Mari Valdez, mujer de 67 años, vivió en unión libre con Mario. En 1986 tuvieron a su única hija, Flor; sin embargo, dos años después él tomó la decisión de irse a Estados Unidos con la intención de encontrar un trabajo en el que le pagaran bien. A partir de ese momento, las remesas se convirtieron en su principal ingreso económico.
“Mi bodoque”, como lo apoda Mari, “se fue, nos dejó; después de un tiempo regresó. Ya después supe que estaba en Estados Unidos”.
Durante ese tiempo, Mari sobrevivía con lo que generaba su tienda, herencia de sus padres, pero siempre hacía falta dinero.
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“Fue hasta casi un rato después de que se fue que yo conocí qué era una remesa; la iba a cobrar ahí por (la calle de) Tacuba 10”, platica Mari.
En la Ciudad de México, hay 126,605 familias receptoras y, del total, el 54.1% de estos hogares tiene a una mujer como jefa de familia. Aproximadamente uno de cada dos hogares receptores está encabezado por una mujer, de acuerdo con el Centro de Estudios Monetarios de Latinoamérica (Cemla).
“No fue una gran historia de amor; más bien fue de decepción”, reflexiona Mari, ya que fue difícil afrontar la decisión de que el padre de su hija se fuera cuando solo tenía tres años de edad.
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Pero recibir una remesa es un alivio para los gastos del mes y, a pesar de que su relación nunca mejoró, se siente bien al saber que a su hija no le faltó nada económicamente.
De irse por los cigarros a estar en Estados Unidos
“Se fue por los cigarros”, dice Mari con pesar, ya que ellos llegaron a tener una relación de 10 años antes de tener a su única hija. Continúa explicando que “me avisó un tiempecito después que estaba en Florida; no le pregunté nada, ni de qué trabaja ni qué hacía, hasta donde él me contaba”.
Sin embargo, sin falta, ella recibía una remesa de 300 dólares que era muy necesaria; con el tiempo, se convirtió en insuficiente.
Así como Mari, las remesas que envían trabajadores mexicanos a sus familias son un sustento indispensable para su economía. A nivel nacional, uno de cada 8.8 hogares recibe remesas y el promedio de envío de dinero para la CDMX es de 668 dólares; al tipo de cambio de hoy, es un aproximado de 13 mil pesos, el nivel más alto a nivel nacional.
Los 300 dólares eran suficientes antes, “pero ahorita no completamos ni la hora” y recuerda que en un momento de agua, luz y teléfono pagaba 60 pesos. Ahora, de un solo servicio tiene que dar más de 700 pesos.
“Así me di cuenta que el peso cambiaba de valor”, dice, “pero tampoco lo hizo tanto porque las cosas empezaron a hacerse más caras. Yo recuerdo que el kilo de plátano costaba 5 pesos; ahora no baja de 30”.
Papá se fue, la remesa llegó
Para Mari, recibir dinero de Mario era esencial cuando su hija era más pequeña porque con esto cubría una renta, los servicios básicos de su departamento, así como todo lo relacionado a la escuela de su hija. Por eso, ella se sigue encomendando al Divino y Justo Juez para que proteja a Mario donde quiera que esté.
Sin embargo, la situación que enfrentaba cada vez que respondía una llamada para saber sobre él era algo que la agotaba, ya que si contestaba cuando se escuchaba el primer sonido, Mario respondía con “¿A quién estás esperando? ¿Por qué me contestas?” y, si tardaba en hacerlo, él decía “¿Por qué no me contestas si sabes que soy yo?”.
Con Flor, su hija, no era distinta la situación, ya que no recibía más que preguntas concretas como “¿Cómo estás? ¿Cómo te ha ido? ¿Cómo vas en la escuela?”.
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Si bien Mari intentaba que ella no resintiera ese trato seco por parte de su padre, Flor le decía con cada llamada “ya mándalo a la chingada”.
La única respuesta de Mari para decirle a su hija era “no, porque el dinero que nos manda, mi vida, es para tu escuela”.
Ahorrar y vivir el día a día con una remesa
Mari nunca dejó de trabajar porque siempre se tenía que completar una cuenta más y ella sabía que Mario podía tener o no trabajo según la temporada.
Por eso, para ella, la remesa era vital que se mantuviera intacta cuando llegaba. En una ocasión, Mari cuenta que fue por el dinero junto a su hija: “todo estaba bien, pero la gente sabía que uno iba ahí por el dinero, entonces me intentaron asaltar”.
Ella fingió que un señor que pasaba en taxi era su pareja y, con eso, la dejaron en paz, pero eso no deja de lado que Mari siempre estaba nerviosa cada vez que iba a sacar el dinero.
En la capital del país, el 62.9% de las remesas llegan a mujeres mayores de 18 años, lo que significa que seis de cada 10 personas que reciben una remesa son mujeres.
En el momento en que su hija dejó de depender del dinero que mandaba Mario de Estados Unidos, decidió empezar a ahorrar para pagar el departamento en el que vivían y, de esa manera, consiguió, hace unos cuantos años, ser propietaria de su hogar.
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Hasta el día de hoy, Mari conserva el primer folleto que le llegó por parte del gobierno en el que mencionan que podía liquidar el pago de su departamento con una menor cantidad.