Como diría Marx, el trabajo dignifica y yo agregaría tanto a mujeres como a hombres. Freud por su parte decía que una persona sana, madura e integrada es una persona capaz de amar y trabajar. Amar como una necesidad de las personas en donde proyecta sus afectos y a partir de lo cual recibe valoración y aprecio; y el trabajo como la posibilidad de modificar la realidad y crearla.

Por otro lado, desde la política pública la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en el 2011 en Ginebra, planteó la necesidad de conciliar la vida laboral con la familiar, y a partir de ese momento se comienza a mirar los efectos perjudiciales de estos ámbitos desde una perspectiva de género.

Actualmente la contingencia por covid-19 aceleró esta conciliación de manera invasiva, evidenciando la omisión de perspectivas filosóficas y de política publica referentes al ámbito laboral, impactando brutalmente a todos los sectores y de manera particular a los sectores donde se emplean un mayor número de mujeres.

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El 11 de febrero leía un artículo que hacía referencia a estudio realizado por Citrix que revela una Epidemia de estrés laboral en México, en el cual se menciona que la OMS ha incluido el desgaste profesional como enfermedad de trabajo y la entrada en vigor de la NOM-035 en 2019 para prevenir riesgos psicosociales en el ámbito laboral. Esto nos habla de un tema urgente de atender, mayor cuando el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) registra a un 75% de trabajadores que padecen fatiga por estrés laboral. Quienes trabajamos en estos temas sabemos que esta cifra se traducirá en poco tiempo en licencias y ausencias laborales, en somatización o incapacidad de las y los profesionales para realizar sus actividades. Y dependiendo del nivel de desgaste una persona puede tardar hasta un año en recuperarse.

Ahora, lo que hemos visto en la contingencia son largas jornadas laborales que pasaron de 8 a 12 horas y más. Las instituciones muestran una atemporalidad total, y su lema es “urgente” lo cual me parece más un trabajo a destajo y no planeado, que impacta y desgasta a las personas. Las degrada ya que les deja una sensación de frustración, incompetencia y voracidad “me siento tan ineficiente”. “Por más que trabajo y dejo de comer no termino nunca”. “Siempre me quedan pendientes”. “Siento que si no me ven conectada pensarán que no estoy trabajando y no quiero quedarme si trabajo”. Esta angustia vinculada al impacto de integrar de manera sorpresiva el ámbito laboral, familiar, personal y de pareja, ha sido abrumador.

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La invasión del espacio privado

De pronto, nuestra casa se convirtió en la oficina, la escuela, el espacio de recreación, el lugar donde tomo mis alimentos, el espacio de la pareja, el espacio terapéutico y el “hospital” para aquellas familias que tuvieron o tiene un paciente positivo. A lo cual tenemos que sumarle al menos de tres a cuatro horas más a su jornada laboral cotidiana para seguir el protocolo de cuidado y no contagiarse.

Y entonces, parece que la privacidad, el tiempo y el espacio desaparecieron con el home office o trabajo en casa integrando todo en un solo lugar, invadiendo los espacios familiares, teniendo que aprender de manera urgente el Zoom y las nuevas tecnologías y/o plataformas existentes para poder “seguir funcionando” en todos los ámbitos, menos en el contacto de lo que sentimos y nos genera esta invasión a la privacidad.  

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El miedo y el dolor a la muerte

Para las mujeres desde los roles y estereotipos ha representado el despliegue de todas estas actividades convirtiéndose al mismo tiempo en maestras si tienen hijas e hijos pequeñas. Tienen que fungir como esposas, pareja, profesional, cocinera, enfermera, trabajadora domésticas y en el caso de las jefaturas de familias son también quienes salen a realizar las compras necesarias. Culturalmente siempre lo han realizado solo que ahora hacerlo al mismo tiempo ha sido toda una proeza, que lleva a una fatiga y hartazgo abrumante, que desgasta emocional y laboralmente.

Finalmente desde algo más inconsciente detrás de estos horarios, podría estar ocultándose la angustia, el miedo y el dolor a la muerte, como un mecanismo de defensa que podemos observar a través del control, la aprehensión y la subordinación ante estos horarios. No podemos descartar el ejercicio del poder autoritario de una manera más racional, pero desde algo más inconsciente tal vez se establece un vínculo laboral a partir de la ansiedad que provoca el no poder controlar al “virus”, “la vida” “al gobierno” entonces lo hago con mis subordinados, eso “sí lo puedo controlar”, es una forma de no contactar con nuestra fragilidad. Una forma de “aferrarme a la vida” de una manera maniaca y compulsiva, dejando de lado la creatividad y la dignificación de hombres y mujeres para modificar y crear su realidad.

*Norma G. Escamilla Barrientos es licenciada enpedagogía por la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM y tiene maestría en psicoterapia psicoanalítica por el Centro Eleia, A.C.

@EscamillaBarr