La vida cotidiana está llena de cuidados de los que no nos damos cuenta. Diversas autoras, como Teresa Torns, refieren que aún es un concepto polisémico. Sin embargo, en los años setenta y ochenta se crea una nueva generación de sociólogas/os que se interesan por la vida cotidiana.

La vida cotidiana se puede entender como una realidad social, que corresponde a la articulación de las actividades que producen y reproducen, y también del tiempo libre. Así, en esta realidad social existen actividades como el tejido, que puede ser una expresión de afecto y con ello de cuidados.

Una mujer teje en algún lugar de Europa. Lo hace porque aprendió a hacerlo para satisfacer algunas necesidades de su hogar. Teje ropa de casa, teje para su familia. Teje para sus nietas. Desde siempre cada sociedad ha definido actividades para mujeres y actividades para hombres, con la convicción de que no deben ser intercambiadas, pues eso generará algún tipo de caos. Aún no sabemos cuál.

 

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La globalización, el intercambio cada vez más sencillo de saberes a nivel planetario ha facilitado que muchas personas tengan acceso, casi en tiempo real, a lo que sucede en lugares distintos a los que habitan. Fomenta también el intercambio de saberes, ya sea vía Internet o con el propio desplazamiento, ya sea para trabajar, ya sea para estudiar.

Una de las nietas de la mujer que teje en Europa decide desplazarse a algún lugar de América como parte de un intercambio académico. En el mínimo equipaje que necesita para su estancia en tierras desconocidas están incluidas unas calcetas que su abuela tejió. No sólo es la presencia física del amor de su familia, es también la forma en que su abuela le ha procurado calor y cuidado. Viajar con ellas es una de las formas en que la nieta cuida de sí.

Una mujer teje en América. Tiene curiosidad por esas calcetas tejidas en tierras desconocidas para ella. Reconoce el valor de las mismas y las teje para sí. Con esa acción también cuida de sí misma: las calcetas le permiten reconocer que necesita cierto calor para no tener insomnio, le facilitan el descanso que tan difícil es con sus labores cotidianas.

La experiencia trasciende

Quince años después, la mujer que teje en algún lugar de América escucha las dolencias de un amigo: sufre el frío del invierno. Comparte su experiencia con las calcetas tejidas para dormir y él, a modo de broma responde, que tal vez él necesite algo como las botas que adornan las chimeneas navideñas de las películas estadunidenses. Las calcetas no son prendas para varones.

Ella decide tejerle unas calcetas. Él se (¿anima?) atreve a constatar su utilidad, aunque no sea cosa de hombres. Funcionan; agradece el regalo y solicita otro par, pagará por él. Reconoce que es una forma de cuidar de sí.

 

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En la distinción de tareas para hombres y tareas para mujeres, muchas personas asumen con placer las labores asignadas. Otras no. En tiempos de bonanza, tejer puede considerarse una actividad recreativa, propia de las mujeres, para los ratos de ocio. En tiempos de crisis, tejer es una de tantas actividades que permiten emprendimientos mínimos de subsistencia para que las mujeres accedan a la economía informal.

Así, acciones cotidianas de pronto toman un rumbo que nadie planeó. Encuentran momentos oportunos para dar un giro de tuerca con el que se trastocan los roles establecidos y se revoluciona el mundo.

Dra. Luz María Galindo Vilchis

Actualmente, docente de la UNAM. Realizó su estancia postdoctoral en el CEDUA-COLMEX. Sus líneas de investigación son la perspectiva de género, políticas públicas, usos del tiempo, corresponsabilidad social, vida cotidiana y trabajo de cuidados, diversidad familiar y diversidad sexual, nuevas experiencias de ser hombres (masculinidades) 

@Luzapelusita

Lic. Alhelí López Gómez

Licenciada en Psicología; pasante de la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas, ambas en la UNAM. Su área de ejercicio profesional es el ámbito educativo, tanto en docencia como en evaluación. Estudiosa del feminismo y la gerontología, de los huertos y amante de los gatos.