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Meade alimenta al oso tricolor… que no se sacia nunca

Todo en el acto fue preparado para reproducir el ADN priísta, que tiene en el Estado de México raíces tan largas

Escrito en NACIÓN el

TLANEPANTLA (La Silla Rota).- Recién salen de la enorme carpa en la que  cerca de cinco mil personas fueron concentradas durante tres horas, para presenciar un clímax que se consumó en 20 minutos.

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Ahora muchos se arremolinan en “El Tranviario”, un café habilitado en un vagón con llantas que desde hace años funciona aquí, en plena plaza central de este populoso municipio conurbado con la capital del país.

“Como que faltó más discursos… y algunos madrazos, no? – opina un militante  del PRI que luce una de las miles de gorras rojas con el hashtag  #yomero, que se multiplicaron en el evento que minutos antes había significado el cierre de la precampaña de José Antonio Meade, postulado por la coalición PRI-Verde-Panal.

El jefe de  “El Tranviario”, testigo de mil mítines, no deja de asentir mientras procesa bebidas y una que otra torta.  

Todo en el acto fue preparado para reproducir el ADN priísta, que tiene en el Estado de México raíces tan largas como 90 años.  Entidad que ha dado al país dos presidentes de la República, uno de ellos, en funciones, Enrique Peña Nieto. Desde muy temprana ocupaba sus lugares una multitud que sabe perfectamente de qué va: cuándo gritar, bailar, soltar la batucada y corear los lemas.  Es un oso grizzli, siempre  hambriento. Pero la mañana de este domingo se quedó con apetitito.

 Los componentes tradicionales ahí estuvieron: la galería de ex gobernadores priístas, cohesionados siempre en torno al mandatario en turno. Los políticos que han sido, los que son, los que desean ser. Las señoras todas de rojo encaramadas en las vallas para reclamar abrazo, besos, la selfie ineludible. “Te amo Meade” es la frase más socorrida en las pancartas hechas con la debida oportunidad.

De rojo también llegaron figuras del priísmo nacional, cado uno con su historia a cuestas, lo mismo Emilio Gamboa que Omar Fayad que Fidel Herrera. Legisladores locales y federales, hombres y mujeres, al lado de altos burócratas que se  proyectan para cargos en el Congreso: José Calzada, Ildefonso Guajardo, Enrique de la Madrid,  Gerardo Ruiz Esparza, Pedro Joaquín Coldwell.

Eruviel Ávila, ex gobernador mexiquense, encuentra al entrar al recinto lo que seguramente sabía desde días antes: al menos la mitad de la multitud viene del sobrepoblado Ecatepec, su ciudad natal, la que la abrió la puerta a la gubernatura hace seis años, desbancando al que ahora es su sucesor, Alfredo del Mazo Maza.

Político dominado por los tonos grises de pies a cabeza, el mandatario estatal seguramente alegará que estuvo ahí en sus días libres. Lo que será difícil de explicar es por qué dio el discurso introductorio, en el rol de “telonero”. Y logró la proeza de enfriar a una multitud que minutos antes lucía regocijada ante animadores y cantantes, incluido un imitador de Juan Gabriel. Pero que mientras lo escuchan parece más interesada en buscar en la primera fila a Emilio Chuayffet o a Arturo Montiel,   que atender al nuevo ocupante del Palacio de Gobierno.

Esa masa compacta hacía el lugar minutos antes con gritos y bailes, ya guapachosos, ya folclóricos.  Y se había unido silbado y gritando mentadas de madre cuando uno de los animadores gritó la pregunta: “A ver, ¿quién de aquí va a votar por el Peje? ¿Y por Anaya?”.  

Pero las carcajadas habían quedado atrás.  

Del Mazo cerró un mensaje dominado por los lugares comunes, menos uno: no mencionó al más distinguido priísta mexiquense, el presidente Peña Nieto. Y cuando se empezaba a repetir, cedió el escenario a Meade Kuribreña.

El aun precandidato surgió entre una intensa lluvia de brillante y tricolor papel picado que pareció prender a la concurrencia, la que retomó gritos y aplausos. Para eso vinieron hasta acá; a ello le dedicaron su domingo. Para la música, la pachanga. Y en espera de un discurso con carisma y ¿por qué no?, condimentado con algunos “madrazos” hacia los opositores.

El virtual candidato  improvisó. Ni telepromter ni tarjetas. Hombre de mente muy estructurada, hiló un mensaje coherente, con ideas diferenciadas pero sin la pasión a la que está acostumbrado el respetable. Acuñó algunas frases eficaces, sugirió que hay que corregir errores y cumplir propósitos pendientes. No ofreció nada, como no fuera ser el candidato de las familias. Pero en cambio pidió ayuda, apoyo, acompañamiento. Nada, ni una palabra, que permitiera contrastarlo de sus oponentes, que le llevan ventaja según reiteradas encuestas.   

Meade mencionó de manera marginal a los partidos que lo respaldan; presentó a Carlos Puente, dirigente del Verde, pero no parece haber habido nadie a la vista que representara al Panal. Y eludió referirse al PRI. A cinco metros de él lo observan los dirigentes nacional y estatal del tricolor, Enrique Ochoa y Ernesto Nemer. Acaso esperaban ser mencionados, merecidamente o no. 

Y cuando la gente parecía dispuesta a agudizar el entendimiento y cesar el jolgorio, el mensaje de Meade concluyó. Y con él, el evento. Los animadores retomaron el micrófono para lanzar lemas y loas. La multitud se dispersó. El oso grizzli esperaba más.