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“Mejor morirse con la fortuna en el banco que compartirla"

Así fueron las reacciones a un donativo de 309 millones de euros en equipamiento médico para la sanidad

Escrito en DINERO el

Tanto en España como en América Latina no existe una sólida cultura de filantropía, donde las personas que concentran grandes capitales realizan donativos para el impulso de la sociedad, tal como la que predomina en Estados Unidos, afirma David Jiménez, en The New York Times.

Ejemplo de ello, de acuerdo con el columnista, es el desprecio que se hizo al donativo de 309 millones de euros en equipo médico para la sanidad, realizado por el sexto hombre más rico del mundo, Amancio Ortega, fundador de Zara.

En redes sociales y voces políticas, las reacciones se refirieron al hecho como una “limosna”. “La reacción de una parte de la izquierda hacia el gesto de Ortega debió ser un alivio para otros millonarios: ‘¿Ven?’, podían decirse. ‘Mejor morirse con la fortuna en el banco que compartirla’, se lee.

A raíz de ello, Jiménez considera que, si bien, el mejoramiento de los servicios sociales o impulsar la educación son obligaciones de las autoridades, aquéllos que acumulan riquezas “desproporcionadas” tienen la obligación moral de colaborar con la sociedad, sobre todo cuando sus beneficios se obtienen ante la falta de legislaciones o regulaciones que limiten la creación de monopolios.

“La filantropía no puede ser una excusa para trasladar la responsabilidad al sector privado”, asegura.

Los nombres de donantes privados que llevan tanto hospitales, bibliotecas, universidades o centros de investigación en Estados Unidos, es muestra de la diferencia cultural mencionada por David Jiménez, ejemplificada con el proyecto The Giving Pledge, donde millonarios como Bill Gates y Warren Buffett se han comprometido a donar al menos la mitad de su fortuna.

Lo de menos es que lo hagan por altruismo o sentido de culpabilidad, para mejorar sus relaciones públicas o por sincera conciencia cívica: su ejemplo debe ser seguido por nuestros millonarios y su dinero aceptado si llega limpio y sin condicionantes”, escribe.

Jiménez recuerda el argumento del partido izquierdista de España, Unidas Podemos, ante el rechazo del donativo de Ortega, el cual refirió que en un sistema democrático no se debe aceptar la caridad de las élites, en cambio, debe exigirles cumplir con sus obligaciones tributarias

En este sentido, el columnista menciona que ambas cosas con compatibles, el pago de impuestos y la filantropía. Además de que las críticas deben centrarse en “la élite parasitaria que vive de privilegios adquiridos, teje redes de protección para preservar sus intereses y trata de influir en el poder político”.

“Los mismos males” se padecen en Latinoamérica, asevera JIménez, pues existen grupos oligárquicos que gozan de privilegios por su cercanía con el poder político, destaca el desapego a la responsabilidad social.

Dicho desapego encontraría su razón en el “concepto residencial” que lleva a los más ricos a vivir en barrios alejados de la realidad del resto de sus compatriotas. Con ello, los más privilegiados no comparten los problemas de seguridad que aquejan a la región, así como a deficiencias en educación o el mal funcionamiento de la sanidad pública.

“La filantropía, cuando habla español, suele hacerlo como vehículo para mejorar la imagen de empresas e individuos, tiene un impacto escaso y a menudo se utiliza para ejercer una influencia en la vida cultural, intelectual y cívica de las sociedades donde se invierte. Sigue arraigada la idea de que la caridad es una ocupación que corresponde a la iglesia, las organizaciones de la sociedad civil y los servicios sociales”.



LA CLAVE

Acorde con lo expuesto en la columna titulada “La escasa solidaridad de los millonarios en España y América Latina”, la educación es la clave para romper el círculo debido a la capacidad que tiene de nivelar las oportunidades entre clases sociales.

No obstante, en uno de los puntos más débiles de la filantropía en América Latina y España, considera Jiménez.  

Nada mostraría más las buenas intenciones de los dueños de las grandes fortunas que ver, como ocurre en otros países, sus nombres en la fachada de institutos y universidades. Mostraría, entre otras cosas, que están dispuestos a utilizar su dinero para ofrecer a otros las oportunidades que ellos tuvieron y que sus hijos asumen con naturalidad desde el nacimiento”.

“La filantropía no es incompatible con exigir a nuestros millonarios que el origen de esos fondos sea honrado, que cumplan con sus obligaciones fiscales y que no utilicen la influencia de su poder económico para alterar las reglas de juego. Una vez se respetan esos requisitos, como en el caso de Amancio Ortega, basta con responder con un “Gracias” y emplear ese dinero de la mejor manera posible”, concluye.





djh