Cuando era chica, entre los libros que mis abuelos acumulaban en los estantes, había uno que me llamaba particularmente la atención: Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus. Sin haber leído siquiera un capítulo, sentía que la idea de los planetas asociadas a la personalidad de hombres y mujeres podía ser un enfoque interesante que explicara algunas de aquellas diferencias que yo veía a mi alrededor. Además, debo confesar, que la idea de ser de Venus me parecía misteriosa y con cierto aroma a prohibición o adultez.

Con el paso del tiempo, como suele pasar con las creencias de la niñez, me di cuenta de que el libro sólo era un bestseller de los 90´s de dudosa reputación cargado de prejuicios y dictámenes estigmatizantes. Por suerte, también me di cuenta de que el librero de mis abuelos tenía otros libros, mucho más interesantes, que fueron los inicios de la incursión literaria.

A pesar de que ciertas ideas están ampliamente superadas, en muchas personas siguen perseverando pensamientos que ubican a hombres y mujeres en estratósferas distintas. La sensibilidad, el cuidado y la delicadeza aún suelen vincularse con lo femenino, mientras que la fuerza, el valor y la rudeza todavía se asocia con lo masculino. Por ejemplo, en la Encuesta Nacional de Género realizada por la UNAM, se revela que de los 1,200 encuestados y encuestadas, 349 están de acuerdo con la frase “Los hombres se guían por la razón y las mujeres por las emociones”, y sólo 196 personas contestaron que estaban en desacuerdo.  

También la costumbre, la publicidad e incluso la cultura del entretenimiento muchas veces refuerza estos estereotipos convirtiéndolos en una creencia masiva que se instala en las sociedades.

En ese sentido, ocurre algo similar con algunas profesiones: según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, 90% de las personas que se dedican a la pesca y acuicultura son hombres, mientras que en el ámbito de servicios salud y cuidados, el 62% son mujeres. También en la construcción resalta 89,1% de hombres, en contraste con los servicios educativos donde 61,8% son mujeres.

Aún a sabiendas de que cualquier persona puede realizar cualquier labor sin importar si es hombre o mujer, ciertos empleos siguen perteneciendo mayoritariamente a un u otro grupo. En la ciencia, por ejemplo, también se ha ido relegando las figuras femeninas, mientras que el hombre científico-y normalmente solitario, gruñón y obsesivo-, se configura en las conciencias colectivas como la visión hegemónica del estereotipo de científico. 

¿Qué necesitamos, entonces, para poder cambiar estas inercias?

Entendiendo que cualquier cambio social requiere de una conjunción compleja de elementos, uno de los que me parece fundamental es la proliferación de figuras femeninas de referencia, por eso, la conferencia vespertina de la Secretaría de Salud del 26 de marzo se vuelve relevante. No sólo porque estuvo dirigida por cuatro mujeres que presiden el Instituto Nacional de Mujeres, el Consejo Nacional de Salud Mental, el Centro Nacional de Equidad de Género y Salud y el área de Investigación de Operativa Epidemiológica de la Secretaría de Salud, sino también, porque se abordó la epidemia con perspectiva de género, atendiendo al impacto diferenciado de la crisis del covid-19 y dando especial énfasis al potencial aumento de violencia en el ámbito doméstico.

El mensaje es poderoso: no es únicamente el subsecretario López Gatell, nuestro héroe del momento, el único especialista en la materia. Y no son los hombres, los usuales portadores del discurso, los únicos que tienen el expertise.

Aunque la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) asegura que menos del 30% de les investigadores son mujeres a nivel mundial, el porcentaje irá equiparándose a medida que los incentivos, históricamente sesgados, vayan inclinándose hacia el otro lado. Porque, paradójicamente, la fractura ya no está en los salones de clases, donde el porcentaje de mujeres en niveles de estudios superiores ha ido en una curva ascendente pronunciada en los últimos quince años, sino que ahora la inequidad empieza a operar con mayor fuerza a la hora de conseguir empleo.

Ana Lucía de la Garza, directora de Investigación Operativa Epidemiológica de la Secretaría de Salud

Por eso, las Ana Lucías de la Garza del mundo no sólo son importantes en la individualidad, también se convierten en posibilidades en la mente de miles de niñas que cuando piensen en la ciencia no sólo imaginen al hombre blanco con lentes encerrado en el laboratorio y que, a la hora de elegir una carrera, dicha elección no tenga mayor limitación que la del propio deseo.

Porque también es cierto que sólo se puede imaginar lo que, de alguna u otra forma, se conoce. Y la posibilidad de soñar crecerá proporcionalmente a medida que no sólo haya mujeres de Venus; nosotras podemos deambular por Plutón, ser de Marte, pasar una temporada en Júpiter y después volver a Saturno; la Vía Láctea también es nuestra.

*Luciana Weiner feminista en constante aprendizaje, también es periodista del CIDE, colabora en ADN 40, escribe para La Razón y La Cadera de Eva.