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Metiéndole cuarta a la transformación

Ante la prepotencia y lujos, necesitamos servidores públicos que caminen por las mismas calles que el resto de los ciudadanos. | Alejandro Encinas Nájera

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Escrito en OPINIÓN el

Entre broma y no, de un tiempo a la fecha es común escuchar que el primero de diciembre Andrés Manuel López Obrador no llegará a tomar protesta, sino a rendir su primer Informe de Gobierno.

La transición

Estamos viviendo una transferencia de poderes sui géneris. Los rituales del "tapado" del Viejo Régimen –en los cuales hasta al último minuto se revelaba quién ocuparía cada cartera del gabinete– han dado paso a un fenómeno completamente inverso: dar a conocer con muchos meses de anticipación los nombres de los futuros secretarios e incluso subsecretarios. Este giro de 180 grados ha propiciado una entrega-recepción de la administración pública de un modo descentralizado y con contrapartes especializadas y claramente identificables. También ha permitido que cada equipo de trabajo aproveche los cinco largos meses entre el día de la elección y la toma de protesta para diseñar los programas estratégicos del próximo gobierno, de modo que más que a planificar, se llegue a implementar desde el primer día del sexenio.

Un efecto negativo de esta modalidad de sucesión ha sido que la opinión pública ha olvidado que todavía existe otro gobierno en funciones. Sabedor de que ya no se le exige rendir cuentas, salió casi ileso tras haber movido sus palancas al interior de la Suprema Corte para obtener un pasaporte de impunidad. Lo cierto es que el desgaste de gobernar ya lo está padeciendo un gobierno que ni siquiera ha entrado en funciones. Costo que se multiplica exponencialmente porque no se trata de un gobierno como los anteriores, que se dedicaron a administrar el estatus-quo: El de López Obrador será un gobierno que buscará transformarlo. Hay que tener claro que la crispación no es gratuita: los cambios en marcha y los anunciados afectan a grupos e intereses poderosos, principalmente a aquellos que vivían cómodamente en el orden que está a punto de perecer. No debe sorprendernos que aquellos que preferían un CEO sobre un presidente estén molestos por la reconfiguración del tablero político.

Ya está en marcha

La cuarta transformación dejó de ser una promesa de campaña para convertirse en una realidad desde el primero de septiembre, día que en el Congreso se instaló una nueva mayoría. Las primeras muestras de cambio han discurrido por dos vías, una sustantiva y estructural, y otra más cargada hacia el plano simbólico.

Posiblemente la transformación de mayor calado aprobada en el corto tiempo transcurrido se ha realizado en el mundo de las relaciones laborales, con la ratificación del convenio 98 de la OIT, que implica entre otras cosas democratizar la vida interna de los sindicatos. Tampoco es cosa menor que se haya incluido a los matrimonios igualitarios en la seguridad social, lo cual pone fin a una situación claramente discriminatoria. 

Por otra parte, el plano simbólico no puede desestimarse porque reconstruye narrativas y redefine la relación de los ciudadanos con el poder estatal. Un presidente electo que no vive amurallado y custodiado por miles de guardias, envía el mensaje de que su gobierno estará cerca de la gente y del territorio. Ante la prepotencia y lujos imperantes, necesitamos servidores públicos que se bajen de sus Suburban negra y caminen por las mismas calles que el resto de los ciudadanos.

La cuarta transformación

Eliminar las lujosas pensiones a los expresidentes no representará un ahorro sustantivo a las arcas públicas, pero sí es un acto de justicia en un país en el cual la inmensa mayoría de las personas no reciben una jubilación aunque hayan trabajado toda una vida. Más aún, esas pensiones tenían el fin de asegurar que los presidentes se retiraran de la vida pública tras dejar el cargo. Contrariamente, los últimos no sólo no se retiraron, sino que las arcas públicas financiaron sus actividades políticas.

Quizás el cambio simbólico más contundente es que Los Pinos dejará de ser esa frontera inexpugnable en la que se guarecía el poder. Por fin será devuelto al Bosque de Chapultepec. De un día a otro los muros caerán y la gente podrá pasear por el que fuera el espacio más inaccesible del país. Podrán atestiguar las excentricidades y despilfarros del Viejo Régimen, como las cabañas que mandó construir Vicente Fox para no extrañar su rancho. Habrá actividades culturales y recreativas para todos, ahí donde hasta no hace mucho se organizaban cocktails privados.

Por lo demás, esta devolución se agradece hasta en términos logísticos, dado que la única forma de cruzar de la primera a la segunda sección de Chapultepec sin morir en el intento es a través de una vereda controlada a discreción por el Estado Mayor. Si el ciclista o el peatón tuvo la mala fortuna de pretender cruzar al mismo tiempo que cualquier burócrata engreído desciende de su Suburban negra, un guardia le prohibirá el paso.

Esta pequeña escena cotidiana representa lo que se quiere cambiar: bajar de su nube a los gobernantes y elevar la dignidad de todas las personas. Lo simbólico tendrá cambios más sustantivos de lo que podría suponerse.

La brecha entre la opinión pública y la opinión publicada

@EncinasN | @OpinionLSR | @lasillarota