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Mi vecino es un narcomenudista

“El Campeón” relata un suceso que le marcó su vida, hace dos años, allá por un barrio de la delegación Iztapalapa, sumergido en la pobreza y las drogas

Escrito en METRÓPOLI el

Al “Diablo” lo mataron por ahí de las diez de la mañana del 7 de enero de 2013. También le decían “El Caballo”, por su característico corte de cabello estilo mohicano, su cara alargada y color de piel “azabache”. 

 

“Era un pinche viejo como de 50 años, pero se sentía de 20 el cabrón. Estábamos viendo la tele, ya ni me acuerdo qué. Escuché que empezó a gritar ‘¡jálale hijo de tu puta madre, jálale pinche puto!’ y ‘pum’, ‘pum’, ‘pum’… seis balazos, todos en el pecho”, cuenta “El Campeón”, vecino de la colonia Juárez de la delegación Iztapalapa y quien desde hace 20 años vive al lado de una narcotiendita.

 

El joven de 34 años cuenta que el grito de una mujer precedió a las detonaciones, eran de “La Chaya”, la hija del “Diablo”: “¡Ya te vi hijo de tu puta madre, te vas a morir hijo de la chingada… papáaa, papáaa!”.

 

Varios testigos señalan que el sicario era un tipo alto y flaco, vestido con sudadera negra, que se hizo de palabras con el “Diablo” y luego de intercambiar insultos sacó un revólver y lo apuntó contra el pecho de la víctima.

 

El “Campeón” esperó hasta que los gritos se convirtieron en llanto para salir a ver qué pasaba. Vio al “Diablo” tirado de costado frente a su puerta, tenía las manos en el pecho y su hija le gritaba al oído.

 

“¡Dime quién fue, dime quién fue para partirle su madre!’, decía la morra. Yo me le acerqué al “Diablo”, lo puse boca arriba y le hice presión, pero era mucha sangre, respiraba con dificultad, le dije a mi vieja que pidiera una ambulancia, pero se tardaron como 15 minutos”, recuerda.

 

Lo poco que aprendió “El Campeón” de sus años de paramédico en una ambulancia patito en la colonia El Salado, también de Iztapalapa, lo aplicó con el “Diablo”, pero no sirvió de mucho.

 

“Cerraba los ojos, boqueaba sangre, cada vez le era más difícil respirar, hasta que murió”, cuenta. 

 

El “Campeón” ha sido vecino de una narcotiendita desde que tenía 14 años. Ahí despachaba el “Diablo”, una casa de dos pisos, puerta café, fachada verde, con una ventana que da a la calle y donde una vez que cae la noche inicia la pasarela de “malvivientes”, como llama a los adictos a la cocaína, la piedra y la mariguana.

 

“Tres golpecitos en la ventanita y sale “La Chaya”, la hija del “Diablo”. Ella se quedó a cargo del negocio cuando mataron a su papá. Esa casa siempre ha sido un desmadre: fiestas cualquier día de la semana, peleas entre la misma familia del Diablo, a veces funciona como hotel… pero lo más fuerte fue lo del asesinato”, agrega.

 

Algunas ocasiones los adictos llegan a tocar por equivocación a la ventana del “Campeón”, incluso, a las seis de la mañana, sobre todo si es sábado o domingo.

 

“¿Tu sabes cómo reconocer donde hay una narcotiendita? Nomás fíjate en los cables de la luz, si ves un par de tenis colgados, es ahí”, aconseja el “Campeón” refiriéndose a las señales que por los años 90 pusieron de moda los narcomenudistas de este barrio iztapalapense.

 

“Tenían un equipo de futbol llanero, el “Diablo” y sus cuates. Para ubicar su casa les decía que había unos tachones (zapatos para jugar futbol) colgados de un cable casi a mitad de la calle”, detalla.

 

El “Peluche” es otro de los vecinos. Trabaja en una vidriería y reconoce que vivir en una calle donde venden droga puede traerle beneficios a los vecinos.

 

“Aquí la rata (ladrones) no se pasa de lanza porque saben que los ubicamos en corto. Todos vienen a comprar su porquería. El otro día uno se subió al micro en el que yo iba para talonear al pasaje. Pero cuando me reconoció no me dijo nada y tampoco me pidió dinero”, cuenta “El Peluche”.

 

La anécdota es confirmada por “La Chucha”, un transexual que renta en una casa de la misma calle y que por las noches trabaja como prostituta sobre Avenida Tláhuac.

 

“A mí un día un pinche escuincle me asaltó en la esquina. “La Chaya” vio todo y cuando la rata se echó a correr ella se acercó y me dijo: ‘vente manita, yo sé dónde vive ese cabrón, vamos a quitarle tus cosas’”.

 

En la esquina de la calle donde se encuentra esta narcotiendita hay una casa que funcionó hace un par de años como módulo de un ex diputado local del PRD. En contra esquina está un parque donde Clara Brugada realizaba jornadas de entrega de despensas y tarjetas para adultos mayores, cuando fue jefa delegacional, entre 2009 y 2012.

 

A tres cuadras de la calle se ubica el Reclusorio Oriente y a otras siete la estación Periférico Oriente de la Línea 12 del Metro.

 

“Sí pasan patrullas, pero se hacen weyes. Todos saben dónde está la maña pero no van a hacer nada. No les toca a ellos, le toca a la PGR según tengo entendido. A nosotros… mmm… mientras no se metan con los vecinos, pues no pasa nada”, explica resignado “El Peluche”. 

 

El “Diablo” es toda una leyenda: se fue a Estados Unidos 10 años a trabajar en la pizca, regresó cuando su mamá falleció; tuvo tres hijos (“La Chaya” entre ellos); vendió droga pero nunca la consumió; era abstemio; y no había 11 de diciembre que no organizara una peregrinación en bicicleta a la Basílica de Guadalupe para dar gracias por los favores recibidos.

 

De “La Chaya” se dicen muchas cosas: que estuvo en el Reclusorio Femenil de Santa Martha tres años acusada de ser cómplice de un secuestro; que le gustan los hombres más chicos que ella; que juega futbol rápido los miércoles en la noche, que “es cabrona para los madrazos” y que los tres hijos que tiene son de distintos padres.

 

“Si le pides una entrevista te va a mandar a la chingada, sino es que antes te parte tu madre ja ja ja”, se sincera “El Campeón”.

 

En 2014, la Fiscalía Central de Investigación para la Atención del Delito de Narcomenudeo de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) desmanteló 14 narcotienditas en Iztapalapa. Ninguna era la del Diablo o La Chaya.

 

“Esta es la época (fin de año) fuerte para la venta. De hecho ya desde la semana pasada incluso empiezan a vender micheladas, porque como los pinches adictos traen dinero no sólo vienen por droga, también se compran una chela ahí mismo”, afirma El Peluche.

 

Por estos días también, La Chaya organiza una posada a la que invita a todos los vecinos de la cuadra, principalmente a los niños.

 

“Sí se discute la morra, luego uno le quiere cooperar pero no se deja, ella lo pone todo. Hay vecinas que ese día de la posada llevan una veladora, la prenden y la ponen en el nicho que La Chaya mandó a hacer en la puerta de su casa, ahí donde murió ‘El Diablo’”, asegura.