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Conoce la historia de los indígenas que viven en la Roma

Así es como los indígenas otomíes llegaron a vivir a la Ciudad de México y se han enfrentado a diversas problemáticas de vivienda y de trabajo

Escrito en METRÓPOLI el

Ubicar en el imaginario cotidiano de la Ciudad de México a los indígenas que venden las famosas “Marías” en las calles no resulta difícil, sin embargo, lo que sí es complicado para muchos es distinguir los problemas de vivienda a los que se enfrentan los indígenas citadinos, cuándo llegaron a vivir a la capital o tan siquiera conocer a qué etnia pertenecen.

Su historia de migración se remonta a la década de los 70 cuando los indígenas otomíes se mudaron a la capital desde Santiago Mezquititlán, en Querétaro

Sin embargo, a diferencia de otras etnias indígenas que radican en la Ciudad de México y a pesar de que llevan varias décadas viviendo en la ciudad no han buscado integrarse con los capitalinos ni cambiar de trabajo, sino que se han mantenido a partir de la venta callejera, tal como lo hicieron las primeras mujeres que llegaron.

La llegada a la ciudad

Según narra el artículo de Marta Romer, las mujeres otomíes que llegaron en 1970 eran en su mayoría casadas y con varios hijos, por lo que las oportunidades laborales a las que podían aspirar eran de lavaplatos, lavanderas o vendedoras ambulantes, pero el único que proporcionaba ingresos más altos y permitía la convivencia con sus hijos era el de vendedoras ambulantes.

Inicialmente, la mayoría migraba temporalmente a la ciudad debido a que los padres o esposos se mudaban para trabajar y el resto de la familia residía por corto tiempo mientras estaban de visita.

Posteriormente, las siguientes generaciones se adaptaron al entorno urbano y se adecuaron al tráfico, la cantidad de gente y a viajar en metro.

En el artículo publicado en la Revista Antropología, algunas mujeres entrevistadas narraron sus primeras experiencias:

Sofía, por ejemplo, llegó a vivir a la capital a los 12 años en la búsqueda de un empleo, y confiesa a Romer que las calles de la ciudad le daban mucho miedo por la cantidad de automóviles, ladrones y drogadictos que pensaba que habría en su trayecto.

Un día, ella se abrió la cabeza con un clavo en un restaurante en el que trabajaba y como no sabía mucho de español, cuando le preguntaron si quería que la cosieran con anestesia, dijo que no y la sutura fue dolorosa.

Trabajar

“Cuando me junté con mi esposo vivía con mi suegra, 4 años, después me salí, rentaba un cuarto, duré 8 años rentando. Ahí trabajaba, durante 8 años vendía dulces y muñecas de trapo. Después trabajé en el metro, estación Reclusorio Norte. Ya tenía yo niños, salía con ellos, llegaba a las 7 de la noche a vender, porque en el día hacía la tarea, la comida, la ropa, y regresábamos a las 11 de la noche a la casa. Ahorita estoy vendiendo en la Zona Rosa, en Reforma, en la calle, cerca del hotel Imperial. Lo pongo al piso y también tenemos un puesto de dulces una cuadra más para allá, mi esposo está allá. Con esto nos mantenemos”, relata Lucía en el artículo.

Testimonios como los de Lucía hay varios, puesto que a pesar de que han transcurrido más de 20 años, la situación laboral de esta etnia en específico no ha cambiado esencialmente ya que de acuerdo a una encuesta realizada en 2013 a 85 hogares otomíes que se encuentran localizados en la colonia Roma, de las 114 mujeres encuestadas, más de la mitad de ella se dedica a la confección y venta de artesanías, el comercio en vía pública y a la mendicidad. 

Asimismo, la movilidad y sus trayectos no han variado puesto que comúnmente las mujeres van principalmente a la Merced para comprar las mercancías que venden en la calle o los insumos para confeccionar sus muñecas, las famosas “Marías” que pueden encontrarse en la calle.

Sin embargo, el trayecto principal es el que se realiza rumbo a las tiendas vecinas, y a los sitios en la calle, salidas del Metro o mercados donde piden limosna u ofrecen sus productos.

 “Aviadores”

Durante los primeros años de su estancia en la capital, las comunidades otomíes no tenían dónde vivir, por lo que dormían en las calles de la Zona Rosa principalmente.

No fue hasta 1990 que los otomíes se mudaron a distintos predios baldíos en la colonia Roma, todos ellos estaban deshabitados tras el terremoto del 19 de septiembre de 1985; esos predios, principalmente el que estaba ubicado en la calle de Guanajuato, eran habitados por personas adictas a alguna droga.

Tras nueve años de gestión a través de la Asociación Civil Coordinación Indígena Otomí con el Instituto de Vivienda, fue que se consiguió la construcción de una unidad habitacional para 48 familias que contaran con todos los servicios básicos en el predio ubicado en la calle de Guanajuato.  Los habitantes siguen aportando entre 500 y mil 600 pesos al mes para pagar los créditos.

Sin embargo, los otros 10 asentamientos otomíes que se conocen en la ciudad aún están en miras de regularizar su situación de vivienda y gestionar un proyecto.

Con información de Alto Nivel y Revista Antropología

fmma