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“Es un misterio, sigo sin saber dónde me contagié”, lamenta sacerdote

34 sacerdotes, cinco diáconos y dos religiosas han muerto desde el inicio de la pandemia hasta el 30 de junio

Escrito en NACIÓN el

Está triste, se le nota en el tono de voz. Por momentos se le va el aire; el covid va de salida en sus pulmones, pero por instantes le roba un poco el aire y lo agita por el solo hecho de platicar. “Ayer otro hermano sacerdote falleció”, cuenta. “Fue por covid. Era un hombre que yo quería mucho y lo que más quería de él era justo sus ganas de trabajar juntos”. De la tristeza pasa al llanto, ese llanto suave que uno contiene para poder seguir relatando lo que duele.

Trabajar juntos es una virtud que nos hace mucha falta en estos momentos; ganas de trabajar en equipo y a él lo voy a extrañar. Pero estoy seguro que esto nos hará pensar más, porque no es fácil la tarea que tenemos

 

A cien días de esta emergencia sanitaria, el número de religiosos fallecidos por coronavirus ha pasado silencioso entre la información diaria. Son 34 sacerdotes, cinco diáconos y dos religiosas desde el inicio de la pandemia hasta el 30 de junio, informó la unidad de investigación del Centro Católico Multimedial. Algunas esquelas se pueden encontrar en la cuenta de la red social Twitter de la Arquidiócesis Primada de México. 

El número de sacerdotes contagiados es por ahora una cifra negra, pues, aunque todos viven para contarlo resguardan sus nombres al hacer uso de su derecho a la privacidad. No obstante, uno de ellos acepta una entrevista con La Silla Rota para relatar su experiencia de manera anónima; es por eso que, de manera ficticia, lo llamaremos padre José.

“Es un misterio, sigo sin saber dónde me contagie”

Así fue, dice. De un día para otro (hace tres semanas) su cuerpo comenzó a darle señales de que algo no andaba bien. “Empezando por alguna diarrea, se sumó conjuntivitis, después dolor de cabeza y otros síntomas como cuerpo cortado, agotamiento muy fuerte, dolor en los músculos. Empecé a tener consciencia de que algo estaba pasando y me alejé socialmente; en el lugar donde estoy somos 4 sacerdotes, les reporté como me encontraba y hablé con una doctora”.

Al día siguiente las cosas se complicaron, definitivamente me decretaron la cuarentena, me hicieron la prueba covid que dio positivo y la instrucción -además del tratamiento- fue estar pendiente de la oxigenación para que en caso de que bajara, me fuera inmediatamente al hospital. En dos semanas no vi a nadie, hablar contigo es una de las primeras llamadas que recibo porque antes me era imposible hacerlo. El agotamiento era absoluto, no podía ni escribir

Antes de la enfermedad el trabajo del padre José le permitió permanecer en casa pues él coordina las acciones pastorales, así que la mayor parte de su trabajo fue virtual. “Hablar con sacerdotes, enfermos, familiares; a partir de que me enfermé deje de hacerlo. No sé si fue alguien que nos trajo algo, alguien que haya salido y fue portador del virus. Mi principal temor era haber contagiado, afortunadamente a los otros sacerdotes con quienes vivo no les pasó nada”. Entonces interrumpe la entrevista y guarda silencio por segundos. “Perdón”, me dice y escucho que de nuevo le falta el aire. “Es que estoy respirando”.

Tras recuperarse, continúa. “En este tiempo me volví demasiado empático con toda la gente enferma; sabemos que vivimos en una pandemia, pero hasta que sufres la enfermedad sabes lo que están sintiendo muchas personas. La pasan muy mal, ahora lo sé bien; me tocaron noches agitadas donde no me era fácil respirar, aunque siempre oxigené bien. Era tremendo”.  

“Lo que más pega es separarnos de los demás”

Quedo, escucho pequeños sollozos y su voz se quiebra porque en ese sentido su experiencia fue muy fuerte. “Es una tristeza muy grande qué el covid sea una enfermedad que te postra y aísla, sin poder tener algo que es la herramienta esencial de la vida: el contacto”.

A veces uno odia muchas cosas que ahí estaban y que simplemente no te dabas cuenta de ellas. Dios se hace presente de muchas maneras en la enfermedad; yo lo sentía todos los días con su cariño, su cercanía. Pero en las noches -cuando la dificultad para respirar-, sientes angustia al pensar que puedes ser parte de ese diez por ciento que se está muriendo. Dije Dios, yo me voy contigo y se acabó; pero ¿Y los que tienen familia o dejan hijos? Por eso entendí que como sociedad estamos llamados a apoyarnos mucho más y enfocarnos en lo que más importa porque la vida se acaba en cualquier momento

Al padre José lo peor que le había sucedido era una gripa mal cuidada o alguna infección estomacal; por eso sabe que el coronavirus ha sido lo peor en su vida. “Nunca había estado tantos días fuera de circulación; y pasarlos solo, te permite darle una revisada a tu vida entera y valorar la gente que uno más ama y viceversa. Dios actúa de formas muy sencillas; uno esperaría qué él actúe y te cure en segundos. Pero no suele obrar de esa manera; su camino es largo y más bello porque lo que más llena el corazón es saberte amado y capaz de amar a los demás. Lo que te sostiene es justo ese amor cercano que se palpa y que te da fuerzas para seguir caminando”.

“Pan con cajeta y amor”

Pese a que muy poca gente supo lo que le sucedió, a este sacerdote le conmovió probar y degustar el amor con que le atendían a distancia. “Cada día que me traían algún té para sentirme mejor es algo que valoro, por qué en esos días el agotamiento y dolor de cabeza es tal, que no puedes hacer nada por ti ni por nadie. Todo te lo tienen que hacer; y ver que hay tantos dispuestos a hacerlo, lo agradezco enormemente”.  

Me llevaban puros calditos porque seguía con la diarrea; después pudieron llevarme más cosas y vi lo rico que cocinaban porque nunca perdí en el olfato y el gusto: desde una rebanada de un panque hasta un pollo con una salsa que me agradaba. A mí me encanta la cajeta y era lo que me mandaban: pan con cajeta y amor

De nuevo, el padre José necesita unos segundos para volver a tomar aire. “Permíteme… perdón… es solo un respiro… para no caer en llanto en la entrevista”. Sí, está conmovido; y es porque sabe que ya no es el mismo de antes. “Ahora valoro muchísimo más, sin lugar a dudas, todo aquello que ahí estaba y que justo por estar en el frenesí cotidiano no podía percibir. Focalizarme más y dejar de perder el tiempo en cosas que no construyen, en batallas inútiles y chismes o diretes. Este mundo necesita vida y hoy que puedo otra vez empezar a interactuar, dialogar y hacer cosas por los demás, me siento mucho más motivado porque pude ya no haber estado aquí. Pero aquí sigo… ¡Pues a seguir entonces!”.

(María José Pardo)