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Seamos realistas, alcancemos lo imposible

La conmemoración del 2 de octubre, se enmarca en un debate que removió las cenizas del pensamiento autoritario que durante décadas justificó la represión del Estado

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Este año, la conmemoración del 2 de octubre, se enmarca en un debate que removió las cenizas del pensamiento autoritario que durante décadas justificó la represión del Estado para aniquilar todo intento de disidencia política.

Las declaraciones del Director del Instituto de Estudios de las Revoluciones en México, la entrega del Premio Carlos Montemayor a los sobrevivientes del asalto al cuartel militar en Madera, así como la disculpa pública a Martha Camacho, por la desaparición forzada y tortura de que fue objeto junto con su familia por agentes del Estado mexicano, sacaron a relucir los resabios de un pensamiento que se resiste a reconocer que las atrocidades cometidas, orillaron al surgimiento de movimientos armados en nuestro país.

En ese contexto, debemos ubicar al movimiento estudiantil de 1968. Un movimiento político y social que en su momento sintetizó las demandas de las movilizaciones sociales iniciadas en los cincuenta, dando prioridad a una agenda que vinculó los temas de la democracia y la desigualdad, con un quiebre cultural que cuestionó la estructura autoritaria del Estado y de la sociedad.

Por ello, debemos entender al 68 mexicano, más allá de la condena a la represión al movimiento estudiantil, por sus aportaciones a la transformación democrática del país.

El gobierno no entendía que el movimiento estudiantil canalizaba la asfixia impuesta por un régimen autoritario que, al cobijo de un crecimiento económico sostenido y una falsa estabilidad política, impedía cualquier espacio de participación política al margen del Estado.

El movimiento estudiantil tuvo carácter nacional, fue más allá de las instituciones de educación superior en el Valle de México, articulando la inconformidad antigubernamental, sumando las demandas de libertad de presos políticos; democracia y libertad sindical; reparto de tierras, y las de un creciente movimiento urbano en demanda de vivienda digna.

Representó, además, la confluencia de jóvenes de todo el mundo, quienes, en medio de la Guerra Fría, dieron lugar a movimientos por la paz, en contra de la guerra de Vietnam, del colonialismo y la defensa de la Revolución Cubana.

En síntesis, se trató de una rebelión de los jóvenes contra una sociedad autoritaria, contra la familia patriarcal, el despotismo en las escuelas y en las iglesias. Una ruptura contra el orden establecido y la emergencia de una nueva cultura en busca de libertades, de la paz, el amor libre, el feminismo, así como el surgimiento de nuevas formas de expresión en la música como el rock; en la literatura; en el teatro y en la pintura, que representaron una ruptura contra un modelo que exaltaba el individualismo y el consumismo para alcanzar una nueva sociedad, y edificar al hombre —y la mujer— nuevo.

La represión sofocó al movimiento, más no el sueño y los ideales de los jóvenes estudiantes, quienes bajo la consigna “Seamos realistas, alcancemos lo imposible”, hoy han derrotado al viejo estado.

MJP