En lo privado, la construcción de una frase desafortunada puede desatar peleas mortales, romper relaciones u ofender mortalmente. En lo público, la elección de una palabra puede ser el detonante de una guerra o incurrir en un delito. El ejercicio periodístico, del que mucho podría decirse, también está lleno de palabras y la forma en la que las encadenamos cuentan historias, develan mentiras e informan lo que está pasando más allá de nuestras narices. Para el oficio periodístico el apego a los hechos y la búsqueda de la verdad son fundamentales. Y cuando digo «verdad» no me refiero al concepto filosófico en el que podríamos perdernos durante horas en las subjetividades, sino en el sentido periodístico que se construye mediante el método, la verificación y el contexto, como lo explica Bill Kovach o muchas otras personas dedicadas a la academia y/o periodistas que han analizado la tríada periodismo-objetividad-verdad.

Sin embargo, contar historias también es una forma de construir la narrativa de los acontecimientos y, con los mismos hechos, pueden construirse narrativas opuestas -o al menos sustantivamente distintas-, de qué es lo que pasó. No será lo mismo poner el foco en las pintas que algunas manifestantes dejaron en el ángel que remarcar que aquellas pintas piden justicia por la violación de una niña de 10 años en manos de un servidor público. Sí; los lentes morados también son necesarios en el periodismo.

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Hablar con perspectiva de género es un boleto al insulto

Durante la última semana tuve la suerte de participar en La mala entre líneas y platicar con grandes mujeres periodistas sobre la perspectiva de género. Había un punto en el que todas estábamos de acuerdo: tuitear, publicar o hablar con lenguaje incluyente es un boleto directo hacia el insulto, especialmente en redes sociales. Si bien hablar de todos, todas y todes es importante, no es ni por asomo la única herramienta necesaria para hacer periodismo con perspectiva de género.

¿Podemos decir que estamos haciendo periodismo si invisibilizamos a la mitad de la población? Es decir, además de abordar las temáticas que nos afectan principalmente a las mujeres -violencia sexual, inequidad laboral, etc.-, resulta indispensable entender que cada tema puede -y debe- abordarse desde una perspectiva de género. Las políticas públicas no nos afectan de la misma forma a unas y otros, y en el impacto diferenciado puede estar la clave: usar el transporte público pasadas las diez de la noche para volver de la escuela puede tener implicaciones diferentes para mujeres y hombres, por ejemplo. Por lo tanto, las políticas que se implementen para combatir la deserción escolar deberían tener en cuenta ambas variables.

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Dentro de las responsabilidades que conlleva el ejercicio comunicacional también está implícita la necesidad de dejar de reproducir roles estereotipados en la construcción del imaginario colectivo. La frase que comienza con: “Los médicos y las enfermeras”, por ejemplo, en tiempos donde la salud se ha vuelto el eje sobre el cual giran nuestras preocupaciones, sólo refuerza la idea de que los hombres solo pueden ejercer esa profesión y las mujeres tal otra.

Periodismo con perspectiva de género

¿A qué especialistas acudimos para una nota? ¿Tenemos equidad de género en nuestras fuentes? ¿Qué imágenes usamos para ilustrar la información? Las preguntas podrían replicarse al infinito.

La única certeza que prevalece es aquella que nos obliga a hacernos más preguntas, a acudir a otras cuando no sabemos cómo abordar un tema, a pedir disculpas y modificar desde los medios de comunicación cuando hemos errado y a dar un paso al costado en ciertos temas si formamos parte de la mitad de la población que ha sido la cara visible de la discusión pública durante tantas décadas.

Lo que sí es inadmisible a esta altura de la discusión es fingir que no estamos enterados.

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*Luciana Weiner feminista en constante aprendizaje, también es periodista del CIDE, colabora en ADN 40, escribe para La Razón y La Cadera de Eva.

@Luliwainer