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Ecuador: a un año del terremoto la educación busca salir de los escombros

Los techos de la Unidad Educativa Mariscal Sucre, que tiene 168 estudiantes, cayeron la noche del sismo; aún reciben clases en ramadas que construyeron los vecinos.

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Escrito en MUNDO el

ECUADOR (La Silla Rota).- El exdirector de la Unidad Educativa Mariscal Sucre tiene un nombre que fue el augurio de su vocación y que solo es posible en la provincia de Manabí —estado ubicado en el occidente de Ecuador—,  donde se encuentran los nombres más creativos del país. Newton García camina sobre el piso mojado, lleva una camisa a cuadros y dice que el pasado año hubo 168 estudiantes matriculados. “Esa cantidad sobrepasará las dos centenas”, los cálculos de Newton no fallan.

 

—El terremoto viró algunas aulas, solo quedaron dos disponibles y la oficina de dirección— le dijo García al inspector público que los visitó una semana después del terremoto ocurrido el 16 de abril de 2016. En aquellos días el entonces ministro de Educación dijo en Portoviejo que las clases —programadas para el 2 de mayo— arrancarían formalmente el 4 de julio de 2016 en todos los cantones (municipios) de Manabí.

 

A un año de la tragedia, Newton cuenta que dirigió la escuela hasta octubre del año pasado, periodo en que las clases se dieron junto a los escombros, en ramadas que los moradores del recinto montaron en la plaza y sus domicilios.

 

El próximo 24 de abril iniciará un nuevo año escolar. Se han inscrito 220 estudiantes y la reconstrucción de la escuela está en proceso. La Cartera de Estado de Educación autorizó al Colegio Alemán, de Quito, que interviniese. Para mayo, la primera etapa de la obra tendría un avance del 60%, habrá 7 aulas, salón de actos y un comedor. La escuela, como era antes, estaría en pie en junio.

 

La Codicia es una comunidad de difícil acceso cuyas extintas plantas de caucho atrajeron, desde inicios del siglo XIX, a varios colonos, quienes se asentaron en el territorio montuvio seducidos por las palmas de tagua antes de descubrir la otrora bonanza del ganado.

 

Hoy la conversación entre vecinos sigue siendo el pasatiempo infalible. En el patio de Ramón Palma Vera (58 años) —un campesino a quien se le cayeron dos paredes dejando al descubierto sus electrodomésticos—, un el profesor jubilado Luciano Arteaga (57 años) suelta la frase perentoria: «Ahora solo codiciamos cosas buenas, la educación, por ejemplo».

 

El terremoto del 16 de abril de 2016 causó 671 fallecidos, 560 escuelas tuvieron afectaciones graves y 166, medianas. El Comité de Reconstrucción hizo un “reordenamiento de la oferta educativa”: los docentes fueron sectorizados según su domicilio y “se contempla la construcción de 157 nuevas infraestructuras en Unidades Educativas pluridocentes”.

 

Al momento del terremoto el periodo escolar no había comenzado, por lo que los techos no aplastaron alumonos. Se habilitaron espacios provisionales de educación, se reubicaron temporalmente establecimientos con condiciones adecuadas y se incluyeron en programas de jornadas dobles a cerca de 120 000 estudiantes de los distintos niveles educativos.

 

La educación cuenta con una inversión de 197 millones de dólares, según el gobierno. Pero, a un año del terremoto, aún quedan espacios educativos por levantar como el de esta historia.

                               FOTOS: John Guevara/ El Telégrafo

 

LOS DÍAS DE LA TRAGEDIA

 

Bajo los techos metálicos que bordean la carretera principal del cantón Flavio Alfaro —provincia de Manabí—, los vecinos habían puesto baldes para recoger el agua lluvia. Era la tarde del viernes 22 de abril de 2016, habían transcurrido 6 días desde el terremoto —de 7.8 grados en la escala de Richter—, y dos noches antes había luz intermitente en los postes del alumbrado público. La gente aplaudía cuando se restauraba el servicio de energía eléctrica y el agua potable todavía era un anhelo, pero Ángel Vargas (52 años) —quien caminaba bajo la tormenta con su mandil de enfermero— tenía otras preocupaciones.

                             FOTOS: John Guevara/ El Telégrafo 

 

—La gente quiere despegar, pero el temor sigue presente. Además, en La Codicia se cayó una escuela.

 

La Codicia es un recinto manabita que está a unos 10 kilómetros del parque central de Flavio —como lo llaman los lugareños— donde se repartían esos días donaciones mientras medio centenar de damnificados que perdieron sus casas se apostaron en los alrededores. Pernoctaban sobre las bancas de madera de la iglesia y bajo carpas blancas que alguien donó en la Sierra, la región montañosa del país.

 

—Aquí no hay circular (dinero) —decía Vargas, un tecnólogo del Hospital Básico San Andrés que también es jardinero, consejero, mensajero y hasta guardia—; pero antes del terremoto tampoco había plata.

 

La Codicia es uno de los pocos recintos de Manabí donde la ganadería sigue siendo una opción para sus moradores —la pesca y el turismo alimentan al resto de la provincia más afectada por el seísmo— y está rodeado de una veintena de comunidades de 50 o 60 casas cada una. La lluvia es torrencial en esta época del año y en una cancha la repartición de víveres formó un tumulto.

 

David Dávilas, de 33 años, contaba entonces que las donaciones llegaron desde la Clínica Bermúdez, de Santo Domingo de los Tsáchilas (límite entre la Costa y la Sierra), y le sorprendía la unidad entre evangélicos y cristianos a causa del sismo:

 

—A veces somos contrarios aquí, pero ahora somos manos unidas y solidarias— decía levantando las cejas.

 

Vargas —a quien remover escombros, repartir donaciones y montar un albergue improvisado en su casa le ha granjeado la confianza de sus paisanos— se dirigía a la fila donde las mujeres son mayoría:

 

“Si antes comían bastante, hoy hay que menorar (racionar). Si no se llenan, un vaso de agua lo aprovechan mejor. Por favor, hay que racionar la comida aunque la ayuda venga mancomunadamente. Que sea para los niños, principalmente, que los adultos se controlen. Que una sola familia dirija la cocina en cada casa; si cocinan todas las que viven allí, va a haber un desperdicio. Otros pueblos dan pena al ver cómo están. Nosotros todavía estamos en la gloria”. 

                                      FOTOS: John Guevara/ El Telégrafo

‘La gloria’ era tener qué comer aunque sea poco y de fuera, porque la cosecha escasea en época de lluvia y en La Codicia hay trojes (bodegas de alimentos) que estuvieron bloqueados por paredes derrumbadas. Esa tranquilidad fugaz se veía interrumpida por las réplicas del terremoto (que serán 3.400 en total) y el temor que acarreaban. La noche del jueves 21 de abril de 2016, por ejemplo, se sintió un sismo de 6,1 —con su epicentro frente a las costas de Jama— al que le siguieron otros menores, de 4 y 5 grados; y el último, de 6. Como diferencia entre uno y otro era casi imperceptible, la reacción que generaban siempre rozaba el pánico.

 

Vargas dio albergue en su modesta casa de Flavio Alfaro a 15 personas de 7 familias hasta el momento en que sucedieron las 4 réplicas seguidas. Entonces, 4 de los grupos que acogía migraron a fincas cercanas, de El Carmen y Santo Domingo, por temor a un nuevo desastre.

 

“Hasta mi familia salió gritando. La gente cree que el mundo se va a acabar, pero la Biblia dice que Dios es nuestro refugio. El Señor dice: ‘yo soy tu fuerza, tu fortaleza’”, repite el evangelista de bigote mínimo antes de hacer una comparación que apacigüe los ánimos de sus paisanos:

 

—Un maestro siempre es más fuerte que los alumnos. Al terremoto le siguen réplicas, como alumnos; entonces no hay por qué correr, lo peor ya pasó.

 

Misael Dávila lo escuchaba con sus botas de caucho sobre el lodo. Sin quitarse la camiseta con que suele jugar fútbol, Misael armó la estructura bajo la que se repartían los víveres en La Codicia, donde residen un millar de personas.

 

—Aquí puede funcionar un centro de acopio para todos los caseríos de los alrededores —exhaló con inconfundible acento montuvio.

 

En el recinto se observaba una decena de casas con los muros por los suelos y el sismo pareció ensañarse con el futuro: la escuela, a la que asistían 200 estudiantes, quedó inservible, pues se cayeron sus techos, causando daños en el 90% de su infraestructura.

 

Luciano Arteaga caminó desde su casa hacia El Tambo, una hora diaria durante 3 décadas, para dar clases y soporta la lluvia bajo una gorra blanca oscurecida por la humedad.

 

—Los manabitas podemos decir que hemos perdido un cantón (municipio), Pedernales (la Zona cero). De eso está consciente todo el país —recuerda—. El terremoto fue el susto más grande de nuestras vidas y estuvimos en la mayor penuria, azotados en lo psicológico, hubo personas con la presión alta o temblando.

 

A una hija adolescente de Arteaga, que fue abanderada de la escuela destruida, le tomaron varias semanas salir de casa por la tragedia. Y su tío, Julio (31 años), señalaba una construcción que «tiene que ser demolida: se verá bien por fuera, pero por dentro no sirve para nada».

 

Cerca de unos matorrales, Jorge López, de 75 años de edad, aún se lamenta por el cerdo que aplastó una de las paredes de ladrillo que se derrumbó en su cocina, averiando una moto que usaban ocho integrantes de su familia. Al susto le sobrevino el dolor y una nostalgia ejemplar: Nunca fuimos ricos, pero dignidad no nos falta.

 

Newton García ya no dirige la única escuela de La Codicia, dejó el cargo en un año donde sus estudiantes tenían que parar ciertas clases si el clima era inclemente porque las paredes improvisadas en ramadas son frágiles. Newton sale de misa, a pocas horas de que se cumpla un año del terremoto y repite una frase que sus paisanos han hecho suya: “Los manabas sí que somos aguerridos”.

                                 FOTOS: John Guevara/ El Telégrafo

 

 

 

Datos

 

La Codicia está ubicada en la parroquia Gral. Pedro J. Montero, del cantón Flavio Alfaro, provincia de Manabí, en la Costa del Ecuador.

Una inspección del Ministerio de Educación arrojó como resultado que el 90% de la Unidad Educativa Mariscal Sucre tiene afectaciones (grado 3). La escuela fue edificada en La Codicia (Manabí) entre 1988 y 1992. Se planteó que su reconstrucción dure 3 meses, pero tomará más de un año.

El terremoto del 16 de abril de 2016 causó 671 fallecidos, 875 escuelas tuvieron afectaciones. Se demolieron 4.826 edificaciones en total, incluyendo domicilios.

20 caseríos rodean al recinto montuvio La Codicia, como satélites; entre ellos están: La Morena, San Pablo, Mata de Plátano, Sitio El Mono, Las Cumbres, Trinidad I, II, y III.

168 estudiantes, del ciclo inicial hasta el primero de bachillerato, se matricularon en La Unidad Educativa Mariscal Sucre durante el año lectivo 2016-2017. Recibieron clases en ramadas que los vecinos construyeron. Este año, se matricularon 220, que asistirán a clases desde el 24 de abril. Aspiran volver a su escuela, de forma regular, entre mayo y junio.

                                   FOTOS: John Guevara/ El Telégrafo