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“Los Zetas” tocaron la puerta de Raúl y lo hicieron niño sicario

A los 14 años fue reclutado por "Los Zetas", donde fue testigo y perpetrador de los horrores del narcotráfico

Escrito en NACIÓN el

Raúl y sus hermanos acababan de llegar de la escuela, iban en la secundaria, cuando alguien tocó a su puerta. Dos jóvenes se presentaron, dijeron ser miembros de “Los Zetas” y le ofrecieron trabajo, ganaría 35 mil pesos al mes, no lo pensó dos veces y aceptó. Tenía apenas 14 años.

Alto, musculoso, rubio y de ojos claros, Raúl destaca dentro del centro de internamiento, actualmente tiene 21 años donde cumple una sentencia de cuatro años. Su caso es expuesto en el libro “Un sicario en cada hijo te dio”, de Saskia Niño de Rivera, Mercedes Castañeda, Fernanda Dorantes y Mercedes Llamas.  

“No tengo mucho que perder”, se dijo Raúl mientras pensaba en lo que podía hacer con los 35 mil pesos mensuales: Darle a su mamá la lavadora que tanto quería, comprarle a su papá un automóvil y salir en familia como antes de que sus padres se divorciaran, también pagaría el tratamiento de cáncer de su hermano. 

El entusiasmo de Raúl aumentó cuando le dijeron que los 35 mil pesos serían solo el comienzo, pues con el tiempo vendrían aumentos y bonos. Entregó su solicitud, le tomaron una foto y le hicieron un expediente. 

Que vecinos, conocidos y hasta familiares también fueran parte del cártel ayudaron a confiar en ingresar a sus filas. Además, no le iba bien en la escuela y sus amistades no eran las más decentes. 

Le dieron un arma y, junto a otros jóvenes reclutados, lo llevaron en camioneta a la sierra donde recibieron un adiestramiento por parte de exmilitares y exmarinos, que duró seis meses. El entrenamiento que no recibió fue el de la mente, el cómo asimilar cuando comienzas a matar, algo que le vino de golpe. 

Raúl le perdió miedo a matar y a morir tras un enfrentamiento en 2015 entre miembros de “Los Zetas” y del Cártel del Golfo. Ahí, relata, asesinaron a muchos de sus amigos. Fue cuando se dio cuenta en lo que se había metido y en su mente se instaló la idea de “mueren ellos o muero yo”. 

Entonces, dice, se volvió más sangriento. “De pronto te das cuenta de que ya estás mochando cabezas, brazos y todo… y ya no sientes nada”.

Raúl comenzó a drogarse, consumía cocaína, la cual -dice- le ayudaba a la hora de los asesinatos. “Andaba bien loco, me metía cocaína y hacía las cosas como si nada. Después me di cuenta de que ya me estaba excediendo y empecé a matar gente, pero ya sin la droga”.

En una ocasión lo mandaron a asesinar a unos vendedores de droga enemigos, sin embargo, en el lugar había bebés, que eran hijos de los dealers. Mataron a siete personas, a unos los descuartizaron, a otros los quemaron, los niños no fueron heridos, pero sí testigos de la muerte de sus padres. 

“No dejaban de gritar, pero pues ni modo, nos habían dado la orden y teníamos que hacerlo… ese día sí sentí feo porque había niños y lo vieron todo”.

Raúl comenzó a ganar hasta 80 mil pesos mensuales, le daba parte del dinero a su mamá y lo demás lo malgastaba en mujeres, carros y vicios. Hasta que dentro del cártel conoció a Julieta, quien se hizo su novia y luego la madre de sus hijos. Ella también estaba interesada en ser parte del cártel, pero luego ya no quiso. 

Se alejó de los vicios y ahorró para comprarse una casa y vivir ahí junto a Julieta.

Sin embargo, la “cosa se puso fea”, “Los Zetas” estaban perdiendo poder, la mayoría de los líderes ya estaba en penales. Fue entonces cuando pensó en su familia, Julieta ya esperaba a su primer hijo y recordaba el destino que tuvieron varios de sus amigos dentro del cártel. 

El cártel se debilitaba y miembros de la organización comenzaban a trabajar con el Cártel del Golfo. 

Un día lo mandaron llamar, le dijeron que debía investigar a alguien importante del cártel porque creían que pasaba droga por debajo del agua y les estaba robando. Se había metido con los del Cártel del Golfo cuando se dio cuenta de que “Los Zetas” estaban perdiendo poder. 

Durante días lo investigó, lo siguió y le tomó fotos afuera de su casa y de una bodega donde entregaba drogas a los contras. Al final descubrió que sí andaba con el Cártel del Golfo, por lo que le ordenaron que lo asesinara. Raúl lo hizo.

En otra ocasión, lo volvieron a llamar. Hicieron una gran junta general, a los asistentes les quitaron los celulares y las armas. Ese día nos dijeron: “Ya no vamos a ser los Zetas, ahora vamos a ser una nueva organización, el Cártel del Noroeste.” Al principio era Noroeste, no Noreste, relata Raúl. 

No le duró mucho a Raúl ser parte del nuevo cártel. Policías lo detuvieron en la casa que había comprado a Julieta, quien ya esperaba su segundo hijo. Un miembro de “Los Zetas” que se pasó al Cártel del Golfo lo traicionó, asegura. 

En la primera cárcel donde lo recluyeron aún operaba y ganaba dinero. Trabajaba como escolta de un jefe del cártel detenido, también vendía droga dentro del penal y tenía a sus órdenes a gente que operaba en libertad. Encerrado se enteró del nacimiento de su segundo hijo y de la muerte de su padre. 

Luego, lo trasladaron a otro centro donde lo tenían más controlado y fuera de la ilegalidad. Ahí, dice, se siente más seguro. Terminó la secundaria y está haciendo la prepa, va con la psicóloga, la criminóloga, tienen muchos programas y hacen deporte.

“Extraño tener dinero, carro y todo, pero no estaba a gusto, podía tener las riquezas y los lujos que quería, pero no estaba cómodo. Ahora me siento bien, no tengo nada y lo poco que tengo se lo agradezco a Dios”.

LOS NIÑOS EN LAS MIRAS DE LOS CÁRTELES

Mercedes Llamas, coautora del libro "Un sicario en cada hijo te dio", expuso en entrevista con La Silla Rota tres razones principales por las que organizaciones criminales engrosan sus filas con menores de edad. 

Primero porque son mano de obra barata: "Los niños salen más económicos, mucho más fácil pagarle 30 mil pesos a un niño sicario que a un adulto que exigiría un poco más".

La segunda razón es porque los menores son más maleables: "En los entrenamientos de los cárteles en la sierra, a los niños se les da a un perrito, lo tienen que cuidar por un mes y al final de mes tienen que matarlo. A un adulto le costaría más trabajo, al niño también le costaría pero se va endureciendo más rápido, va perdiendo la noción entre el bien y el mal".

La tercera, las endebles medidas legales contra los menores. Mercedes explica que México, como en la mayoría de los países, a los niños menores de 14 años no se les puede privar de su libertad sin importar el crimen que cometan, es una legislación benigna y garante de Derechos Humanos.

EL "PERFIL" DE LOS NIÑOS SICARIOS

También existe un "perfil" de niños sicarios, según señala Mercedes Llamas. Primero, señala que existe una violación sistemática de los derechos humanos por parte del gobierno en contra de los niños, misma que los pone vulnerables: "Si la familia no le da (un sano desarrollo), el gobierno es el encargado (de darlo)".

El segundo factor es el entorno criminógeno, es decir, el ambiente cooptado por el crimen en el que se encuentra un menor. "Hay zonas específicas en donde las familias completas se dedican a delinquir, en donde es algo habitual", señala Llamas.

Otra de las razones, señala Llamas, es una muy marcada marginación social y falta de oportunidades, "esto hace que los menores encuentren en el crimen la posibilidad de cubrir ciertas necesidades económicas y emocionales que no puedan cubrir de otra forma".

Mercedes Llamas menciona la "actitud procriminal" como otro de los factores que convierten a un niño en sicario, se trata de la atención que el menor tiene a ciertas características de lo criminal.

La "actitud procriminal", señala la autora, tiene tres vertientes: la admiración a los delincuentes, la racionalización de sus conductas y el rechazo a la autoridad. 

"Esto lo vemos en los niños que les preguntan ´¿qué quieres ser de grande?´ y responden ´Quiero ser narcotraficante´. Esta admiración que ven en el narcotraficante que llega al pueblo, trae ´camionetones´, ´mujerones´ y todo el dinero del mundo", dice Llamas sobre la primera vertiente que, añade, también es motivada por las "narcoseries".

Sobre la racionalización de conductas, Mercedes explica que se trata de la justificación de los menores por sus actos: "Empiezan a decir ''estoy haciendo esto porque si no, no puedo ganar esta cantidad de dinero'', es ponerte pretextos, justificarte".

En cuanto al rechazo a la autoridad, la autora señala que es más natural; sin embargo, en los niños sicarios se ven más afectados porque se dan cuenta que son parte del crimen: "cómo le voy a pedir a un adolescente que tenga una actitud distinta a la autoridad, si lo único que ve es a criminal con placa".

"Todo esto se conjunta y hace que los niños a los 8 años digan ''esta es mi salida'' o ''no tengo otra salid'' [...] y a los 12 años ya saben matar", sentencia Mercedes Llamas.