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Las fiestas de “El Chapo” en Puente Grande

Tras su primera captura en 1993, Guzmán Loera hizo de Puente Grande su jaula de oro, donde hacía y deshacía como él quisiera

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Cuando Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”, fue detenido en junio de 1993 en Guatemala, sabía que ese no era su final, sino su inicio.

Recluido primero en el centro penitenciario del Altiplano, en el Estado de México, el líder fundador del cártel de Sinaloa fue transferido al poco tiempo al penal federal de Puente Grande, en Jalisco, donde se sintió más cómodo.

Guzmán Loera cooptó a todas y cada una de las autoridades de esta cárcel de máxima seguridad, convirtiéndola en su jaula de oro.

Las fiestas eran una constante desde que “El Chapo” controlaba Puente Grande, así lo asegura Jesús Lemus, periodista que fue injustamente detenido en dicha cárcel durante el gobierno de Felipe Calderón.

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Ahí, Lemus charló con varios reos, entre ellos Noé Hernández "El Gato”, violador y asesino de niñas. Él le contó cómo era la vida en el penal en los tiempos de Guzmán Loera.

“El Gato” lo calificó como un nómada dentro de prisión, se paseaba en todos los módulos, charlaba con la población, preguntaba por sus necesidades y si podía los ayudaba.

Según Noé Hernández, a él le dio dinero para que sus papás lo pudieran visitar en la cárcel, también le regaló una televisión, tenis y hasta lentes.

Guzmán Loera era el único que tenía teléfono de todo el penal, se los prestaba a otros reos para que pudiera hablar con sus familias.

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Los guardias, relata “El Gato”, se acercaban todos los días a “El Chapo” para preguntarle que quería de comer, él ordenaba y las cocineras del penal lo hacían.

En ocasiones Guzmán Loera “dejaba descansar a las cocineras” y pedía que trajeran comida de afuera para todos los reos.

Cuando él ordenaba eso, todos sabían que se avecinaba una tremenda fiesta, según detalló Hernández.   

Comían borrego o carnitas, contrataban un conjunto musical y, solo para los más cercanos de “El Chapo”, compraban alcohol, principalmente whisky.

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No podía faltar su mano derecha que también estaba recluido en el mismo penal: Héctor “El Güero” Palma.

Mientras “El Chapo” y “El Güero” charlaban, su gente los rodeaba y no dejaban que nadie se acercara porque “estaban hablando cosas de señores”.

Para la población, Guzmán Loera llevaba cervezas, pero sólo dejaba que tomaran una o dos, no más, para evitar problemas.

Noé Hernández contó a Jesús Lemus una fiesta en particular que se hizo un día del padre, cuando Guzmán Loera recibió en el penal a sus hijos.

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En esa ocasión “El Chapo”, relata “El Gato”, trajo comida de Guadalajara, contrató a cuatro grupos musicales e innumerables litros de alcohol.

Varios reclusos se pusieron borrachos y comenzaron una trifulca dentro del penal. Los hechos tuvieron consecuencias, Guzmán Loera suspendió las fiestas. 

Lo vivido por Lemus dentro de Puente Grande está plasmado en sus dos libros “Los Malditos” y “Los Malditos 2”.

Ayer, “El Chapo” cumplió 62 años, encerrado en una cárcel de Manhattan en Nueva York, lejos de una fiesta como las que organizaba en Puente Grande.

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Aislado totalmente, Guzmán Loera espera sentencia, una que muy probablemente sea cadena perpetua.

Sería encerrado en el “Alcatraz de las Rocosas”, una de las prisiones más temidas dentro de territorio nacional.

RGG