Durante la última semana en medio de múltiples discusiones en redes sociales, un trending topic llamado "viejito acosador" duró pocos minutos pero debería durar más en los debates sociales: ¿el acoso sexual y la violencia de género tienen una edad específica? 

Aunque es un tema polémico debido a que al confrontar a adultos mayores hay un debate sobre la diferencia de edad y el trato o condescendencia que se debe tener con ellos, hay un común denominador en las historias publicadas: muchos hombres de la tercera edad acosan.

- "No pudo seguirme porque ni caminar podía"

- "Era mucho más grande que yo y me tocó la pierna al bajar del taxi"

-"Un viejito de más de 60 me dijo cosas fuera de lugar y me siguió una cuadra"

- "Un anciano que era mudo me abrazó e intentó manosearme"

- "Tenía 6 años y me obligó a que le tocara las piernas"

Estas historias  se suman a otras que se volvieron mediáticas:

En junio de 2017, una joven denunció a un anciano de 67 que viajaba con ella en un microbús y se masturbaba mientras la veía. La joven trató de golpearlo y reclamarlo pero intervino el chofer y llamaron a la policía.

"El hombre nunca aceptó lo que me hizo y me llamó mentirosa, eso me daba más rabia y más ganas de seguir en el proceso", dijo.

Acosar desde la vulnerabilidad

El acoso sexual es una generalidad del sistema patriarcal y los privilegios de los hombres en este sistema, del cual todos sin importar la edad gozan con el "beneficio de la duda".

Por ello, algunos adultos mayores, al ser considerados un sector vulnerable debido a la desventaja física, mental y económica que pueden tener son tratados con respeto.. ¿pero qué pasa cuando este respeto se usa como un arma para aprovecharse de otro sector vulnerable (las mujeres)?

Tal y como se lee en decenas de testimonios, las mujeres que alzan la voz pese a ser víctimas, quedan en desventaja ante cualquier situación.

"Me voltearon a ver raro", "me reclamaron que le respondiera así", "me pidieron que respetara a mis mayores", son algunos ejemplos de las reacciones.

Sin embargo, una premisa queda fuera: siempre hay que creer en la víctima

(Frida Mendoza)