Desde 2007, la ONU declaró el 2 de octubre como Día Internacional de la No violencia. Cuando se aborda la violencia, es común escuchar cifras que remiten a su terrible magnitud, pero en pocas ocasiones nos ocupamos de entender qué es la violencia, cómo se genera, por qué sigue ocurriendo y otras tantas preguntas que podemos formular a fin de encontrar pistas que nos lleven a su eventual erradicación. En este sentido, este día nos invita a reflexionar sobre como podríamos construir un mundo sin violencia.

El primer problema con la palabra que nos ocupa, es que la violencia se suele utilizar para caracterizar fenómenos muy diversos. Por ejemplo, Philippe Bourgois las agrupa en 4 categorías: estructural, simbólica, normalizada e interpersonal; por su parte, Ferrández y Feixa la segmentan en: juvenil, de género, sexual, étnica, racista, familiar, ancestral, endémica, terrorista, discursiva,…. Como podemos observar, la violencia se manifiesta de formas tan diversas que cabría preguntar si tienen algún elemento común.

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Una primera consideración la aportan Ferrandiz y Feixa al proponer que la violencia está vinculada con “relaciones de poder y relaciones políticas (necesariamente asimétricas), así como [con] la cultura y las diversas formas en las que ésta se vincula con diferentes estructuras de dominación en los ámbitos micro y macrosocial”. Esta primera aproximación debería matizarse a la luz de, al menos, dos posturas. Por una parte, Arendt sostiene que el “Poder corresponde a la capacidad humana, no simplemente para actuar, sino para actuar concertadamente”; en cambio, “La Violencia […] se distingue por su carácter instrumental”. Dentro de la concepción de la autora, se acude a la violencia, justamente cuando no se tiene poder; es decir, para imponer por la fuerza lo que no se logra a través del convencimiento y la negociación; ella enfatiza que “poder y violencia no son la misma cosa. El poder y la violencia son opuestos”.

El poder para Foucault

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Por su parte, Foucault establece que el poder no es un “conjunto de instituciones y aparatos que garantizan la sujeción de los ciudadanos en un Estado determinado”, ni “un modo de sujeción”, ni “un sistema general de dominación ejercida por un elemento o un grupo sobre otro”; más bien, considera que el “poder está en todas partes; no es que lo englobe todo, sino que viene de todas partes”, " se está produciendo a cada instante, en todos los puntos, o más bien en toda relación de un punto con otro”.

Con el fin de entender el elemento común a las diversas violencias, Juliana González aporta otra explicación. “Lo específico de la violencia, lo definitorio de ella, es el ser fuerza indómita, extrema, implacable, avasalladora… Es inseparable de la agresividad, de la destrucción, y se halla siempre asociada a la guerra, al odio, a la dominación y a la opresión”[1]. La autora opone a la violencia una forma diferente de fuerza constructiva basada en: el trabajo (una forma creativa de resolver problemas y retos); el respeto (entendido como capacidad de escucha); y la fuerza interior (autodominio).

La violencia como respuesta primitiva

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Si seguimos el razonamiento de González, pareciera que la violencia es una respuesta primitiva, primaria; pero la humanidad ha generado aprendizajes, herramientas que implican esfuerzo, disposición a aprender (y aprehender) otras maneras de procesar la realidad y reaccionar ante ella. Quizá la presencia universal de la violencia tiene que ver con que se trata de un recurso conocido, disponible que se articula con visiones discriminatorias y patriarcales; en cambio, la No-Violencia requiere compromiso, empeño y desafío a los prejuicios vigentes (de género, religiosos, políticos, etcétera).

Este breve espacio no permite abordar la complejidad asociada a la violencia; pero antes de concluir es importante señalar que, parafraseando a Ferrandiz y Feixa, un abordaje de la violencia no debería estar orientada al incremento o mantenimiento de ésta sino que, al contrario, debería tener como objetivo fundamental la disminución del sufrimiento. Un abordaje de la violencia debería ser una exploración de la paz. En este sentido, en GENDES apostamos por ofrecer alternativas a la violencia a través de grupos reeducativos y metodologías socio-afectivas que cuestionen los mandatos patriarcales, que permitan asumir la responsabilidad de la violencia ejercida, al tiempo que posibilitan explorar visiones, actitudes y comportamientos basados en la no violencia, el respeto y la igualdad de género.

*Este artículo fue escrito por René López Pérez, responsable de investigación de GENDES Género y Desarrollo.

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