Main logo

La tragedia de Yácatas y Béistegui

No hay muertos, no hay heridos, pero la gente perdió todo su patrimonio

Escrito en METRÓPOLI el

Estoy en Yácatas y Béistegui: esquina de tragedia. Hace 16 años venía en mi carro rojo, al salir del trabajo, a recoger a mi hija de 3 años a la casa de Madga, su segunda madre.

Bajaba del auto y tocaba el interfon y Magda asomaba su cabeza por la ventana para decirme que ya venían. La arropaba y me daba su mochila para partir a casa.

No es la primera vez que regreso a Yácatas y Béistegui, pero sí la primera que derramo lágrimas. El edificio está punto de caer. Y todos sus habitantes hacen guardia afuera como si eso pudiera evitarlo.

No hay muertos, no hay heridos, pero es una tragedia. Perder todo el patrimonio que tienes en menos de un minuto, es una tragedia.

Van y vienen autoridades. El mismísimo Miguel Ángel Mancera se presenta y dice que no se irá a competir por la Presidencia sin dejar resuelto el tema.

Pero no hay nadie que les diga claramente qué pasará. Llegan montones de ayuda voluntaria. No hace falta comida, no hace falta bebida, duermen ahí, en improvisadas carpas.

Pero los malos, los facinerosos no duermen. Se va un momento la policía, y llegan para ver si pueden saquear algo, saquear algo del edificio a punto de caerse, no saben lo que hacen.

El Ejército tiene que rodear la zona. Están ahí como testigos mudos del lamento de la gente, que se organiza.

Van a la delegación Benito Juárez y regresan abrumados. Un hombre de quién sabe qué rango, les dice que hay artículos en la ley. ¿Cuál ley? Que establecen que si no les das mantenimiento a tu edificio, tú tendrás que pagar el costo del derrumbe.

Y ellos regresan con el ánimo derrumbado.

Hay una manta de un hombre llamado Santiago Torreblanca, diputado federal, que dice: "Estamos Contigo". No ha ido, no se ha aparecido por el lugar.

Me invitan a comer, y no quiero, no quiero robarles la comida que ha sido llevada para ellos. Es inconcebible, fuera de todo lugar.

Mientras, llega Magda y la miro a los ojos, veo su tristeza y se refleja en los míos.

Le digo: “Lo que se ofrezca Madga, lo que quiera Magda. Dígamelo”.

Y ella responde, riendo a medias: “Un departamento”. Y yo lloro.