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Movilidad, dónde estamos y a dónde vamos

De manera recurrente tienden a aparecer actores con soluciones muy simples, mágicas

Escrito en NACIÓN el

Como sabemos, en años recientes se ha incrementado la discusión en materia de movilidad. Sin embargo, de manera recurrente, en esta agenda tienden a aparecer actores con soluciones muy simples, mágicas, que los más activos resumimos en una palabra: monorriel.

Movilidad no cuenta con una única solución, en realidad se necesita de un coctel de soluciones aplicadas de manera sistemática durante un largo periodo de tiempo. Esa ha sido la experiencia de los países que hoy son considerados desarrollados y las ciudades que, siendo de países en vías de desarrollo, han logrado mejores resultados.

El mayor problema es que para resolver los problemas de los muchos (es decir, la mayoría que usa transporte público) se requieren recursos menos visibles que los requeridos para paliar los problemas de la minoría que usa automóvil. Si hay un gran congestionamiento, construimos un puente, pero sabemos que habrá luego otros congestionamientos por resolver.

Quitar carriles de autos para establecer un Metrobús, por ejemplo, genera congestión para el auto pero ayuda a mejorar los desplazamientos de miles de personas. Más que un puente vehicular. Sin embargo, es probable que oigamos más críticas y quejas que cuando se construye un desnivel para coches. No se diga cuando ampliamos banquetas, que el escepticismo de una parte de la población se resume en “banquetas más grandes para que haya más ambulantes”. Al final todo es parte de un círculo vicioso.

Uno de los grandes problemas es la falta de continuidad. El Metro de la Ciudad de México cumplirá 50 años en unos meses. Ha tenido épocas de crecimiento constante y otras de estancamiento. Pero nunca una estructuración financiera que le permita una proyección de largo plazo que sirva como un gran tentáculo en la Zona Metropolitana que centre su oferta de servicios en viajes de gran distancia y conectemos los servicios de mediana y baja distancia con autobuses, bicicletas, buenas banquetas y un menor uso del automóvil.

Las partes más antiguas de la ciudad sí están hechas para caminar, aunque en muchos casos se recortaron banquetas para crear carriles. También hay que reconocer que el crecimiento derivado del auge de posguerra trajo consigo una expansión horizontal de baja densidad que mantendrá, de por vida, una alta dependencia del automóvil a no ser que haya cambios tecnológicos aún no imaginados.

En medio de esta crisis hay que mencionar el dinero. Las administraciones perredistas, llegadas en 1997, al no contar con el apoyo de un presidente del mismo partido, y centrar su discurso político en programas sociales, mantuvieron un alto nivel de subsidio a las tarifas del transporte público a la par que no realizaron inversiones relevantes en infraestructura, con excepción de la administración de Marcelo Ebrard, con la construcción de la línea 12 del metro.

Al final, la ciudad tendría que hacer inversiones multimillonarias para que en el transcurso de una generación las banquetas mejoren, los pasos peatonales cuenten con mejores diseños en toda la ciudad y no sólo en ciertas colonias, la infraestructura ciclista esté cerca de todos los pobladores, los autobuses operen en otro nivel de calidad, los trenes urbanos se expandan a un horizonte de máximo 3 kilómetros de cualquier punto urbanizado, y el automóvil tenga servicios convenientes de conexión con el transporte público. Esto, además de costar, primero tendría que ser planeado con precisión. Los tiempos políticos no dan para ello, y no sé si tengamos suficientes planeadores, dado que siempre tendemos a las instrumentaciones rápidas, como será este sexenio el teleférico hacia cuatro barrios de la periferia.

El dilema sólo tendría una solución en el corto plazo, que es trabajar en tres vías: la primera es la planeación misma; la segunda, la gobernanza para que la planeación supere ciclos transexenales; y la tercera una estructuración de acciones de corto plazo basadas en ese horizonte de largo plazo. En este último punto, me parece estratégico elevar la calidad del servicio de los autobuses que circulan en avenidas, de tal suerte que rápido se cuente con una red, en forma de cuadrícula, que quede cerca de todos y circule a velocidades más convenientes que el automóvil.

No parece ser esta la tendencia de nuestras autoridades, que han preferido concentrarse en acciones inconexas y desgastantes, de baja probabilidad de éxito, como la sobre regulación de plataformas tecnológicas. Esto minimiza las expectativas.

AJ