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Yo en home office y el vecino con música de banda

Al vivir en un edificio uno aprende a respetar a los vecinos y a no meterse con los demás para tener una mejor convivencia, pero no todos piensan igual.

Escrito en NACIÓN el

Lunes, 11:00 de la mañana, última semana de la Sana Distancia por el covid-19. Mi taza de café junto a la computadora para acabar de despertar y entrarle con todo al home office. De pronto, la tranquilidad del edificio es interrumpida por música de banda a todo volumen de alguno de los vecinos, el sonido era tan fuerte que hasta se podía escuchar la vibración en los vidrios.

El home office tiene sus pros y sus contras, quizá uno de los principales beneficios es la practicidad, si quieres te puedes quedar en pijama todo el día, aunque en lo personal no me gusta, lo que sí disfruto es la practicidad de poder preparar algo rápido cuando me da hambre y sobre todo, poder convivir más con mi perrita, que seguro ya me alucina porque estoy todo el tiempo con ella.

No todo es miel sobre hojuelas, porque trabajar desde casa implica más distracciones, algunas que uno mismo decide y otras que se salen de las manos. En múltiples ocasiones me ha sucedido que estoy en una llamada y pasa el camión de la basura tocando la campana, el señor del agua gritando o que algún ruido hace que ladre mi perrita y no me deja escuchar.

Al vivir en un edificio uno aprende a volverse tolerante, a respetar a los vecinos y a no meterse con los demás para tener una mejor convivencia, el problema es que no todos piensan igual. La mañana de ese lunes la música de banda hizo retumbar a todos los departamentos de la unidad habitacional, se escuchaba en todos los pisos y en las áreas comunes.

Una hora después llegaron los primeros mensajes al chat de los vecinos, Una de ellas pidió amablemente que fueran más considerados: “Disculpen la molestia, el vecino que tiene la música podría bajar el volumen, por favor. Estamos en clase en línea y es un poco incómodo. Muchas gracias de antemano”. 

Otro preguntó de qué departamento provenía la música, varios hicieron se echaron la bolita, que si es el del 203, que no, que era el del 406, pero los borraron al descubrir que no se trataba de  ninguno de ellos. La banda mientras seguía y seguía.

Una vecina sugirió que fueran a tocarle en la puerta a quien tenía la música en lugar de ponerlo en el chat. Estoy segura de que varios lo habríamos hecho, si hubiéramos sabido de dónde provenía el sonido.

Fueron seis tortuosas horas seguidas de música de banda a todo volumen en la unidad habitacional, a mí en especial no me agrada ese género musical, quizá por eso me pareció una eternidad, pero he aprendido a conocer y tolerar los gustos musicales de mis vecinos porque ellos también soportan los míos.

Los problemas por la música a todo volumen terminaron de forma física, pero siguieron de manera virtual, porque en el chat apareció la vecina que era “culpable” de todo el relajo, quien se justificó diciendo que estaba limpiando su casa y no había visto el celular. Seguramente la dejó rechinando de limpia porque fueron seis largas horas.

Pero no quedó ahí, ya que en lugar de ofrecer una disculpa  le reclamó a quienes escribieron su queja en el chat, señalando que le hubieran ido a tocar directamente a su puerta. El saldo de la pelea fue dos bajas en el grupo de vecinos. Yo sólo fui mera espectadora.

El confinamiento por el covid-19 nos ha puesto al límite en muchos aspectos, probablemente uno de los principales está asociado a aprender a convivir de una manera más sana para evitar conflictos, algunos aprenderán la lección, quizás otros no.

 

rgg