La mente es una máquina humana maravillosa, nos hace movernos, sentir, analizar, procesar alimentos y expulsar aquello que no necesitamos. Nos permite adaptarnos al frio y al calor entre otras muchas cosas. Nuestra mente es tan poderosa que nos puede dar la vida o literalmente nos puede matar. Una de las formas psicoanalíticamente hablando es la somatización de las emociones que no podemos tramitar y nombrar, es entonces cuando el sabio de nuestro cuerpo las nombra de alguna manera para evidenciarlas.

Ahora bien, hablando de la pulsión podemos decir que es la energía psíquica que busca descargarse, no siempre lo puede hacer y entra en conflicto, lo cual nos habla de algo dinámico que no siempre puede satisfacerse completamente. Freud en tal sentido, nos habló de la pulsión de vida y de muerte, estas siempre coexisten, una depende de la otra, y de alguna manera ambas son importantes para la existencia del ser humano. Decimos en un proceso terapéutico que habremos de identificar cuál de las dos lleva las riendas de la persona, lo ideal claro está, que sea la pulsión de vida.

La pulsión de vida en tiempos de cuarentena

La pulsión de vida tiene como objetivo la conservación de la propia existencia, y la podemos observar en la necesidad de las personas para investigar, saber, sentir, crear, hacer, vivir, reinventarse, es el impulso que nos sostiene.  Por otra parte, la pulsión de muerte la podemos mirar en lo cotidiano a partir del boicoteó de nuestros logros, al exponer nuestras salud, nuestra vida, la destrucción entre hombres y mujeres, las guerras, la resistencia a los tratamientos psicoterapéuticos y/ o médicos ante un diagnóstico, es decir la renuncia a todo aquello que pueda hacernos bien.

Nadie estábamos preparados para una pandemia de este tipo, ni las personas, ni las instituciones, ni los gobiernos, ni los países de primer mundo. Así que de pronto la sensación con la que iniciamos el aislamiento es que “el mundo se ha detenido”, así como nuestros proyectos y nuestra vida. Por otra parte, el vivirnos amenazadas y amenazados por un virus desconocido nos pone en una situación de vulnerabilidad, ya que nos enfrentamos a algo no visible.

Esto es real en la vida cotidiana del covid-19; sin embargo, eso mismo está pasando en nuestro inconsciente colectivo y personal. Todo aquello que en su momento no pude afrontar o no quise, en este momento de contingencia no hay manera de seguirlo ocultando, negando y evadiendo. La realidad se apersona frente a mí, y claro una se siente vulnerable y amenazada al mirar esa bola de nieve más grande que yo llamada historia y conflictos personales para lo cual tengo que tomar decisiones.

Estar entre la pulsión de vida y la pulsión de muerte

De ahí que todo el tiempo se juega entre otras cosas, la pulsión de vida y de muerte, me dejo atrapar por el virus, contagio a otros, o le hago frente, fortaleciendo a mi sistema inmunológico, aprovechando este tiempo para mirarme nuevamente y asumir lo que tenga que asumir y soltar lo que tenga que soltar. La vida en realidad no se ha detenido, sigue y me pide resolver de manera diferente e inmediata mí día a día.

Si mi pulsión de vida es más fuerte, seguramente me pondré triste de pronto, pero después de darle un espacio a mis miedos, angustia y enojos, intentaré retomar las cosas que había dejado de hacer y que disfruto, me reencontraré con mis personas queridas en video llamadas, descansaré en lo posible, haré un poco de ejercicio, comeré disfrutándolo y con tranquilidad, me reinventaré intentando vivirme desde la simpleza de la vida, tirada en algún sitio de mi vivienda escuchando el crujido de mi intestino y el latir de mi corazón. Quitándome parte de la botarga que me construir para “protegerme” no de un virus, sino de los otros que siente el mismo miedo que yo.

Si bien vivir es algo complicado con pandemia o sin ella, ahora funciona como una lupa que hace que podamos ver aquello que no veíamos o no queríamos ver. Nos da la posibilidad de ejercitar a nuestra pulsión de vida y nos ayuda a crear nuevas fuentes de empleo, si me quede desempleada, a pedir si necesito una mano, a ayudar a otros no por lástima, sino con la convicción de que el apoyar tiene un impacto en mi vida y en mi inconsciente resarciendo así mis propias perdidas.

No se trata de negar nuestras emociones, es darles un lugar sin asignarles un valor, sentirlas, pensarlas, tramitarlas y luego entonces volver a reconstruirme, una y otra vez y las veces que sean necesarias, porque eso es pulsión de vida. Así que lee, brinca, baila, haz jardinería, ráscate la panza, lo que te plazca y disfrutes hacer para apapacharte que al fin y al cabo solo tenemos una vida, ¡pulsión de vida!

Norma G. Escamilla Barrientos es licenciada en pedagogía por la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM y tiene maestría en psicoterapia psicoanalítica por el Centro Eleia, A.C.

@EscamillaBarr