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“Fui comandante de un cártel a los 15 años”

Comenzó yéndose de pinta en la secundaria y terminó como comandante de un cártel, así la vida de niño sicario de Jesús

Escrito en NACIÓN el

Jesús era un apasionado al futbol, gustaba de jugarlo en las calles de su natal Jalisco donde, claro, era seguidor de las Chivas del Guadalajara. Su cuarto estaba repleto de posters de sus jugadores favoritos, entre ellos Marco Fabían y Javier Hernández, “El Chicharito”.

Sin embargo, la vida de la joven promesa del futbol cambió cuando uno de sus amigos lo convenció de unirse a un cártel. La historia de Jesús es expuesta en el libro “Un sicario en cada hijo te dio: Niñas, niños y adolescentes en la delincuencia organizada” de Saskia Niño de Rivera, Mercedes Castañeda, Fernanda Dorantes y Mercedes Llamas. 

La vida de Jesús era relativamente normal, vivía con su madre, dos hermanos gemelos y sus abuelos, a su padre nunca lo conoció. Cuando entró a la secundaria, dejó de llamarle la atención la escuela y comenzó a irse de pinta. 

El tiempo fuera de la escuela lo dedicaba a jugar futbol. Sin embargo, sus compañeros de cancha gustaban de fumar marihuana luego de cada encuentro. Jesús no quería probar esa droga, pero la presión que ejercían sobre él terminó cediendo.

“Siempre me decían: ‘Jesús, no seas maricón, puto, échate uno con nosotros, marica, marica’.”

Aquellos sujetos que le dieron su primer “churro de mota” andaban en malos pasos, recuerda Jesús, estaban en las filas de un cártel, se ausentaban por temporadas cuando sujetos con automóviles lujosos y armas largas pasaban por ellos.

Juan, uno de los mejores amigos de Jesús, lo invitó a que trabajara para el cártel. “Me dijo: ‘mira, aquí puedes hacer mucha lana, ya el comandante que lleva tres años aquí tiene su troca, sus armas, un chingo de dinero y siempre está con mujeres bien buenas’.”. Le dio tres días para pensarlo. Aceptó.

Jesús hizo su maleta y sin avisarle a su madre y abuelos se fue para unirse a las filas del Cártel del Golfo. Él pensaba que se trataba sólo de una travesura, que regresaría triunfante a casa con dinero y que su madre no se enojaría al saber que no estaba con los bolsillos vacíos. 

Se subió a una camioneta junto con 60 chavos, 12 de ellos los conocía, eran del mismo barrio donde él vivía.

“Algunos tenían cara de emocionados y otros de miedo… creo que, en el fondo, todos teníamos miedo”.

El menor relata que los llevaron a la sierra, donde les hicieron firmar una hoja en la que señalabas cuánto querías durar, a quién y a dónde querías que dejaran dinero si te mataban y para qué puesto querías aplicar. Jesús optó por ser sicario, pues así ganaba más dinero, 20 mil pesos mensuales de inicio.

Jesús fue entrenado por un kaibil, un soldado de élite del Ejército de Guatemala. Aprendió a usar armas, así como tácticas de supervivencia e incluso un poco de entrenamiento psicológico. Durante la capacitación probó diferentes drogas, le tomó gusto a la marihuana y a la cocaína, sobre todo a esta última que hacía estuviera alerta.

Cuando terminó el entrenamiento, Jesús era otra persona.

“Cambié mi forma de pensar, de actuar y, sobre todo, me alejé de todo lo que me había enseñado mi familia. Siempre me enseñaron a ser humilde y a no sentirme más que los demás, y pues ahí como que se me olvidaron esas cosas. Al contrario, quería sentir poder, esa sensación de cuando mataban a alguien o cuando le apuntaban a la cabeza a alguien y ese alguien pedía clemencia”

De ganar 20 mil pesos mensuales, llegó a 30 mil pesos más bonos por los diferentes trabajos que hacía. Regresó con su familia, su madre estaba molesta, no quiso aceptar el dinero pues ya sabía que trabajaba para un cártel, Jesús se lo dejó en un cajón y se fue de nuevo. 

Con la paga vino su "primer encargo", una mujer de 17 años.

“No se me olvida, fue una chava, trabajaba con los contras, primero la dejé en el cerro y después le corté la cabeza. Así me dijeron que la tenía que matar. Me dijeron que no lo pensara mucho; sentí muchas ansias desde que me ordenaron hacerlo, ya cuando la maté, me calmé un poco”

Luego de su primer asesinato, relata, vinieron las pesadillas, no podía dormir, cada que intentaba conciliar el sueño la mujer aparecía en su mente. “Intentaba quitarme esos pensamientos y no recordarla para pasar el día”.  A eso se sumaba la soledad, Jesús extrañaba a su familia.

Aún así, siguió en las filas del cártel motivado por cómo otros chavos como él subían de puesto y cada vez tenían más poder, armas y dinero. Las drogas y las mujeres también lo hacían olvidar su primer crimen. Cuando acabó el entrenamiento, recuerda, les llevaron a unas prostitutas y tuvo su primera relación sexual a los 12 años.  

Una noche en el campamento del cártel, pensando en su familia y todas las personas que había asesinado, Jesús comenzó a llorar. Un jefe lo vio y le dijo que podía dejar la organización, que estaba muy joven para esto, sin embargo, no quiso, pues tenía miedo que el cártel rival supiera que trabajó para sus enemigos y lo mataran a él junto a su familia.

A partir de ese momento, Jesús comenzó a bajar el número de víctimas, dejaba que otros hicieran ese trabajo, comenzó a subir de puesto y a reclutar a más jóvenes para el cártel. A los 15 años ya era comandante, tenía a un grupo armado a su cargo, solo estaba por debajo de un jefe regional.

Como comandante del cártel se encargaba de secuestrar a miembros de la organización rival, regularmente eran mujeres que tenían información útil.

“Las llevábamos a la sierra, las amarrábamos a los árboles por algunos días, ya luego íbamos por ellas y las torturábamos hasta que les sacábamos toda la información, lo que más servía en la tortura eran la orejas y los dedos, ya cuando teníamos lo que queríamos pues les cortaba la cabeza o les daba un tiro”

En dos ocasiones, confiesa, sintió cerca la muerte, una de ella fue cuando policías estatales lo levantaron junto a dos compañeros, los torturaron y les apuntaron con sus propias armas, luego los liberaron. Jesús piensa que uno de los jefes pagó para que los liberaran. 

Como comandante, una de sus actividades era negociar con policías. “Les decíamos cómo estaba todo el rollo, cuándo se tenían que hacer de la vista gorda, a qué compañeros no podían tocar, cuándo traíamos cargamento, cuándo íbamos a dar un golpe a los contras, etcétera. La verdad sí se alineaban, pues es que con dinero y con miedo al final todos terminan igual”.

Siguió dos años como comandante del cártel hasta que fue detenido cuando tenía a dos personas secuestradas. Intentó sobornar a los policías, pero no pudo, tenían la orden de ir por él. 

Cuando lo detuvieron tenía 17 años, por eso no lo llevaron a un penal, sino a un centro para menores de edad. Le dieron cinco años de encierro condenado por secuestro y delincuencia organizada, la mayor sentencia para un menor de edad. Saldrá cuando tenga 22 años.

 

rgg