Pantepec.- Pozol blanco o de cacao (bebida típica chiapaneca), puntas de chayote, yerbamora, maíz y frijol y gallina “de patio” han sido, durante 120 años, la dieta que a Juana Hernández Mancilla la mantiene de pie, lúcida. Es la mujer más longeva no solo de este municipio de la cultura zoque, de donde es originaria, sino de todo el país. Su credencial de elector lo avala.

Antes de que dejara la comunidad Liquidámbar donde enterró su ombligo, en esta misma demarcación (situada a más de mil 400 metros sobre el nivel del mar), la longeva mujer vivió, en carne propia, la persecución de la época revolucionaria. Se internó, por varias semanas y por órdenes de su papá, entre el espeso bosque para no ser “llevada” por los protagonistas de ese conflicto armado durante el Porfiriato.

Desde hace más de siete décadas,  doña Juana y su esposo Eulalio Villarreal (falleció a los 64 años), con quien procreó dos hijos: Mario y María, llegaron al barrio Nuevo Progreso, de la cabecera municipal de Pantepec o “cerro sobrepuesto”, en lengua náhuatl, para continuar con su vida.

Cargar leña, lavar ropa en el río, moler café, ir a la milpa y cuidar y sacrificar animales para alimentar no solo su estómago, sino el de toda su familia, eran parte de su tarea diaria, pues nunca recibió educación en un aula; no aprendió a leer ni escribir.

La Silla Rota viajó a esta localidad indígena para platicar, de viva voz, con la mujer de al menos 1.50 de estatura, tez morena, cabello entrecano y con un corazón que late “como el de una quinceañera”, y conocer la receta secreta que le da la fortaleza para continuar con sus actividades, aunque ya de forma más pausada.

Por el momento, Juana vive en un espacio que hace las veces de una casa de madera y lámina, mientras tres albañiles, entre ellos su sobrino Genaro, terminan de repellar una vivienda de al lado, donde permanecerá en mejores condiciones.

Mientras platica con La Silla Rota, se soba constantemente la extremidad inferior izquierda, a la altura del muslo, porque le duele. Hace casi un año, recuerda, sufrió una caída y se golpeó en una piedra, pero hasta el momento el dolor “le hace la vida imposible”. No acude al médico porque —confiesa— “ése solo me cortará mi piernita (risas); si estoy feliz, para qué voy, ¡mejor así!”.

Sentada en su cama, toma una caja en cuya portada tiene “rotulada” la palabra Oso de lo que, se alcanza a percibir, es un jarabe vitamínico. Con eso se siente bien, dice quien, según confirma su propia hija, contadas veces ha pisado un consultorio médico, a pesar de que en los años 80´s la revolcó una vaca, lo que le ocasionó fracturas.

En algunas ocasiones de la charla, Juana combina el zoque con el español, y pregunta al reportero: “¿Tú de dónde eres? ¿Trabajas para el gobierno? De vicio estoy platicando zoque (sic)”. Luego, la memoria le recuerda a su hija, María, “quien salió hacer un mandado, ya mero regresa”, se responde ella misma de inmediato.

Solo se levanta de su cama en una ocasión para checar la olla tiznada por el fuego y la leña donde se cuecen los frijoles que, en unos minutos, serán el plato fuerte del día, o para abrir la ventana de la puerta principal para que penetren, a través de las ranuras de las paredes de madera, los rayos del sol.

Aunque quisiera, confiesa, ya no puede hacer muchas actividades, como antes cuando “rastrojaba” el zacate, pues siente que su corazón “puede reventar”. Ni siquiera puede salir de su casa.

De pronto, se acuerda de su mamá quien pereció cuando ella estaba de casi de tres años de edad. Juana se llamaba también, externa la mujer zoque, quien rememora que su padre, quien también ya pasó a mejor vida, se volvió a casar y formó otra familia.

En la actualidad, Pantepec, conformado por 35 comunidades de la región Norte de Chiapas y gobernado por una mujer de profesión contadora, Martha Zea Mendoza, no rebasa ni el 1 por ciento del total de la población de Chiapas (más de 5 millones de habitantes), es decir cuenta con más de 15 mil personas.

Hace apenas unos años, la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) colocaba a este “cerro sobrepuesto” como un municipio indígena de “muy alta” marginación. La situación, en la actualidad, es casi similar, tanto como a algunos municipios que lo rodean como: Tapalapa, Ocotepec, Rayón y Coapilla. 

María vela por su madre

Un rato después arriba a casa María (63 años de edad), quien de inmediato advierte que su mamá ha estado enferma, y que por ello requiere de una atención minuciosa, pues no puede “comer cosas duras, y la cuidamos ya como a una bebé. Aunque fíjese que me ayuda mucho, porque se baña solita, hace cosas por ella misma, y eso es bueno porque estoy cansada, enferma”.

Cuando estaba más sana, Juana bebía “sus cervecitas” y comía pastel, rememora su hija, mientras observa el retrato de su papá, en blanco y negro, que pende de una tabla que hace las veces de pared, cerca de la cama de su madre, a quien en su niñez le tocó “combatir” una plaga de chapulines que acabó con las milpas.

Pero siempre mantuvo la fortaleza. Juana, cuya voz apenas se percibe pero es constante y clara al hablar, refiere emocionada que, “desde que nací”, lo hizo con el machete en mano, “puro monte era yo, eso hacía, ‘chaporrearlo’ (cortarlo), pero ahora pura escuela es la gente, los niños”, dice la anciana más grande de su pueblo, el cual está rodeado de un verde que solo los miles de árboles de ocote que cubren las montañas pueden brindar a la vista de cualquier persona.

—¿Lo puedo ver? —se le pregunta con la intención de apreciar mejor la fotografía de Eulalio, su padre.

—¡A ver si no lo empuja!-, advierte María, quien al parecer se refiere al espíritu de su papá, como parte de sus creencias.

Lo que le preocupa —dice— es que desde hace varios meses ya no puede trabajar, y solo subsisten con lo que sus hijos y los de su hermano les envían, además del apoyo, cada bimestre, del programa “65 y Más” de 2 mil 550 pesos que recibe la longeva pantepecana.

De hecho, María estuvo fuera de Pantepec por varios años y solo regresaba, de vez en vez, de visita: laboró en Tuxtla Gutiérrez, la capital de Chiapas; también rondó tierras tabasqueñas, pero el accidente que sufrió su madre, en marzo de 2019, la obligó a regresar para cuidarla. Pero ella también está mermada no solo por la glucosa alta, sino por el humo de la leña que se esparce en el interior de la choza y que le afecta los pulmones y por constantes dolores corporales, además de “punzadas” en los oídos.

—Está muy fuerte su mamá, lúcida — se le comenta.

—¡Ay muchacho! Mi mamá se ha querido morir varias veces; cuando se cayó, hace como un año, dejó de comer para que se muriera —responde quien, además, vaticina que no vivirá mucho tiempo, e incluso calcula que si bien le va podría llegar a la edad de su padre, los 64.

En su domicilio situado a alrededor de 300 metros de la casa de su progenitora, cerca de la antigua Iglesia de Asunción, la patrona del pueblo, Mario Villarreal Hernández coincide en que no tendrá la misma “suerte” que mamá Juana, la mayor de cinco hermanos (ya todos fallecidos), pues no solo él, sino su hermana María, están enfermos de diabetes.

“Mi mamita no toma nada de Coca Cola, nunca la ha probado, nada de esos refrescos embotellados; puro pinol, pozol, verduras, por eso está potente”, reafirma quien, desde hace dos meses, no puede asolearse ni hacer otras actividades porque “le pegó” herpes en Villahermosa, Tabasco, donde trabajaba como obrero de sol a sol.

Por un momento, a Mario “se le quiebra la voz” cuando recomienda que, a través de esta entrevista, las autoridades o la misma gente “se acuerde” de su mamá, “que la apoyen porque ya está grande”.

A Juana, advierte, a veces se le van las ganas de respirar, de ver la luz, pero hay “mucha gente” que la visita, entre ellos algunos religiosos pues, aunque no sabe leer, la devota a la Virgen de Guadalupe “recibe palabra de la Biblia” y eso la reanima. 

Mientras tanto, la mujer de un siglo y dos décadas de vida cuidará, con recelo, su “cerro sobrepuesto”, en espera de que las entrañas de la tierra reciban, algún día, un alma fértil como el de ella, quien un 8 de junio de 1900 comenzó a ser parte de la historia de Pantepec, de Chiapas, y del mundo.