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Vivir en la ciudad del semáforo naranja de 17 semanas

En la Ciudad de México el semáforo naranja se ha mantenido desde hace 17 semanas y como ha señalado la Jefa de Gobierno, estamos más cerca del rojo que el verde

Escrito en METRÓPOLI el

Esta semana la Ciudad de México cumplió 17 semanas en semáforo naranja epidemiológico. “Mas cerca del rojo que del verde”, dijo alguna vez la jefa de Gobierno de la capital, con su mirada usada para evitar triunfalismos.

Semáforo naranja, más cerca de volver a restringir actividades no esenciales, más cerca del confinamiento en casa, que de poder volver a nuestras ansiadas y necesarias reuniones sociales con nuestros familiares y amigos, a las oficinas y a las clases presenciales.

Un semáforo que no se ha movido de color durante 17 semanas, sólo puede indicar que algo va muy mal, que algo no cambia, o que no se mueve. Y si es epidemiológico, no pinta muy bien la situación.

(Cuartoscuro)

Eso es lo que pasa con el semáforo naranja. Cada semana que Sheinbaum nos dice en los videos que comparte en redes sociales que es una semana más en naranja, nos recuerda que la situación aún tiene tintes graves, que el número de ocupaciones hospitalarias debido a la pandemia aún no baja a un umbral menor al 65 por ciento y con tendencia a la baja durante dos semanas seguidas.

Es algo que obliga a contener las actividades a un 30 por ciento en restaurantes, en cines, en ferias, en gimnasios. De ahí no avanzamos. La situación se ha vuelto tan repetitiva que los videos de la jefa de gobierno ya duran menos tiempo, porque al final dice lo mismo y cada vez los ve menos gente. 

Porque aunque el coronavirus se volvió cotidiano, no ha dejado de ser peligroso. Es de esas calamidades como la inseguridad con la que nos acostumbramos a vivir, pero no soslayamos que nos puede costar hasta la vida.

(Cuartoscuro)

En el caso de la covid-19, hay días en que apenas reparamos en él porque se le menciona en las noticias sobre sus estadísticas, sobre las pausas para continuar con las fases experimentales de las vacunas, sobre las secuelas que deja, entre ellas la insólita y acelerada pérdida de cabello. Pero de pronto alguien nos cuenta que una amiga suya está enferma porque celebraron en familia el cumpleaños de la abuela y bajaron la guardia, y no cubrieron el pastel a la hora de soplar las velitas y después vino el contagio masivo-familiar.

O nos enteramos que el padre de un conocido falleció, o que alguien está hospitalizado desde hace un mes luchando por su vida.

LOS CÁLCULOS FALLIDOS

Lejos están los días en que el gobierno capitalino calculaba que posiblemente entre agosto y septiembre el semáforo cambiara a amarillo e incluso a verde. Así quedó plasmado en el documento Plan gradual hacia la nueva normalidad en la ciudad de México, publicado a fines de mayo.

Pero el nivel de ocupación hospitalaria, si bien ya no ha rebasado el 65 por ciento, que caracteriza al semáforo rojo, tampoco ha bajado del 50 por ciento durante dos semanas consecutivas, necesario para desembarcar en el amarillo, y más lejos estamos del verde, para el cual se requieren 4 semanas consecutivas con menos de 50 por ciento de hospitalizaciones y ocupación baja estable.

(Cuartoscuro)

Mientras no lleguemos al amarillo, no aumentará al 60 por ciento el porcentaje de personas en teatros o cines, ni comensales en restaurantes o iglesias. Ni se puede pensar en el regreso a clases presenciales, que por ejemplo en Campeche, donde ya llegaron al verde, aún no se ha dado.

EL ESPEJO EUROPEO

El panorama luce complicado cuando nos enteramos de los rebrotes europeos, que llevaron a que Madrid, España, fuera confinada desde la semana pasada. Todo indica que como a muchos les dio por salir a las calles sin cubrebocas o irse en grupos a tomar vacaciones a las playas, los casos de la covid-19 comenzaron a reaparecer de manera más masiva.

Allá empezó la época de influenza y en México también. Acá también cuesta trabajo ver que cada vez se relajan las medidas y en el Metro la gente comienza a dejar de llevar el cubrebocas puesto o habla por teléfono -eso me incluye a mí, que cuando mi interlocutora supo que estaba en el subterráneo, me dijo que eso estaba prohibido y me pidió llamarla después.

(Cuartoscuro)

En el Centro Histórico la nueva normalidad es muy similar a la antigua normalidad. Puestos de sopes o tacos abiertos y llenos de comensales que no guardan distancia entre sí, o ambulantes instalados en calles como República de Argentina. En la Plaza de Santo Domingo los tarjeteros rondan con sus ofrecimientos de documentos apócrifos. Algunos con cubrebocas, pero no todos. 

No es solo un asunto de irresponsabilidad. En Polanco las calles lucen algo desoladas, en Horacio, donde antes de veía a muchas personas caminar sobre el camellón, ahora a ratos luce desierto. Es fácil comprender que para el estrato económico que ahí vive, de altos recursos económicos, es más fácil permanecer en su casa, hacer home office y no necesariamente debe salir a las calles a buscar su sustento.

(Cuartoscuro)

Porque el semáforo naranja también remarca las diferencias sociales. Los establecimientos que no operan al 100 por ciento, que son la mayoría, han prescindido de trabajadores, que deben buscar acomodos en otros lugares, casi siempre en la informalidad.

Hace unos días un hombre se me acercó apenadísimo y me pidió dinero. “Es que no hay trabajo”, me dijo. Le di unas monedas.

Pero mientras el semáforo siga en naranja, la economía se estanca para algunos, nuestro desánimo está en aumento y el único que mantiene su avance de contagios y fallecidos es el coronavirus, porque aún tiene la luz verde para él.