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Familiares burlan cerco para reconocer a sus muertos; suman 67

“¡Noooo, Dios! mío!, era de las pocas voces entre el tumulto, de una mujer que, casi de rodillas, se apostaba frente a un cuerpo calcinado que, decía, era el de su hijo

Escrito en NACIÓN el

A 200 metros del ducto de Petróleos Mexicanos (Pemex) que explotó en la comunidad de San Primitivo, en Tlahuelilpan, Hidalgo —sitio acordonado por el Ejército— estremecían los gritos de dolor, las gargantas rasgadas entre el helar de las 3:40 de la mañana; sollozos inentendibles, voces perdidas entre la noche. Decenas de familias habían rebasado el cerco para tratar de reconocer a los suyos, cadáveres tendidos entre los pastizales. Esta mañana el gobernador Omar Fayad informó que sumaban 66 muertos y 76 heridos tras la explosión de la toma clandestina de combustible ocurrida la tarde de este viernes. Sin embargo, en las últimas horas se sumó un fallecido más por lo que la cifra de bajas suma 67 personas.  

“¡Noooo, Dios! mío!, era de las pocas voces entre el tumulto, de una mujer que, casi de rodillas, se apostaba frente a un cuerpo calcinado que, decía, era el de su hijo. Una cobija sobre la espalda y los ojos enrojecidos por el llanto y la irritación. 

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Del cuerpo, tendido sobre la tierra que se prendió tras la ordeña, la carne fue consumida por el fuego, y de los vestigios quedaron los huesos que unían al tórax con las extremidades, lo que fueron brazos, lo que fueron piernas, y el cráneo.

Había personas a las que el rostro se les descomponía frente a restos que, afirmaban, eran sus padres, sus hijos, mientras que quienes aún no lograban identificar a alguno alumbraba con la luz de sus celulares el pastizal quemado para tratar de encontrar el vestigio de lo que fue vida.

En el diámetro que había sido acordonado aún quedaban bidones, garrafas y cubetas derretidas con la que pobladores intentaron sustraer gasolina antes del estallido, que ha dejado 67 muertos y 76 heridos.

55, 56, 57 cadáveres calcinados contamos fotógrafos y reporteros en el suelo, antes de que los peritos de la Procuraduría estatal ingresaran a colocar números junto a los muertos. En ese momento, las autoridades confirmaban 21 decesos, pero los pobladores rebasaron en número al Ejército y entraron al punto rojo, donde fue la explosión del ducto. Cadáveres también tenían escasos residuos de piel, un pedazo adherido al hueso de mulso o de antebrazo. 

"Entramos porque entramos", decían con firmeza a los soldados antes de derrumbarse —algunos— ante los cuerpos.

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"Así se hubieran puesto antes de que explotara", recriminaban, arados, a los militares que primero intentaron disuadirlos de entrar, pero ya habían pasado horas en la carretera buscando a los suyos en las listas de muertos y de internos en hospitales, y se introdujeron en lo que fue maleza ante de la lumbre. 

Les dicen que hay 50 personas que no han sido localizadas y no se encuentran en ninguna lista. ¿50?, pregunta un oficial. "Yo al principio vi como 70 cuerpos calcinados", confiesa.

En el campo quedan huellas del incendio. Una persona aún sacó un bidón de gasolina que no fue alcanzado por las llamas.

Basta, dicen, dejen de lucrar con la tragedia, es lo que piden los deudos de San Primitivo. El olor a gasolina invade los poros, se cubren la nariz con la mano y así recorren uno a uno los cuerpos en busca de respuesta. El dolor, como la toma, a ratos estalla y a ratos se contiene.

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