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Regreso a La Rambla

La vida en La Rambla renació plenamente apenas tres días después de ser el escenario del atropellamiento terrorista masivo

Escrito en MUNDO el

BARCELONA (La Silla Rota).-  Gesto de coraje y solidaridad, sin duda; paradoja del abrumador empuje del turismo internacional, que tiene a esta ciudad entre sus favoritas, quizá. Acaso resultado del embrujo y controversia que dominan a la zona. Pero la vida en La Rambla renació plenamente apenas tres días después de ser el escenario del atropellamiento terrorista masivo que causó la muerte a por lo menos 13 personas y heridas a un centenar más.

El resurgimiento de La Rambla se suma ya al amplio enigma que representa esta que es la vía turística más emblemática de la ciudad. Escenario de lo más estrambótico, de los mayores excesos,  pero también de lo más entrañable, ahora más que nunca. Un trayecto de apenas 1,200 metros. Si la Plaza Cataluña es el corazón de Barcelona, La Rambla es su arteria más profunda.

Hay registro de esta vía desde el siglo XV; en ella convergieron alguna vez arroyos que formaban un cauce común que se vertía al mar en Puerto Viejo, la zona que desde 1992, con motivo de los Juegos Olímpicos de los que esta ciudad fue anfitriona, vio desparecer barracas y bodegas para que surgiera La Barceloneta, colocada ya como uno de las playas más hermosas del mundo.

En los adoquines del paseo peatonal de La Rambla hay esta mañana de  domingo breves frases, o simplemente el nombre del país de aquellos que se conduelen de lo que aquí ocurrió apenas tres días antes. Idiomas y naciones se acumulan por decenas ahí,  lo que permite entender por qué casi todas las regiones del planeta están representadas entre las víctimas.

El fenómeno se concentra a la entrada de La Rambla y a la mitad, donde reluce un mosaico, del artista Joan Miró, hoy totalmente cubierto de huellas del pesar colectivo. Hasta este punto, donde la camioneta frenó su embestida, ayer sábado se escurrieron entre la multitud, casi sin hacerse notar, el rey Felipe y su esposa Letizia, en una visita sorpresiva, con guardaespaldas casi invisibles en un intento de no alterar el duelo ni la normalidad que regresa a grandes zancadas.

Aquí y allá, sobre la acera, se multiplican ofrendas con flores, veladoras, mensajes y –lo más emotivo- pequeños muñecos de peluche y otros objetos en homenaje  los niños muertos en el ataque. Entre ellos, Julián Cadman, de siete años, confirmado hoy en la lista fatal.  Fue arrollado junto con su madre, que lo llevaba tomado de la mano. Ella sigue en el hospital grave pero estable.

Las anécdotas sobre la jornada sangrienta siguen adheridas en las charlas de los paseantes y en los testimonios de empleados de tiendas o en establecimientos cuya fama se ha nutrido por años de Las Ramblas, como el mercado de La Boquería, o la espléndida librería La Central.

Aquí no se deja de hablar de los taxistas árabes que fueron y vinieron recogiendo heridos para llevarlos a los hospitales. O los múltiples idiomas que se escuchaban en la fila de donantes de sangre. De los estudiantes de medicina atendiendo a heridos en el piso. Y de los vecinos que han salido por toda Barcelona para abrazar a los Mossos de Escuadra -una policía de alto prestigio, única de Cataluña- por su valor y su eficacia en el sureño poblado catalán de Cambrils,  donde una agente recién arrollada por el vehículo que iniciaba un segundo atentado disparó desde el piso y abatió a varios atacantes.

La tragedia del jueves parecía estar siendo esperada desde años por la ciudad, debido a los ataques similares en países vecinos y a la presencia muy extendida de grupos árabes fundamentalistas en Cataluña.

La única faceta luminosa de los hechos, un efecto no esperado, ha sido que Barcelona esté encontrando en La Rambla algo que debe rescatar y una explicación de por qué el mundo admira tanto a esta metrópoli mediterránea abierta a la diversidad, hospitalaria y tolerante.

Hasta antes de las 17 horas del pasado jueves, cuando un joven islamista radicalizado condujo la furgoneta por 600 metros sobre el paseo peatonal en una misión asesina, La Rambla era amada y a la vez odiada por los catalanes y en particular por los barceloneses, muchos de los cuales veían en ella territorio despojado por un turismo con frecuencia excesivamente bullicioso, alentado por demasiadas cervezas y otras sustancias adictivas.

La Rambla se había convertido –y a partir de mañana lunes cuando concluyan los tres días de luto, seguramente lo será de nuevo- en albergue para despedidas de solteros (y solteras), foro abierto para el turismo borracho que con frecuencia disfruta de exhibir genitales masculinos (y femeninos) pintados de rosa. Visitantes panzones portando la camiseta del Barcelona con el inevitable número 10 y el apellido Messi.

Todo ello resulta comprensible si se considera que el flujo de turistas, que suman casi 8 millones cada año, en temporada alta puede acercarse al volumen de la población total de la ciudad -2 millones de habitantes- y su zona conurbada -en total, 3 millones.

“Guiris” es el mote que se le encaja a esos turistas que encuentran sus ejes cardinales entre La Barceloneta y La Rambla, en sus bares y rincones oscuros. Que se hospedan en donde pueden, la mayoría en departamentos que les son rentados en forma clandestina.   

“Guiris” fueron llamados originalmente los hooligans ingleses, pero luego el término se extendió a todos aquellos extranjeros que lucen aquí ansiosos de hacer lo que en casa ni imaginan, pero que ignoran -y parecían despreciar- que Barcelona, con todos sus matices, ha terminado por asumirse como una comunidad real, que defiende valores comunes, que alienta la participación vecinal y favorece, con numerosas excepciones, es verdad, cierta austeridad en el estilo de vida.

Pero la tragedia hizo recordar a los catalanes que La Rambla forma parte de la vida de la gran mayoría de ellos. Que también la conocieron de la mano de uno de sus padres o de cualquier adulto, pues todos le eran familiares.

Como ilustró el escritor Carlos Zanón en un texto para “La Vanguardia”:

“En Las Ramblas descubrías muchas cosas, y encontrabas otras aunque no supieras que andabas buscando: drogas, una pulsera, un familiar que no debía estar allí (…).Bajabas de adolescente porque ahí estaba lo que podías y no podías saber (…) Volvías de ese paseo sabiendo que había cientos de vidas distintas por vivir (…) mujeres que eran hombres, hombres que eran mujeres, marineros negros de blanco y turistas naranjas, contentos y sorprendidos de estar pisando aquel paseo, de ser gente de aquí y ahora, en tu ciudad. Y que ellos, de muchas maneras, formaban parte de tu comunidad”.

En las horas recientes no hay periódico no estación de radio que no haya parafraseado versos de García Lorca o textos de Juan Goytisolo, entre otros muchos que se han inspirando en La Rambla.

Esa es La Rambla que Barcelona está redescubriendo y a la que sus habitantes están regresando para defenderla, pero también para entenderla desde otros ojos. Los de aquellos que aprendieron desde hace muchos años a admirarla, aunque ahora la vivan como peregrinos del dolor.

Para comprenderse mejor, al parecer, los barceloneses han debido verse desde los ojos de los otros, como escribió alguna vez Octavio Paz, el Nobel mexicano.

fmma