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Por pandemia, panteón San Nicolás Tolentino luce muerto

En el panteón civil más grande de Iztapalapa fue incinerado el primer caso comunitario; ahora luce vacío entre las miles de tumbas

Escrito en METRÓPOLI el

El panteón de San Nicolás Tolentino es el más grande de Iztapalapa y de la ciudad. Ubicado en los límites del Cerro de la Estrella, tiene 400 mil fosas y unas 50 mil más disponibles. Llegar al final de su recorrido y mediante un atajo puede convertirse en una caminata de dos horas.

Pero a unos días de que se conmemore el Día de Muertos, una de las fechas más importantes de millones de mexicanos, el enorme camposanto luce vacío de personas entre las miles de tumbas, desde las más sencillas con cruces de herrería y que en lugar de lápida sólo tienen tierra, hasta las que tienen capillas de mármol.

La escena contrasta en el crematorio, donde esperan minúsculos grupos, compuestos por no más de 5 personas, el máximo permitido por cuestiones sanitarias, que deben esperar afuera del lugar, al aire libre, ya que las capillas y salas de espera están vacías, para evitar cualquier riesgo de contagio de coronavirus.

AHÍ FUE INCINERADO EL PRIMER CASO

Ahí, en el crematorio del panteón San Nicolás Tolentino, fue incinerado el primer mexicano contagiado de covid-19 de manera comunitaria, es decir que no se contagió fuera del país, y cuya muerte fue el 18 de marzo. Así lo recuerda el administrador del crematorio, Oscar Palacios. Han pasado 7 meses y más de 90 mil muertes en todo el país desde entonces.

 

En plática con La Silla Rota, recuerda que precisamente cuando llegó ese primer caso, nadie quería hablar con ellos. “Nos veían como apestados”. Pero con el tiempo y el aumento de número de personas fallecidas debido a la pandemia de la covid-19 comenzaron a llegar más, no solo de la alcaldía, sino de otras e incluso del Estado de México, y a notarse más la importancia de su trabajo.

Tan sólo la tarde del 21 de octubre en cosa de una hora llegaron 6 carrozas fúnebres, que llevaban cadáveres para ser incinerados. Para ese día esperaban 20, aunque hay días en que no llegaba ninguno, aclara.

En Iztapalapa hasta el 27 de octubre había 2 mil 307 defunciones y 22 mil 438 casos confirmados por covid-19.

EN LA ÚLTIMA LÍNEA DE BATALLA

Palacios compara a la pandemia de la covid-19 con una guerra, y quienes trabajan en un panteón o en un crematorio vienen a ser parte de la última línea de combate.

Mientras hace un recorrido por las instalaciones del lugar, explica que sólo hay una capilla abierta, de donde se quitaron las sillas para evitar que la gente se quede más tiempo del permitido para dar el último adiós de sus seres queridos.


Muestra los nichos, y dice que ahí el acceso no está permitido para visitas. A unos pasos de ahí, están los hornos, para el cual hay que recorrer un pasillo de unos 10 metros. Es el único sitio al que no permite el paso, por restricciones sanitarias. Pero la puerta está abierta y se asoma un trabajador, con un overol blanco, de aspecto cansado y sin cubrebocas.

Durante el día de la visita, operan 4 de los 6 hornos instalados dentro del crematorio. Lo hacen durante 8 horas, pero en los meses donde se registraron más casos, mayo y junio, lo hacían durante 16 horas, recuerda.

ATAÚDES DESTRUIDOS

Después muestra un estacionamiento de acceso restringido. Ahí se estacionan las carrozas fúnebres que dejan los cadáveres. Al lado hay un cementerio de ataúdes. El funcionario dice que algunos servicios funerarios llevan a los fallecidos en ataúdes, los cuales de todos modos terminan siendo destruidos, para evitar la sospecha de que son reusados o por el temor al covid.

Se ven algunos féretros abiertos, uno con un vidrio protector roto y abajo una imagen de Cristo. Otros féretros ya están aplastados y parecen cartones, unos encima de otros.

En cosa de 15 minutos son entregados dos cuerpos, uno de ellos sólo va tapado con una cobija de colores alegres.

Al acabar el recorrido, Palacios hace un reconocimiento a sus compañeros, a los horneros y a quienes reciben los documentos de los recién fallecidos. “Trabajan con seres vivos que podrían estar contagiados de covid”.

SIN PETICIONES MUSICALES

Víctor Zima, músico que toca el acordeón, espera recargado a que llegue algún cortejo fúnebre y que le pidan o que él mismo ofrezca las canciones de despedida mortuoria. Con su cubrebocas puesto, lamenta que la falta de visitantes además de afectarlos a ellos, también lo haga con los comerciantes

“Casi no hay trabajo, es por la enfermedad, por el covid, dejan entrar a muy poquitas personas a los funerales”.

Antes de la pandemia, incluso durante enero y febrero, al día lo llegaban a contratar para dos o tres servicios. Ahora hay días que no toca.

“Ahora a veces sacamos 200 o 300 pesos o a veces nada y aunque nos ofrezcamos no quieren, porque entran pocas personas. Entonces no hacemos nada”.

Tampoco se anima a ir a tocar a cantinas, porque no hay trabajo. En los mercados, cuando piden cooperacha por una canción, tampoco sale.

“Esta muy baja la chamba”.

UN MAYOR DOLOR

Pero cuando hay servicios, ha notado que los familiares de personas que fallecen por covid, cargan un mayor dolor. Incluso, aunque él y sus compañeros músicos están acostumbrados, terminan conmovidos.

“Las canciones que nos piden son Puño de tierra; Amor eterno; Te vas ángel mío; Cruz de olvido, Hermoso cariño; Cruz de madera; Mi cariñito, Que nos entierren juntos; Dos Coronas a mi madre; Despedida con mariachi y una que otra melodía religiosa”.

Reconoce que sí sienten miedo de contagiarse, pero las autoridades del panteón les piden de manera obligatoria usar el cubrebocas.

El 2 de noviembre, él y sus compañeros músicos ni siquiera van a ir, porque el panteón va a estar cerrado. Antes de la pandemia, durante el Día de Muertos, el panteón registraba visitas que superaban las 100 mil personas.

HABÍA FILAS

En la caminata hecha por La Silla Rota, en media hora sólo una pareja se cruzó en el camino, aunque no quiso dar entrevista. Al avanzar poco a poco, comenzaba una ligera pendiente y se comenzaban a ver las faldas del Cerro de la Estrella. Un guardia asegura que, a diferencia del panteón de San Lorenzo Tezonco, también en Iztapalapa, donde los fallecidos por covid que no eran incinerados, eran enterrados en una sola zona, en San Nicolas Tolentino podían serlo en cualquier sitio.

Sin gente, lo resumió así.

“El panteón está muerto”.

Recuerda que sí hubo ocasiones en mayo y junio que sí se formaban las carrozas afuera, para esperar turno, y le tocó ver grupos de hasta 100 personas que hicieron portazo para poder entrar.

Como ellos son pocos y ni arma traen, pues ya no los podían sacar, aunque como es tan grande el panteón, de 100 hectáreas, la gente podía separarse y evitar el contagio, concluye.


(Sharira Abundez)