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“Me mutilaron el derecho al placer”: testimonio de una sobreviviente de trata

En las fauces de la explotación sexual, Sara bajó al hades y logró volver; ahora ha vuelto de nuevo, al enfrentar otra batalla, por sus hijos

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El capo, para alardear de sí, sacó sus armas, como en las pasarelas de presuntos criminales cuando los calibres quedaban al frente, en una mesa; supuesto alarde de poderío. “Yo tengo un chingo de bebidas”, presumió. Y, para bajarle el orgullo, harta de ínfulas como las de él, Sara no pidió ningún vino de las cavas, o licor de renombre, sino un pulque, el néctar que sale del agave. Lo quería puro, no en curado; le faltó pedir en jarrón de barro. Era plena madrugada. 

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El capo estiró el dedo, en señal de mando, y ordenó: “tú, cabrón, consigue el pulque”, y luego advirtió: “donde no regreses con él te carga la chingada”.

“Son situaciones en las que parece que te están halagando, pero en realidad te están intimidando, porque, así como lo pueden hacer con él, lo pueden hacer contigo. Te sales del huacal y ya sabes lo que te puede pasar”, dice Sara, con voz reflexiva, ahora que mira aquel pasaje de lejos.

Cada uno de aquellos días era jalar el gatillo de la ruleta rusa, al caer lo mismo en manos de sujetos metidos al hampa que con violentos cualquiera que entendían el sexo a través de la fuerza y la desvalorización de la mujer, como ha inculcado la pornografía. Así lo cree. Lo llegó a pensar también cuando amaneció drogada en un predio, en medio de una pelea de gallos, ella el trofeo en el ruedo, o en el momento en que abusaban y ultrajaban su cuerpo, porque –afirma– así es la trata: no entiende de víctimas ni de razones ni de consentimientos.

La escena del pulque ocurrió en una propiedad inmensa, era como un rancho, dice, en Carboneras, Mineral de la Reforma, municipio conurbado de Pachuca, la capital de Hidalgo. Recuerda bien cuando el capo dijo: “no, pues vamos a sacar las armas y no sé qué”. Tras pedir su bebida, insólita ahí, supo el filo del cuchillo que la rondaba, cuando al mozo, posiblemente una estaca, le advirtieron que, de no volver, sería asesinado. 

Sara es una sobreviviente de la trata con fines de explotación sexual. Conoce las dos caras: tanto la prostitución supuestamente regulada, “por elección”, como la industria que se hace desde el sometimiento y que da réditos a millonarios a cárteles, células del crimen y micropadrotes a costa de la violación de mujeres y niñas.

Sara no es su nombre verdadero, es una identidad creada para protegerla del pasado y los riesgos de relatar lo que vivió. Esa fue la única condición: resguardar quién es a cambio de contar su historia en esta industria del crimen por el cual, sólo entre 2015 y el primer cuatrimestre de 2021, el gobierno mexicano ha iniciado dos mil 802 carpetas de investigación, con una cifra negra, la más atroz, aún desconocida.

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Sara nació en el 89, en el seno de una familia monoparental. Su madre y ella se refugiaron con más parientes, entre la precariedad de dos mujeres solas en aquellos días. Ahí, con el tiempo, tanto el hacinamiento como la violencia se hicieron presentes: hubo abusos físicos, psicológicos y sexuales. A los 11, Sara quiso fugarse. Corrió sin rumbo por la avenida, en la calle 11 de julio, de Pachuca, hasta que la alcanzaron. Sus pies y su cuerpo eran aún demasiado débiles para huir. Era más o menos el recorrido que hacía los domingos cuando iba a la iglesia. Por ese camino había “bares” donde mujeres salían al amanecer, cuando ella iba a la misa.

La violencia dentro de aquella casa le daba episodios de ansiedad. Una vez, el ataque se agravó tanto que sintió que no podía andar más. Había salido a caminar para despejarse, pero las piernas ya no le respondían. Es una parálisis en el cuerpo que sólo quienes la viven la pueden explicar. Tuvo que recostarse en una banca en el jardín Pasteur. No paraba de llorar, desesperada; estaba fuera de sí.

Un vendedor ambulante quiso ayudarla y, mientras iba a buscar una ambulancia, la dejó encargada con un “tipo”, “pero el tipo y otro más que pasaban por ahí aprovecharon para abusar sexualmente de mí y (el primero) me violó usando sus dedos”.

Pese a que lo encontraron con los pantalones abajo y sobre ella, el caso no procedió porque no hallaron nada en el examen pericial que realizaron contra su voluntad para buscar restos de líquido seminal, cuando ella ya les había dicho que sólo usó sus dedos para violarla. Sara tenía 15 años.

La esposa trató de sobornar a mis familiares con cinco mil pesos para que declararan que yo estaba loca e inventaba siempre cosas así para llamar la atención. Supongo que alguno de los funcionarios sí aceptó soborno porque el tipo salió libre sin antecedentes penales. Antes, durante y después del proceso me estuvo acosando, para ser más específica hostigando sexualmente y después del incidente, amenazando y siguiendo, él y sus amigos

Se sentía sola, desamparada; desprotegida cerca de su propio entorno, en las calles que siempre recorría.

Él era un despachador de una gasolinería en avenida Madero. En ese momento lo único que quería era que se terminara todo, pero ahora sé que la omisión de los funcionarios en hacer justicia hizo más hondo en mí el sentimiento de indefensión, además de contribuir a la anulación de mi autoestima, lo cual creo que también fue crucial para que me adaptara tan fácilmente a la calle

Lo entiende a la distancia tras años de activismo, de lucha por las otras; de cuestionarse y ser cuestionada.

Sin embargo, en retrospectiva, ese suceso fue detonante: Sara decidió fugarse a la Ciudad de México. Allá, la calle era una bestia voraz que todo acechaba. Sólo tenía una llave: el internet. Ahí conoció a un joven que le pareció amable. Él dijo que podía pagarle una habitación y darle un masaje. Fue la primera vez que sucedió. Apenas terminó, dejó unos billetes sobre la mesa del hotel. Era un mensaje que nunca pronunciaron, en el que todo quedó implícito.

Esta historia, con otros rostros, se repitió varias veces, sin variaciones, hasta que encontró alguien que prometió procurarla, ser un “benefactor” de planta, entonces la vida transcurría detrás de la ventana de un hotel, donde nadie se extrañaba que un adolescente acompañara a un distinguido “ingeniero”. Pero no duraría tanto, de nuevo el internet y un factor nuevo, el enganche a través del enamoramiento, la llevaría a 87 kilómetros de ahí, a Cuernavaca, Morelos, donde conocería el rostro más nítido de los hombres que someten y violentan sin freno.

Recientemente, la coordinadora nacional del programa regional sobre Migración de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), Marisol Cálix, alertó que los traficantes de personas se han “reinventado” con la pandemia causada por el Covid-19, pues ahora utilizan el internet y las redes sociales para captar a sus víctimas, entre las que los más vulnerables son los niños, niñas y jóvenes. No obstante, Sara asegura que desde hace una década estas redes ya eran factor. 

Cuando la puerta se cerraba no había a donde huir, el que pagaba –no a ella, sino a su tratante– mandaba sobre un cuerpo al que creía podía morder, golpear y poseer con violencia, mientras el estómago se le revolvía y sólo le quedaban las ganas de llorar.  

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Sufrí violaciones, sufrí un chingo de agresiones, y hubo una vez que me drogaron sin mi consentimiento y terminé en un pinche palenque clandestino atrás de los jales de ahí de la Universidad (Autónoma del Estado de Hidalgo). Pinches perros bien grandotes, yo estaba bien drogada. Ya andaba muy mal

“Se me acercaban niños a toquetearme, con sus gallos de pelea. Me decían: ‘no lo agarres, güerita, porque te va a picar; es bien bravo’, y así lo acariciaban”.

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¿CÓMO OPERA LA INDUSTRIA DE LA TRATA?

Si se lo preguntan a Sara, que fue enganchada hace 15 años y estuvo en esa industria más de una década, tiene una respuesta clara:

“Desde ese entonces, y hasta la fecha, las tecnologías de la información y las redes sociales son cruciales para la captación de niñas. Ellos buscan, por lo menos, el tipo de personas con los que yo me encontré: niñas entre 15 y 19 años, que puedan pasar por legales, pero también por menores.

Aparentemente la edad es lo de menos, lo importante son determinadas características físicas, psicológicas, económicas, sociales y culturales, especialmente la situación de vulnerabilidad y la fácil manipulación

“En mi caso usaron el método de enamoramiento, (al principio) nunca me golpearon ni sometieron por medio de la violencia física, sino que se me manipuló. Cada tanto me hacía pruebas de lealtad o me hacía saber que estaba siendo vigilada. Él me marcaba los hoteles donde era seguro trabajar, los tres que recuerdo eran Rosales y Girasoles, que parecían ser del mismo dueño, y Villa Bejar. En algún momento me tomó fotografías con una cámara profesional que supongo que vendió o utilizó para promocionarme por internet”.

Como el servicio era VIP, estaba más protegida. La violencia física aún no mostraba sus verdaderas fauces.

Se promocionaba en un anuncio clasificado, en el Sol de Morelos.

A Sara, el tratante todo el tiempo le hacía creer que era algo así como su novia, muy liberal, porque había más novias. Sin embargo, si reclutaba suficientes mujeres podría retirarse y ser su novia oficialmente, la única que le merecería, entonces los dos vivirían de la desgracia de otras, más ella ya no tendría que ceder su cuerpo a los hombres.

La presión por captar menores para que se dedicaran a esto crecía. Debía buscar en ellas un rasgo: la vulnerabilidad.

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“Una vez llegué a una casa muy bonita, de un vato, que tenía en su habitación, donde sucedía lo que sucedía, una espada con una inscripción y la sacó de su funda y leyó la inscripción, porque le pregunté qué decía: ‘no me saques sin razón y no me guardes sin honor’. Se me quedó viendo bien cabrón, muy intimidante, y me dijo: ‘ahora tendrás que matarme o yo tendré que matarte’. Me dio mucho miedo, mucho mucho miedo.   

Cada que tú haces eso es tirarte una ruleta rusa. No siempre lo notaba, pero en ese momento me di cuenta

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Aunque las mayores agresiones físicas, como golpes, mordidas o uso de la fuerza con intención sexual le sucederían principalmente siendo una mujer adulta y trabajando como bailarina y como fichera, donde seguiría después, en ese periodo, siendo menor, también las hubo, “aunque creo que lo más terrible de aquel 2005 fue la violencia psicológica, aun más perversa. Es difícil de explicar, pero siento que la violencia que sufrí siendo mayor, en los bares, fue más bruta u obscena por decirlo de algún modo, más obvia.

En esos encuentros pagados generosamente donde incluso a veces me llenaban de regalos y era más como una cortesana, viví una violencia simbólica y una forma de pedagogía de la violencia, el poder y el sometimiento muy complejas, sutiles y sofisticadas, que estaban directamente relacionadas con despojarme del control sobre mi cuerpo

Sara dice que es difícil de explicar, pero lo intenta con un ejemplo: “un viejo especialmente siniestro me citó en uno de estos hoteles, creo que el Girasoles. Lo que él quería, más allá del sexo, era un golden shower, término que yo desconocía entonces. Para tal efecto, antes me hizo beber mucha agua, después me pidió que me parara sobre él recostado en la cama con las piernas abiertas y me orinara encima. Me presionó y me dijo toda clase de cosas que me hicieron sentir que era totalmente inútil, pues no pude hacerlo por más que intenté, hasta mucho después, en la tina del baño. Él se cansó de insultarme hasta el último momento y yo me fui avergonzada, casi pidiendo disculpas. Tiene muy poco, al escuchar el testimonio de otra mujer que fue sometida a la explotación sexual, que me enteré de que el verdadero placer en esa práctica está en bloquearte para que no puedas orinar a punta de insultos, esto les divierte mientras la mujer o niña no sepa por lo que está pasando”.

Sara no recuerda cuánto cobraba ni cuánto era lo que se quedaba él, su enganchador. Su mente ha bloqueado datos de aquellos días, mas no el agravio al cuerpo, perdiendo, por la fuerza de otros, su voluntad. En la memoria, aquellas escenas son un pasado que no se va.        

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Hubo un día que tuvo miedo, demasiado. Se sentía triste, sola. Él la insultaba y la agredía, ya no era una novia querida. De los “servicios” salía con ganas de llorar, infeliz, con el estómago revuelto. Un día decidió que había tenido suficiente y aquellos días no dejaron de ser un pasado sufrible. Ella pudo irse, vacía, sin el dinero que había creído podría juntar para lograr su libertad, y con los recuerdos como cicatrices.

Se pudo ir porque había nuevas “novias”, más jóvenes, que aceitaban la cadena que reverdecía. Pasaba entonces la desgracia a otras manos. Para hacerlo perdía todo lo supuestamente ganado. Puso irse también porque en el lado de la trata que conoció le tocó un “micropadrote”, no un cártel sanguinario que termina con la vida de quienes intentan salir. Ya había drenado mucho su cuerpo y pudo salir en un descuido.

Pasaron años y con la maternidad llegó otro tipo de vulnerabilidad. Sintió que sólo tenía un modo para conseguir dinero. Cuando más apremiaba la desolación, desesperada, entró a un bar como “fichera”. Ahí la violencia sería más dura y más nítida.

“Yo estuve en salones de ficheras, que es una forma un poco más old school, y ahí hay una competencia de la chingada, pero por lo menos ahí sí hay esta cultura de ‘si tú ya chambeaste, deja chambera a la otra’, así tú ya no te pones tan peda y la otra gana varo. Se equilibra el pedo. Pero ya en los teibols ya te azuzan: ‘tienes que trabajar más, tienes que ganar más que la otra, y así’, entonces siento que sí va cambiando la dinámica, que se va recrudeciendo más y más.

En general ahí hay mucha mierda, aunque quieran decir que no. Aun las cosas como legales son una tapadera para cosas muy culeras. Eso hace que ellos no quieran a nadie husmeando ahí. Fue en ese momento que yo encontré el peligro de este discurso de que ellos ‘son chidos’, de que ellos son empresarios que sólo quieren hacer negocios y le dan trabajo a mujeres vulnerables, como a mamás solteras. Sufrí violaciones, sufrí un chingo de agresiones…

La primera noche bebió hasta tambalear. Salió completamente alcoholizada, pero el murmullo de los fajos de billetes la hacía sentir sobre el mundo. A la sima, en cambio, había caído una pequeña de 18 años que había bebido hasta la inconciencia. Sara vio cómo fue abusada por un hombre que podría ser su abuelo. No actuó entonces. Ese recuerdo le amarga.  

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), las secuelas físicas de las víctimas de trata son equiparables a los sobrevivientes de guerra y de tortura.

También alerta sobre otro factor: la disociación, un mecanismo de defensa que puede surgir ante un evento o serie de eventos traumáticos con características violentas De acuerdo con la clasificación internacional de enfermedades de la OMS, la disociación permite que las mujeres víctimas puedan sobrevivir a la explotación sexual y, aún después, al desconectar o retirar, por ejemplo, las emociones más dolorosas de la vivencia o del recuerdo traumático.

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“Como te decía, además de las mafias que operan con toda impunidad y protección de la sociedad y los tres niveles de gobierno, existen muchas personas dispuestas a comerciar con niñas, mujeres y personas vulnerables. Estando de viaje, de rol con una amiga poco después de eso, que también es sobreviviente de abusos infantiles y explotación sexual infantil, recibimos varias propuestas por nacionales y extranjeros de intercambiar favores sexuales por dinero, eso también me ha pasado estando por mi cuenta, en toda clase de contextos, por eso sostengo que lo que les llama la atención no es determinada ropa o maquillaje, y que incluso la apariencia en concreto pasa a segundo plano frente a la situación de vulnerabilidad que facilita la erotización de relaciones de poder desiguales, y que una gran cantidad de proxenetas amateur y puteros operan al margen de estas mafias amparados por la cultura del proxenetismo, que cada vez se oficializa más, a la par de la narcocultura y la necropolítica.

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Se fue de los bares, pero regresaba cuando la urgencia era grande. Entró a estudiar a la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, la licenciatura en comunicación. Tenía muchas deudas y, además, le nació el interés por realizar una investigación sobre el trabajo sexual. Quería salir del apuro económico y también escribir una etnotgrafía, fue entonces que volvió fijamente a los bares.

Me acuerdo mucho de una amiga que también se encontraba en una situación muy vulnerable y que me estaba chingue y chingue que yo la llevara. Y ya, íbamos a mi casa y le decía: ‘nada más nos arreglamos y ya nos vamos’, pero mejor ese día ya no iba y nos quedábamos echando cartas, porque yo no podía hacerle eso. Entonces sí de repente pensé: ‘si no puedes hacérselo a tu amiga, ¿por qué sí te lo haces a ti?’. Le dije a mi amiga: ‘no, jamás te voy a llevar. Si necesitas dinero mejor pídeme a mí’. Llegó un momento en que dije: ¿por qué, por qué te lo vas a hacer a ti, si es tan horrible que nos quieres que nadie tenga que hacerlo?

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EL PASADO NO SE VA

Sara dice: “como el centro de la violencia es justamente la parte sexual, me dejó tan jodida todo, y para mí no terminó con eso. Yo dejé de tener relaciones sexuales durante dos años porque ya no podía, simplemente ya no podía”.

La trata, asegura, tiene sus bases en esta ruptura, en el despojo de la identidad y en la imposibilidad de defender este territorio de tu cuerpo. Es una violencia que se alimenta de la cultura de la pornografía y que a las sobrevivientes les cuesta recuperar el derecho a disfrutar y a ser mirada por los otros.

Es algo que creo que compartimos todas las víctimas de trata y en general de explotación sexual, porque es una violencia que sólo sube de nivel, en el que la violencia sexual es la forma más aguda, que te termina despojando de esa posibilidad (de disfrutar la sexualidad)”, afirma

Sara recuerda un pasaje de los Demonios del Edén, el de una menor de 13 años que viste cuatro calzoncillos de algodón, uno sobre otro. El último, sobre el resorte, tiene un listón fuertemente amarrado. La autora, Lidya Cacho, perseguida por el poder político coludido con los tratantes que denunció, lo sintetiza así: “llevada por el miedo, con él la niña clausuró su sexo, su derecho al placer”.

En mi caso es lo mismo. Llegó el momento en el que ver una escena sexual en la televisión me provocaba una ansiedad que yo ya no podía seguir. Pero no solamente es eso, se te quita el deseo de comer, de todo… Por eso no creo que haya salido completamente de ahí. Siento que ya puse un espacio, pero no creo que ya haya terminado la historia, sigo dentro de la madriguera”. Sentencia: “a mí me mutilaron esa posibilidad del placer

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“Muchas mujeres que están en esa situación te van a decir: ‘no, yo estoy encantada de la vida’, pero en realidad lo que tienen es interiorizada un chingo de violencia. Yo las entiendo, porque yo mucho tiempo defendí esa bandera con uñas y dientes”.

Sara dice que si cuando estaba en los teibols le hubieran preguntado acerca de esto, hubiera dicho que estaba por voluntad. Incluso, dice un eterno porcentaje, replicado una y otra vez en artículos sobre la trata en internet, que 95 por ciento de las mujeres que se prostituyen lo hacen por necesidad o coacción.

No obstante, ahora asegura que el Estado es responsable de la precariedad de muchas mujeres que llegan, en la indefensión, a la trata, como también de permitir que formas violentas se repliquen en toda esta cadena. Ahora que lo ve a distancia, afirma, segura, que nadie puede hacer esto por voluntad.

Ariana Molina Ríos, psicóloga feminista, fundadora y coordinadora de la asociación civil Juntas, Psicoterapia para la Autonomía Emocional, señala que las afectaciones socioemocionales que las mujeres presentan después de ser víctimas de trata de personas con fines de explotación sexual son diversas.

“Un primer aspecto fundamental que es afectado es la continuidad o construcción de un proyecto de vida. Dicho proyecto requiere contar con seguridad, confianza, esperanza, libertad y miras hacia el futuro, mismos que han sido dañados severamente”, explica.

Otro aspecto importante que refiere es el deterioro de la autoestima: “las mujeres sobrevivientes tienen un autoconcepto y una autovaloración disminuida; asimismo, su imagen corporal fue avasallada, al ser el cuerpo el objeto de la violencia, que es cosificado y explotado como un objeto; por tanto, en la esfera mental se pueden presentar trastornos como estrés postraumático, ansiedad, depresión, pensamientos e imágenes repetitivas del evento violento, así como ideación o intentos suicidas”.

También, añade, se ve afectada la capacidad para establecer vínculos con otras personas, ya que el engaño, manipulación y sometimiento, entre otras acciones, han generado desconfianza, desesperanza, aislamiento, aunado a sentimientos de miedo, indefensión, humillación, enojo, frustración e impotencia.

Físicamente, acota, es posible que existan embarazos no deseados, desnutrición, consumo de sustancias nocivas y adicciones, así como lesiones físicas en zona genital y anal, como desgarros, hemorragias, provocando incluso la muerte.

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En las fauces de la explotación sexual, Sara bajó al hades y logró volver. Ahora ha vuelto de nuevo, al enfrentar otra batalla, por sus hijos.

“A causa de mi situación económica y la manipulación de mis familiares, mis hijos no viven conmigo, están de ‘vacaciones’ temporalmente, pero pese a que allá también sus derechos son vulnerados de varias maneras que el DIF considera ‘no graves’, como golpes ‘leves’, jaloneos, violencia psicológica, falta de control en los horarios y hábitos de higiene básicos, se decidió que lo mejor es que los niños por ahora estén con mi familia.

El padre del mayor, dice, “es también torturador, prostituyente o consumidor de servicios sexuales, como decidas llamarle, a quien conocí en el bar Western, de Pachuca. Durante nuestra relación el señor me reventó el apéndice a patadas porque estaba demasiado ebrio y se negaba a llevarme al hospital; casi pierdo la vida por peritonitis.

Sara inició el proceso de denuncia el 2 de junio de este año y hasta la fecha ni ella ni sus hijos cuentan con ningún tipo de asistencia. Contra el Estado también libra una batalla como sobreviviente de trata, en la que la han revictimizado y, afirma, abandonado.

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En abril de 2020, el titular de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) de la Secretaría de Hacienda (SHCP), Santiago Nieto Castillo, dijo a la Fundación Thomson Reuters que cárteles como el de Santa Rosa de Lima y La Unión Tepito han "mutado" del robo de combustible y la venta de drogas a la trata de personas.

De acuerdo con informes de inteligencia a los que se tuvo acceso para este trabajo, La Unión Tepito opera en la frontera entre Hidalgo y el Estado de México. En el primer territorio, específicamente en Tizayuca.

Según estas fuentes, dos líderes que controlan, principalmente, el trasiego de droga y el robo de transportes en este municipio: El Topo y el Gokú. Se trata de dos capos que tenían sus cotos en el narcomenudeo, hasta que fueron apadrinados por cárteles. El primero, por el del Golfo; el segundo, por la Unión Tepito.

Santiago Castillo dice que de este último han detectado ramificaciones hacia la trata, al vigilar y extorsionar mujeres que son obligadas a vender servicios sexuales, al menos en la Ciudad de México.

El informe Una mirada desde las Organizaciones de la Sociedad Civil a la trata de personas en México, elaborado por Hispanics in Philanthropy (HIP), una red transnacional que conecta a organizaciones de la sociedad civil e investigadores, refiere que la falta de información relacionada con la trata se debe a que los carteles de la droga han ampliado sus actividades y el secuestro, la extorsión de migrantes, el cobro de piso, la captación de mujeres y niñas para la explotación sexual y el secuestro de niños para el traslado de droga son las actividades de “desarrollo” que invaden la República.

De acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), de enero a agosto de este año se iniciaron 345 carpetas de investigación por trata de personas. El Estado de México, con 81, y Nuevo León, con 68, lideran la estadística.

Este trabajo es una mentoría de la Fundación Thomson Reuters, derivado del curso Cómo cubrir la trata de personas y la esclavitud moderna.