Los mercados de la Ciudad de México han sobrevivido a todo: terremotos, crisis económicas, incendios, una pandemia y el olvido gubernamental. A pesar de su actual desgaste, algunos de los más representativos se mantienen vivos en las generaciones de vendedores que los mantienen y que preservan.
Es el caso de Felipe, parte de la tercera generación de una familia dedicada al comercio en el mercado Abelardo L. Rodríguez y quien espera no ser la última; sus sobrinos heredarán el puesto de pollos que inició su abuela en la década de los 60 y que inició como un puesto de fruta sobre la calle.
Fue precisamente el presidente Abelardo L. Rodríguez quien ordenó que a los vendedores ambulantes de las calles de Rodríguez Puebla y República de Venezuela se les construyera un espacio para vender su mercancía.
El mercado Abelardo L. Rodríguez se encuentra en el Centro Histórico. (Fotos: Iván Stephens)
La abuela de Felipe fue una de las primeras vendedoras que se estableció dentro del mercado, lo que ayudó a que otros comerciantes decidieran entrar y dejar de vender en la calle.
POLLO ENTRE MURALES ANTIFASCISMO
El proyecto del mercado constituye un intento de integrar diversos aspectos de la vida de la colonia; se trata de un sólo edificio que originalmente abarcaba buena parte de la cuadra que va de la calle Rodríguez Puebla a la 3a del Carmen.
La mitad de esta larga construcción es el propio mercado y la otra parte corresponde al Teatro del Pueblo que, como su nombre lo indica, estaba dirigido a los sectores populares.
“Inicialmente era un solo edificio, pero lo dividieron hace muchos años. Ahora no nos dejan entrar al Teatro, se necesitan permisos”, afirma Felipe unos pasos antes de acercarse a las rejas, cerradas con candado, del Teatro del Pueblo.
Lo que aún une a ambas construcciones son los murales históricos que adornan las paredes y que relatan, en el tradicional estilo muralístico mexicano, la historia del país y las contradicciones de clase.
Felipe es la tercera generación de vendedores en su familia, planean no ser la última. (Foto: Iván Stephens)
En el Teatro del Pueblo es posible encontrar algunos de los murales de Pablo O´Higgins, discípulo de Diego Rivera y que, junto con otros como Antonio Pujol, utilizaron las paredes para retratar ciclos agrícolas del maíz, denuncia de las condiciones laborales de los mineros y campesinos, en contraposición con la riqueza de la burguesía.
En el mercado Abelardo L. Rodríguez también existen murales de diversos alumnos de Diego Rivera, que fueron hechos entre 1934 y 1936, con autorización expresa del muralista que, aunque se encontraba haciendo murales en el Centro Rockefeller, en Nueva York, daba el visto bueno para los murales de sus alumnos.
Entre los artistas se encuentran Pedro Rendón, Ángel Bracho, Ramón Alva Guadarrama, Raúl Gamboa y las hermanas Marion y Grace Greenwood; todos ellos hicieron más de 22 murales en las entradas del mercado y las escaleras que dan al segundo piso, y en donde también se retrata la vida nacional.
“Lo malo es que nadie les ha dado mantenimiento. Con el terremoto de 2017 se dañaron bastante. A veces han venido los del INBA, pero dicen que ‘sale muy caro’ y no les hacen nada. Lo peor que unos hicieron fue que uno de los murales le echaron encima pintura blanca”.
Los comerciantes, sobre todo aquellos que son hijos o nietos de los primeros vendedores, tienen arraigo con los murales y los aprecian, aunque reconocen que las nuevas familias ya no los valoran igual.
En relación con el mural pintado de blanco, Felipe explica que autoridades del INBA hicieron un estudio y vieron que el mural se había preservado por debajo de la pintura pero que se requerían materiales especiales para restaurarlo.
Los murales han sufrido varios daños, a pesar de eso, no hay mantenimiento. (Foto: Iván Stephens)
En la parte superior del mercado se esconde otra joya del muralismo: además de la continuación de los murales de las hermanas Greenwood, se encuentra una escultura a lo largo de tres paredes obra de Isamo Noguchi, un escultor que fue aprendiz de José Clemente Orozco, quien lo presentaría con Diego Rivera.
Noguchi retrata en su escultura, símbolos como el nazismo, representado por una svástica, y a la Iglesia, representada por una cruz, aplastando a los trabajadores.
Con influencias de José Guadalupe Posadas, también en una parte se observa una figura de la muerte aplastando a unos burgueses; la escultura se une con el mural de las hermanas Greenwood y en donde se observa a unos trabajadores con una manta que reza la máxima de Carlos Marx y Federico Engels: “Trabajadores de todos los países, uníos”.
VIAJES LARGOS Y UNA PANDEMIA
Al inicio, el mercado de Artesanías La Ciudadela fue pensado como un lugar donde pudieran venderse artesanías de todos los estados del país. La idea era ambiciosa: juntar, al menos, a un artesano de cada estado del país para que produjera, expusiera y vendiera.
“Yo cuando empecé a venir aquí era todo de tierra. Adentro de los locales también era de tierra. En el contorno de la toda la ciudadadela, no había puertas, en la parte de atrás había escombros y montones de tierra”, explica Salvador Urincho, de ascendencia purépecha, que se dedica a la fabricación de artesanías de cobre.
Salvador regresa a su pueblo, Santa Clara del Cobre, a fabricar sus artesanías. (Foto: Iván Stephens)
Salvador es hijo de uno de los fundadores y él le contaba la historia del mercado. “Nos decía que primero pidieron un permiso de unos días, luego de más días y así hasta que se hizo permanente”, comenta mientras trata de explicarle a unos turistas asiáticos que el juego de vasitos de cobre está en 300 pesos.
Salvador explica que el mercado, desde su fundación hace más de 50 años, nunca había cerrado sus puertas; pero llegó la pandemia de covid-19 y todo lo conocido cambió.
“Nunca cerraba, sin importar si era sábado, domingo, lunes. Nunca, nunca cerraba. Pero cuando empezó la pandemia, en febrero o marzo, dijeron que cerraría durante 20 días, finalmente fueron casi 9 meses”.
Además, durante esos nueve meses, las autoridades de la Ciudad de México no dieron ningún tipo a los artesanos. “Nomás nos dieron una despensa”, dice. –¿Cada cuándo? –“No, una nomás en todos los nueve meses”.
El local de Salvador es familiar, así que se divide con una sobrina: ella está 15 días en su pueblo, Santa Clara del Cobre, en la meseta purépecha, y luego viene a vender al mercado. Es entonces cuando Salvador se va al pueblo a trabajar más piezas y 15 días después intercambian.
“Allá tenemos el taller para las figuras grandes, como este cazo de 30 kilos. Luego hago allá las piezas y ya nada más las traigo para acá para terminar los detalles”, explica el artesano.
La técnica de trabajo del cobre la aprendió de su padre, que a su vez la aprendió de su padre y así, hasta llegar a las culturas precolombinas que ya trabajaban el cobre a base de martillazos.
Salvador ya le explica a su nieto a manejar el cobre, son una familia de artesanos. (Foto: Iván Stephens)
“Los purépechas no eran un pueblo guerrero, pero dicen que fueron de los pocos que los aztecas nunca pudieron conquistar, porque hacían sus flechas de cobre y con eso se defendían. Tenían una manera de unir el cobre con la plata, no sabemos cómo porque la plata se funde a 700 grados y el cobre a mil o mil 200, pero lo lograban”, explica como conocedor de su oficio.
Con orgullo muestra el video de su nieto de cuatro años, a quien ha decidido empezar a enseñarle a trabajar el cobre. “Así nos enseñamos, no sabe ni agarrar el martillo, pero ahí le va haciendo y va aprendiendo”, explica Salvador.
Cuando se empezó a consolidar el mercado, se hicieron unos estatutos impulsados por Jaime Moret, en los que se estableció que el objetivo era producir, exponer y vender; es por esto que, dentro del propio mercado, se creaban las artesanías hasta que, debido al ruido, las autoridades del mercado establecieron un área, en la parte de atrás, para talleres de algunos de los artesanos.
Aunque el mercado de artesanías tiene talleres, estos no son suficientes. (Foto: Iván Stephens)
Las condiciones del mercado han cambiado con los años; por ejemplo, fue la esposa del expresidente Luis Echeverría quien ordenó que se pusiera un piso para todos en el mercado; sin embargo, los talleres no alcanzan y la mayoría tienen que trabajar en otros lugares y trasladar sus mercancías.
CARNES EXÓTICAS Y DOS TERREMOTOS
En el mercado de San Juan es posible encontrar carnes de todo tipo de animales exóticos: desde insectos hasta cocodrilo, jabalí y otros; pero es sabido que, también, existía otra fauna se paseaba en los pasillos del mercado.
Es el centro de surtido de grandes restaurantes y lugar de visita de extranjeros que miran con un poco de temor las banderillas de carne de venado o insectos que ofrecen los comerciantes a quienes pasan.
Víctor se dedica a abastecer a restaurantes de productos de origen animal. (Foto: Iván Stephens)
El mercado tiene una larga historia, explica Víctor Sánchez, que no vende carne exótica, sino que ofrece huevos de varios tamaños, principalmente para hoteles y restaurantes. “Yo trabajaba con mi papá que vendía fruta afuera del mercado y después cargaba huevos para un patrón”.
Sin embargo, el dueño de la empresa de tabaco, Ernesto Pugibet, donó para los vendedores del mercado el terreno que actualmente se encuentra en la calle que lleva el nombre del empresario, muy cerca del barrio chino.
El mercado se dividió en cuatro partes, donde se venden distintos materiales: carne de todo tipo, artesanías y curiosidades, flores y frutas y verduras. En el mercado, Víctor, que ya tiene más de 70 años, conoció a gente “de la clase alta” que iba a comprar carne para sus casas.
“Venían las señoras muy bien vestidas y con ellas venían también sus chachas, con sus uniformes, cargando las cosas de sus patronas”.
Él, además, conoció a figuras de la política nacional y artistas. A muchos de ellos ya no los recuerda, pero aún tiene claro que Chabelo compraba seguido cosas para cocinar y comer.
“Yo lo vi de joven y a muchos otros artistas que, además, paseaban en la zona porque estaban las estaciones de radio”, explica el vendedor.
El mercado se mantuvo abierto durante la pandemia y tampoco ha cerrado, más que en ocasiones de emergencias. Le fecha que más recuerda que el mercado cerró fue después del 19 de septiembre de 1985, cuando las autoridades de la Ciudad de México revisaron las instalaciones para garantizar que no significara un peligro.
El mercado de San Juan ha sobrevivido a dos terremotos y no cerró en la pandemia. (Foto: Iván Stephens)
“Pero en 2017 no nos movimos. Yo me escondí abajo en mi local y no salí. Se movían las lámparas que cuelgan del techo y nos espantamos, pero no cerramos el mercado”, explica el vendedor mientras despacha huevos.
Mientras él cuenta su historia, los comerciantes venden alimentos de todo tipo: desde alacranes salados o con chocolates, carne de cocodrilo, mezcal que, en lugar de tener gusanos, tienen alacranes o víboras, quesos gourmet, platillos peruanos y pescado de todo tipo.
acz