La columna de hoy fue inspirada por un pitch  o discurso de negocio que se volvió viral en Twitter, la historia iba así: una startup compuesta por tres hombres le ofrecía al dueño de una compañía de vibradores su servicio de data, para “finalmente resolver el misterio de la existencia del orgasmo femenino” (la-au-da-cia). El dueño de la compañía hizo pública la presentación, como un ejemplo máximo de “mansplainning”, porque: amigos, dense cuenta. A mí me recordó una de las diferencias más grandes entre hombres  y mujeres al emprender: el síndrome del impostor.

Si nunca habías escuchado hablar de él, estoy casi segura que al leer el significado reconozcas la sensación: es un trastorno psicológico en el cual las personas exitosas son incapaces de asimilar sus logros; es decir, siempre estás minimizándolos o dudas de si realmente eres tan capaz. Va más allá de un tema de autoestima y (no tan) curiosamente nos afecta más a las mujeres. De acuerdo con un informe de Access Commercial Finance hecho en Reino Unido, dos tercios de las profesionistas lo hemos sentido, contrario a 18% del sexo opuesto.

La razón es principalmente cultural, a diferencia de los hombres, solemos entender nuestros éxitos como resultado de un enorme esfuerzo o de un golpe de suerte, en lugar de una habilidad; en cambio el fracaso se percibe como una evidente falta de capacidad. Esto puede pasar tanto en lo laboral como en lo personal, sin embargo, los efectos son más evidentes desde el lado profesional.

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Cómo identificar el síndrome de la impostora

Detalle importante: este síndrome ataca a personas de alto rendimiento, por lo cual hacia afuera puedes estar haciendo un trabajo extraordinario, pero tú lo sientes como algo básico. Lo anterior puede influir para que pierdas claridad sobre el valor de tu oferta, ser una barrera para vender un proyecto, presentar resultados o aprovechar oportunidades.

En caso de que te hayas sentido identificada, la buena noticia es que los efectos de este síndrome pueden revertirse, como en todo el primer paso es identificarlo, aterrizar el pensamiento con principio de realidad y retar la creencia.

Para mí fue revelador saber que esa duda constante no necesariamente refleja lo que sí está pasando y sobre todo que podemos ayudarnos entre nosotras para retarlo constantemente. Se trata de darle la vuelta a la sensación, no al logro.

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Personalmente una de las herramientas que más ha ayudado es llevar una especie de “diario de realidad”, en el que puedo documentar el progreso, partiendo de objetivos claros y realistas. Aquí hago el ejercicio de dimensionar tanto fracasos como éxitos, una vez escritos, empiezo un proceso de “edición” partiendo de la pregunta ¿es así en realidad? Y respondiendo sobre el texto con otro color. De aquí salen los mensajes que ayudan a balancear la sensación sobre un hecho particular en un futuro.

Además vale la pena aceptar que vas a cometer errores y que cada uno es una pieza nueva de conocimiento invaluable. Lo siguiente es practicar hablar de lo que has hecho bien, de inicio se sentirá una especie de incomodidad, déjala pasar y concéntrate en los logros concretos. Sobre todo evita la comparación destructiva. Si, Reese Witherspoon tiene un imperio millonario de entretenimiento, pero hubo un momento en el que, como tú y yo, comenzó un proyecto con los mismos miedos. Cada camino de emprendimiento es distinto. El primer estándar de satisfacción es el que nos fijamos, seamos generosas con nosotras mismas.

Tal vez la sensación de “impostora” no se vaya del todo, Michelle Obama dice que todavía la acompaña este síndrome. La clave está en que no sea una barrera para apostar por tu talento, tus ideas y el valor que tienes que aportar al mercado.    

*Mercedes Baltazar es internacionalista dedicada a la comunicación estratégica que decidió emprender para contar noticias desde Meraki México,

Twitter: @LaMarimer