeronave se dirija y pueda aterrizar en la Cuba socialista.

El descenso se lleva a cabo con toda tranquilidad, el resto de los pasajeros ha guardado la calma, conscientes de que es mejor colaborar y perder algunas horas en el trayecto a su destino final en lugar de que pueda suscitarse una tragedia. Jesús permite el acceso de agentes cubanos a la aeronave y, cuando estos se presentan, él entrega su arma sin mayor resistencia; al percatarse de que ya no está armado, el capitán del avión, en un arranque de coraje, se le va encima para golpearlo: desea desquitar la cólera que le abruma. Jesús reacciona y se defiende, se hacen de palabras, ambos son sometidos por los agentes cubanos, quienes han tomado el control de la situación; por fin se permite que el aeropirata mexicano baje a suelo cubano y se realizan todos los trámites necesarios para que la aeronave abandone la isla y continúe con su trayectoria.

Como jugada ajedrecística, Jesús ha colocado en jaque a dos Gobiernos, al cubano y al mexicano; mucho tendrán que resolver las autoridades cubanas: ¿qué hacer con él? ¿Deportarlo? ¿Detenerlo? ¿Procesarlo penalmente? Para el Gobierno revolucionario, las relaciones con México son prioritarias y consideradas como estratégicas de Estado; sencillo cuando se da el caso del secuestro de un avión por parte de un luchador de izquierda de cualquier parte del continente, sobre todo si proviene de alguno de los países que han mantenido rivalidad o críticas para con la Revolución Cubana; en aquellos casos, hasta con simpatía habían actuado los cubanos, pero ¿qué hacer cuando se trata de un gobierno amigo? Es de suponer la comunicación directa e inmediata que habrán sostenido funcionarios de ambos Gobiernos para tomar una decisión con respecto al mexicano que ha osado realizar esta acción. El Gobierno mexicano se ve impedido en solicitar la extradición del delincuente, mientras que el Gobierno cubano no puede festejar el hecho, ni considerar héroe a Anaya como en otros casos; la patria de Juárez es pieza clave en las relaciones con la tierra de Martí.

Similar sería la tónica constante de parte de Cuba para con las expresiones de movimientos guerrilleros en México: nunca las apoyó como en los casos del resto de América Latina o de África, e incluso en parte de Asia, y contribuyó así con la campaña del Gobierno mexicano en contra de quienes optaron por las armas como medida de liberación en nuestro país para calificarlos de delincuentes comunes.

Jesús es trasladado a una cárcel cubana donde permanecerá por tres semanas; ya luego se verá que se hace con el aventurado primer aeropirata mexicano.

LOS ACONTECIMIENTOS DE LA PLAZA DE LAS TRES CULTURAS han tatuado la indignación en diversos jóvenes mexicanos, quienes al igual que Jesús Anaya se preguntan constantemente: ¿cómo desahogar la frustración? Es por ello que Carlos Salcedo García, Valente Irena Estrada, Miguel Domínguez Rodríguez, Yolanda Casas Quiróz, Uriel Cervantes, Francisco Pacheco, Arturo Alarcón y Mario Ledesma Flores se adhieren a la idea de no quedarse con los brazos cruzados; están conscientes de que las vías legales, democráticas y de lucha pacífica están clausuradas, ya sea por la corrupción, la captación o, como han experimentado, la represión.

Se reúnen, discuten, estudian; el origen de todos ellos está ligado de alguna u otra forma a la izquierda, ya sea por haber participado en la Liga Leninista Espartaco (lle), en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIRE), o en la Liga Comunista Espartaco (LCE) con su órgano de difusión denominado El Militante; otros provienen del Grupo Estudiantil Antiimperialista (GEA),por lo que la palabra guerrilla no les es ajena, pues ya antes habían editado un periódico precisamente con el nombre de El Guerrillero; algunos de ellos incluso fueron simpatizantes de la idea y actuaron en el Partido Revolucionario del Proletariado Mexicano (PRPM).Todas estas organizaciones habían tenido su origen en las células Carlos Marx y Federico Engels del Partido Comunista Mexicano y sus consecuentes divisiones, subdivisiones y expulsiones.

El origen de cada uno de ellos les permite juntarse para plantear opciones, analizar la situación, compartir opiniones, la idea central es fundar una nueva organización que actúe desde la conspiración armada; llevan a cabo diversos escritos exponiendo las causas y los motivos por los cuales han elegido esta vía. El texto Nuestro Camino, de la autoría principal de Miguel Domínguez y Carlos Salcedo, es la base de su pensamiento y acción; este texto, que será conocido por los compañeros de base como «El libro rojo». Hace un análisis de la situación internacional, ubicando la división existente en dos grandes bloques, y tomando en cuenta lo sucedido primordialmente en Vietnam.

Según el testimonio de Carlos Salcedo, el grupo «toma teóricamente los postulados de la Liga Comunista Espartaco y sus fundamentos, en los que se desarrolla la necesidad de la lucha armada, dadas las condiciones que se derivaban de los análisis, con una fuerte influencia maoísta y guevarista». De dichos postulados se destacan, entre otros: 1) La condición de México como país capitalista y, en consecuencia, su desarrollo social desigual, 2) la ubicación del país dentro del área de dominio imperialista y, por lo tanto, su actuación con base en ello, así como la influencia de las políticas y los lineamientos internacionales de los Estados Unidos, 3) lo alarmante de la situación de pobreza generada por la desigualdad de la riqueza, 4) la falta de empuje y nacionalismo de la burguesía nacional, 5) inexistencia de libertades políticas, democráticas y gremiales, 6) la idea de organizar un partido proletario ante la ausencia de un partido que representara a los desposeídos, 7) el sustento del movimiento en un brazo armado, a partir de las experiencias manifestadas en contra de diversos opositores y movimientos sociales, y 8) la idea del movimiento guerrillero que represente los ideales auténticos del pueblo y escarmiente a sus enemigos, además de abastecer de diversos recursos al partido para la realización de sus actividades.

Otros de los integrantes de este incipiente grupo armado serán: Roberto Sánchez, Isaías Ench, Olivia Ledezma, y Jorge Poo; según este último, este grupo surge a partir del momento en el cual actuaban como brazo armado del movimiento estudiantil a principios de la huelga de 1968.En su testimonio plantea que la reacción de algunos de los jóvenes sesentayocheros frente a la violencia los convocó a formarse en una fuerza de choque que, del mismo modo, estaban decididos a llegar hasta sus últimas consecuencias; estos grupos estaban conformados por jóvenes con tendencias «lúmpenes», no muy allegados al estudio, así como también por algunos considerados porros de la izquierda; Jorge Poo destaca la participación de algunos jugadores de futbol americano describiéndolos como «estudiantes con inclinaciones destructivas», para quienes la idea de recibir impávidos la represión de los granaderos o de la policía no era algo que habrían de soportar; por tal motivo, durante varias de las reyertas del 68 se opta por enviarlos a combatir de manera frontal, y existen ejemplos en los cuales algunas de las brigadas estudiantiles se las ingenian para atacar de este modo a distintos puntos de las columnas de los granaderos: pasaron de la defensa a la ofensiva al grado de provocar la huida de estos en diversos momentos. Para Jorge Poo, lo que se vivió en varias ocasiones durante el movimiento estudiantil del 68 fue prácticamente una guerra; curiosamente, él mismo analiza varios años después que la guerrilla de los años setenta no aprovechó la experiencia brigadista del movimiento estudiantil del 68, aun cuando él mismo haya participado en ambos momentos. Para argumentar su hipótesis con respecto al origen de la guerrilla a partir de los acontecimientos del 68, destaca una pinta que llegó a existir en la entrada del auditorio de la Escuela Superior de Físico Matemáticas, la cual rezaba: «A la chingada el gobierno. El poder nace del fusil».