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Prostitución en Tlalpan, sin opción para temerle al coronavirus

¿Cómo vive la prostitución en tiempos de covid-19? En coches o grúas, así se las ingenian las trabajadoras sexuales

Escrito en METRÓPOLI el

 — De entrada, aquí no hay besos. ‘Ora sí que como dicen en la tele: Susana Distancia.

Ese es el primer argumento que lanza Vanessa para justificar por qué no tiene miedo al coronavirus. Ella es una de las 70 mil sexoservidoras que trabajan en la Ciudad de México, según la organización Brigada Callejera. En su bolso carga un gel antibacterial, una docena de condones, chicles, un cigarro de mariguana, dinero en efectivo y un celular. Prefiere no utilizar cubrebocas.

— Aquí cada una resalta lo que tiene. Mi fuerte es mi cara de nena. Si me pongo esa madre, nadie me levanta.

Para Vanessa y sus compañeras, que se despliegan todos los días sobre la calzada de Tlalpan, al sur de la capital mexicana, el mayor miedo no es el covid-19: es la gonorrea o la clamidia. O la sífilis. O el VIH. O que alguien las golpee o las asesine. A combatir virus, bacterias y hongos, dicen, ya están acostumbradas.

“Peores cosas se me han pegado”, espeta una de ellas con cinismo, aunque en sus ojos se refleje la preocupación propia de quien sabe que se avecina una tormenta.

Hace cuatro días que el gobierno de Claudia Sheinbaum ordenó el cierre de todos los hoteles y moteles de la Ciudad de México, donde ellas trabajan diariamente. Un golpe letal para un mercado donde el 70% son mujeres, 25% transexuales, travestis y transgénero y 5% hombres.

Y es que hay sectores de la población que no pueden darse el lujo del home office. Las trabajadoras sexuales forman parte del 57% de los mexicanos que se ganan la vida diariamente en la economía informal, donde la cuarentena es una quimera. Para ellas no habrá Tik Toks ni stories si se quedan en casa. Por eso ahora deben ingeniárselas para seguir laborando. Y ante la falta de moteles donde trabajar, ofrecen sus servicios al interior de los automóviles de los clientes. O para quienes llegan a pie, los invitan a vehículos que permanecen estacionados en calles perpendiculares a Tlalpan.

El ingenio, sin embargo, no ha sido suficiente.

Vanessa lleva tres horas parada y sólo un cliente. En un domingo común, dice, ya llevaría cinco. Ella no es de las que se queda hasta la madrugada. “Sólo vengo cuatro porque no me gusta irme muy de noche”. Se le ve desesperada. Su padrote le acaba de avisar que la camioneta que podía utilizar ya se fue y que estará en reparación en los próximos días. “Ni pedo, para quien se anime tendremos que hacerlo en una grúa. Está amplia. El chofer es bien chido y nos cobra 50 pesos por 10 minutos. Él se baja y nos deja chambear”.

EL SEXO EN LA PANDEMIA

El mismo día que el subsecretario de salud Hugo López-Gatell informó que los casos confirmados de coronavirus ascendieron a dos mil 143 —la mayoría de ellos registrados en la capital—, decenas de hombres buscan los servicios de una prostituta sobre la calzada de Tlalpan. En Italia ya prohibieron salir por sexoservidoras o cigarros. Las multas van de los 200 a los 300 euros para quien viole la norma.

En México, mientras tanto, la grúa estacionada sobre la calle Romero, muy cerca del metro Nativitas, es el motel itinerante preferido de los clientes. En una hora recibe por lo menos 10 servicios. Las camionetas se mueven de un lado a otro como si fuesen sacudidas por un sismo imperceptible. Son flanqueadas por hombres de mala cara que se mantienen alertas ante la llegada de policías y mirones indiscretos.

Pero definitivamente no es el día de Vanessa. Ningún cliente la eligió y decide marcharse. Tendrá que irse a casa con 500 pesos, cuando normalmente se lleva entre tres y cuatro mil. Su compañera Selene confiesa que sólo trabajará la semana entrante porque el negocio “ya no sale”. Sostiene que, desde que se declaró la emergencia sanitaria por el covid-19, sus ingresos han bajado hasta en 70%. Algo grave para una mujer como ella, que tiene dos hijos que mantener y una secundaria trunca como su grillete más pesado. 

“Aunque tengamos camionetas, los clientes desconfían y no se quieren subir. Además, somos muchas y obviamente tenemos que esperar nuestro turno. Muchos tampoco quieren hacerlo en sus autos. Pero pues venimos a sacar lo que podamos. Habrá que buscar otra cosa porque esto se va a poner cabrón”, afirma Selene.

Detrás de ella, en la televisión de una rosticería,  el presidente Andrés Manuel López Obrador promete sin mayor estrategia que su aletargada retórica que creará dos millones de nuevos empleos en nueve meses. 


POBLACIÓN VULNERABLE… Y NO POR EL CORONAVIRUS

Aunque desde junio de 2019 la prostitución es legal en la Ciudad de México, la mayoría de las sexoservidoras viven en condiciones adversas, que van desde la estigmatización social y la falta de seguridad social hasta la trata, la violencia de género y el feminicidio.

Sin embargo, la suspensión de actividades de los hoteles y moteles afectó especialmente a aquellas trabajadoras que vivían en ellos. Y aunque esa no es la situación de las sexoservidoras que operan en Tlalpan, no se puede decir lo mismo de las que ofrecen sus servicios en La Merced, afuera de Metro Hidalgo o en la Obrera. Muchas provienen de estados como Veracruz, Oaxaca o Puebla y no tienen un domicilio fijo en la Ciudad de México. Incluso un gran porcentaje son adultos mayores que padecen enfermedades crónicas como hipertensión, diabetes o cáncer. Un grupo que ha sido considerado por las autoridades sanitarias como de alto riesgo frente al coronavirus.

Ante esta problemática, la Asociación Mexicana de Trabajadoras Sexuales y el Centro de Apoyo a las Identidades Trans A.C. lanzaron la campaña Haciendo Calle, en la que se invita a la sociedad civil a donar alimentos no perecederos, artículos de higiene personal o aportaciones voluntarias a través de una cuenta de PayPal. 

Pero Selene no conoce nada sobre esta campaña. Y está preocupada. Sabe que el panorama laboral es sombrío. El Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico estima que se perderían hasta 1 millón 800 mil empleos tras la contingencia del covid-19. Selene no está al pendiente de estos números. No le gusta ver noticias. Sabe del coronavirus por las cadenas y los memes que le llegan por WhatsApp. Es honesta: no tiene temor a enfermarse, sino a que un día no tenga qué darle de comer a sus hijos. Se pone gel antibacterial cada 15 minutos, "para que vean que aquí no hay riesgo de contagio". 

Selene y Vanessa escucharon que el gobierno ha entregado un apoyo económico de dos mil pesos a algunas sexoservidoras. Es todo lo que saben. Se refieren a las tarjetas de débito que el sábado pasado entregó la organización Brigada Callejera, con el respaldo de la Secretaría de Gobierno de la Ciudad de México, a un grupo de trabajadoras sexuales de La Merced. La ayuda, sin embargo, cae a cuentagotas.

“La Administración Pública cerró todos los hoteles y moteles. No consideraron que muchas compañeras trabajadoras sexuales viven al día y así pagan cuartos de hoteles para tener dónde vivir”, denuncia Randy Ceniceros, una sexoservidora y activista bastante popular en Twitter, donde muchas trabajadoras se han organizado para vender sus packs en línea en lugar de salir a la calle a exponerse al virus. 

En las calles, sin embargo, la realidad es contundente. Las chicas de Tlalpan cada vez son menos. En un recorrido se constató que en puntos que antes eran focos rojos de prostitución —como las zonas aledañas al metro Villa de Cortés— ya no hay nadie: sólo una vieja y percudida Virgen de Guadalupe a la que rezaban las chicas antes de empezar su jornada.

Y es que hay quien dice —como Martín Caparrós— que la verdadera guerra no es contra el coronavirus, sino contra nosotros mismos. Porque en esta batalla no todos estamos en el mismo barco. “Te convencen de que en tu casa estás seguro, o casi: de que alcanza con no salir, con no mezclarte. Pero esto es, también, un privilegio de clase: muchos trabajadores no pueden permitírselo, necesitan ir a sus empleos. Esa es, si acaso, la guerra verdadera”.

Lo peor está por venir.