En el marco de 16 días de activismo para la eliminación de la violencia contra la mujer, la Coordinación de Difusión reconoce el trabajo de 20 cuentistas latinoamericanas del siglo XX, escritoras que fueron invisibilizadas.

El lugar de estas escritoras no deben ser las librerías del viejo. Por lo que se abrieron series de la colección Material de Lectura.

Vindictas es un esfuerzo de la UNAM en rescatar las obras de escritoras.

A continuación se podrán leer algunos fragmentos de estas autoras seleccionas

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De La única de Guadalupe Marín

Es el coup de foudre –le dijo el guatemalteco el día que se lo relató, satisfecho de precisarle el término para su sentimiento–. Voy a venir todos los días por ti, para pasearte y que se te olvide pronto ese tipo. “Y qué tonto fue con no entender la psicología de las mexicanas… Eso que tú eres de las menos mexicanizadas; sin embargo, no dejas de serlo. Debió insistirte un poco más, hasta forzarte. Tú lo hubieras insultado, pero ahora estarías encantada, te lo aseguro. Las mexicanas son como las guatemaltecas, les gusta sentirse violadas.”, p. 82

“En la noche, a las ocho, tocaban la puerta con tal escándalo y precipitación, que saltó de la cama azorada y sin antes ponerse bata, abrió.

—Qué indecente nos recibes –exclamó el guatemalteco que llegaba en compañía de Emma–. Anda, vístete pronto, nos esperan unos amigos en el café. Gente interesante y seria y que va a agradarte.

—Qué gente seria ni qué interesante –contestó ella con desdén–. No puedo salir. ¿Cómo quieres que salga si me siento desfallecer? Estoy completamente deshecha.

—Sí, ya veo que estás borracha, pero con el aire se te quita. Anda, vístete para que vayamos a donde te digo, nomás no nos des espectáculo. ¡Anda!¡Pronto! Ponte cualquier cosa; tú, Emma, ayuda a esa briaga a que se vista… Y qué horrorosa se ve así. ¿No te parece?”, pp. 89-90.

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De En estado de memoria de Tununa Mercado

Foto: cortesía Alejandra López.

“Mientras buscaba, recuperé, como si yo misma lo esculpiera, un gesto de Mario Usabiaga que me negaba a hacer consciente porque me lastimaba, y que consistía en reprimir con un endurecimiento corporal, como si enfrentara algo insoportable, la violencia que algunos de mis relatos verbales –o mi manera de relatar– le provocaba. Se ve que no aguantaba que yo no encadenara mis ideas como él quería, y una vez más me quema la sensación de no haber seguido sus leyes, y la herida se reabre cuando busco esa carta en la cual, estoy convencida, ha desaparecido cualquier rechazo de él hacia mí, y su letra es suelta, distendida, cuando dice que me extraña, y es lacerante cuando describe sus primeros meses de regreso a la Argentina, que serían los últimos de su vida.”, p. 36.

De La ruta de su evasión de Yolanda Oreamuno

Foto: cortesía Pablo Alberto Baixench.

“¿Que cómo era don Vasco? No lo sabías. Solo que era honrado para complacer a tu madre, guapo para complacerte a ti. Eso bastaba. Ninguno, de todos los muchachos que ella alejara con tal cuidado, había hecho en tu vida huella capaz de marcarte. Estabas virgen de todo contacto masculino, de toda palabra, de todo gesto, de toda mirada. También estabas virgen de cariño y no conocía tu alma de cristal una sola pasión que la turbara. Podías darte así, sin pensarlo, porque no tenías idea del abismal poder del amor, ni de ti misma tampoco sabías nada. Fuiste a él gozosa. Te entregaste con el temor sagrado de la mujer que no está enamorada y te asustaste del hombre en él, sin poder borrar nunca el miedo inicial que te produjo su violencia. Allí comenzaste a temerle. Y tal vez a odiarle. Así como dijo: –Te casarás conmigo mañana–, dijo: –Serás mía ahora–, y no medió la voz de tu madre para detener su arrebato. Para lograrlo no dudó en maltratarte; para gozarse en ti necesitó ver tus lágrimas y oír tu voz pidiendo compasión al dolor que él te producía. Sí, Teresa, debes ver claro: ahí comenzaste a odiarlo. Si se hubiera fijado en ti, como mujer, te habría hallado fría. Pero tu marido se gozaba en sí mismo. Ya tú sufrías. ¿De cuándo data tu desamor consciente? ¿No te acuerdas? Debes recordarlo. Es necesario, porque en este minuto inconmensurable en que rindes cuenta de ti misma a ti misma, has de revivirlo todo.”, p. 46.

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De Minotauromaquia de Tita Valencia

Fotos: Libros UNAM.

“Nunca te arrepentiste del daño que me hacías. Llegaste a decir que ni mi suicidio habría alterado tu conducta, ni restringido un ápice la experiencia que necesitabas agotar. Aún está vivo en mí el estupor ante semejante crueldad porque: “quien hace el mal ha de arrepentirse, expiar su culpa y pedir perdón”. Pero comprendo ahora que yo misma no pude dejar de comportarme como me comporté. Y que de nada puede prescindir tan fácilmente la verdad como de la misericordia. Comprendo que yo fuera para ti el agua turbulenta en que fatalmente se naufraga; y que tú lo fueras para mí. Que echando espumarajos de sal y de terror, maldiciendo y blasfemando, en un irrefutable impulso de instinto de conservación, trepáramos a manotazos a la plataforma de un tercero.”, p. 26.

“¿Por qué no contestas mis cartas? ¿Por qué no me das ni el más leve indicio del terreno que pisa mi ternura?

Perdona esta indignación. Perdona que a veces te odie, amor, y me rebele.

Perdona que al filo de la madrugada, antes de que las palomas empiecen a descolgar bandadas de columpios invisibles de tejado a tejado, me pregunte qué hace tan desdeñable el dolor femenino y tan trascendente el masculino. Que en el hombre pase por historia lo que en la mujer pasa solo por histeria.”, p. 36.

Fuente: Gaceta UNAM