No saben qué hacer con ellas, con “las feministas”. El presidente López Obrador, convencido de que él encarna la llegada del “pueblo” al poder, no las pensó ni las vio venir, como no las vieron venir aquellos revolucionarios del siglo XVIII que, al hablar de libertad, igualdad y fraternidad, pensaban en los beneficios de la revolución para los hombres, en la igualdad entre hombres; nunca en las mujeres.

Para las mujeres, ninguna revolución hecha por hombres ha significado justicia. No importa si en aquellos tiempos las mujeres hicieron las revoluciones junto con los hombres, no importa si en estos tiempos las mujeres van de casa en casa convenciendo a sus vecinos de votar por tal o cual candidato, si ellas mismas votan para llevar al poder a un candidato, o si ganan una posición de poder, lo cierto es que nunca son prioridad a la hora de los beneficios de esas luchas.

Las mujeres iniciaron su propia revolución

Por eso las mujeres tuvieron que iniciar hace tiempo su propia revolución, que ha ido creciendo, que ha buscado diversos canales, y que ahora es imparable. Con sus divisiones y contradicciones, el feminismo es el movimiento más fuerte y creciente en el país y en el mundo. Es claro es que el nivel de agravio histórico hacia las mujeres, la exclusión y la violencia ejercida contra nosotras en todos los ámbitos, en todas las clases sociales, es hoy una de las temáticas más presentes en la agenda pública. Ningún grupo de la población abandera hoy una causa tan clara como las feministas: el fin de la violencia contra nosotras y, en última instancia, la transformación de una cultura de violencia que se reproduce a sí misma para destruir todo lo que ha sido denominado, por esa misma cultura, como alteridad.

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Y el hecho de que la respuesta desde el poder sea la violencia: ya sea simbólica, al negar nuestra existencia, legitimidad y capacidad de interlocución, o explícita, con gases lacrimógenos y encapsulamientos, arroja aún más claridad sobre el problema de fondo. Nos permite entender las razones por las que esta revolución les ha rebasado en su imaginario de representación popular.

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Las mujeres y la exigencia por sus derechos

Dice Estela Serret que las mujeres han carecido históricamente de palabra. Las mujeres hemos tenido que arrancar nuestros derechos. Como bien lo han resignificado algunas feministas tras las declaraciones del presidente, las mujeres somos infiltradas en tanto nada fue pensado inicialmente para nosotras. De ahí el enojo de quienes se sienten despojados de lo que les pertenece. De ahí su violencia. Y no solo la que proviene de hombres, sino también la que proviene de otras mujeres. La interiorización de la idea de que las mujeres no podemos ni debemos actuar por nosotras mismas es transmitida por muchas mujeres aún hoy. No olvidemos que en la lucha sufragista muchas mujeres se manifestaban en contra de quienes peleaban por el derecho al voto porque se sentían bien representadas por “sus hombres”.

Como lo dijo Tania Reneaum, Directora de Amnistía Internacional, con relación al #28S, sólo en las marchas de mujeres se presentan estas reacciones de la autoridad. Nada de esto es nuevo para las feministas. Nada de esto ha detenido al movimiento en sus distintas vertientes.

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Un feminismo cuestionador

La realidad es que hoy por hoy, el movimiento feminista ha cuestionado profundamente el carácter incluyente y verdaderamente transformador de un gobierno que llegó prometiendo un cambio profundo.  Lo que está quedando al descubierto es que ese cambio profundo está dispuesto a castigar a quien disputa la organización social y a excluir a colectivas amplias de mujeres a las que ni siquiera considera interlocutoras políticas válidas. Esto, con tal de no tener que validar a una colectividad política distinta de aquella que encabezó el presidente para llegar al poder.

Pero creo que se equivocan quienes ven al movimiento feminista como oposición al gobierno. La potencialidad de los feminismos está en una narrativa distinta sobre el poder que no ha aterrizado en una agenda clara (y quizás no lo hará precisamente por sus propios debates). Ahí se encuentra al mismo tiempo su gran fuerza de transformación social y cultural, pero su mayor reto para impulsar cambios de dirección frente a un gobierno con elevado apoyo.

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Lo que es indudable es que las feministas, sobre todo aquellas que sí incluyen a grupos amplios de la sociedad en sus luchas, están poniendo el dedo en la llaga al evidenciar el carácter machista y patriarcal de una izquierda, de un sistema de partidos y de un sistema político, que no tienen respuestas para las demandas legítimas de las mujeres de vivir en condiciones de igualdad y libres de violencia.

*Maria Fernanda Salazar Mejía es politóloga y maestra en derecho constitucional y derechos humanos. Feminista. Me gusta bailar, la playa y el deporte. Mezcalera y cervecera. 

@fer_salazarm