Cuando una joven da sus primeros pasos en el feminismo, los primeros textos con los que se encuentran son del canon feminista: mujeres pálidas de clase de media que se dirigen a otras mujeres pálidas de clase media. Para las jóvenes racializadas, esto supone una especie de disociación, tener que desprenderse de sí mismas para aceptar como única y propia una doctrina en la que nunca hubo cabida para ellas. Para nosotras. Al darnos cuenta de esto. nos sentimos decepcionadas, traicionadas; pero la realidad es que el feminismo nunca ha traicionado a nadie porque siempre ha sido fiel a sus valores. Hay una verdad escondida en la aparente buena fe del movimiento feminista: las feministas (blancas) no son aliadas de la supremacía blanca. Las feministas (blancas) son supremacistas blancas.

El feminismo (blanco) no es más que otra intervención progresista de la colonialidad, otra arista en el proyecto de la modernidad. Muta como un virus para adecuarse entre nosotres, se lava la cara para ir a pasear con la amiga negra mientras comparte un meme racista en una red social. El feminismo (blanco) sabe que el capitalismo le es útil y lo utiliza como su arma más letal tallar su marca más duradera: el racismo.

El feminismo (blanco) se siembra en una victimología de género: el sujeto universal feminista no tiene agencia, nunca tomó decisiones, y todas y cada una de sus acciones fueron inspiradas por las presiones del contexto. Según esto, Isabel la Católica fue una víctima de su contexto cuando aprobó la esclavización de las personas que habitaban el Abya Yala. O como nos gusta decir, una víctima del patriarcado.

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Las primeras mujeres feministas eran racistas

Se nos olvida muy fácilmente que las primeras mujeres en llamarse feministas eran evidentemente racistas. Incluso entre las feministas de los sesenta, setenta y ochenta era común escuchar una serie de argumentos que justificaban la inferioridad de los hombres negros, a quienes muchas (entre ellas Shulamith Firestone), utilizando un vocabulario apologista, catalogaban de “violadores innatos”.

La misma Shulamith Firestone en su libro La dialéctica del sexo desarrolla una teoría sobre el racismo trasponiendo la teoría de Freud sobre el Complejo de Edipo en términos raciales. Según ella, el racismo es en realidad una extensión del machismo y que los hombres negros tienen un deseo incontrolable de violar a las mujeres blancas. Muchísimo antes de eso, la escritora Charlotte Perkins Gilman ya creía que el machismo era un obstáculo en el camino de la supremacía de la raza blanca. Las primeras feministas también estaban en contra de la abolición de la esclavitud.

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La interseccionalidad en los feminismos blancos

Hoy, en un afán de descarado racismo epistémico, día las herederas de ese movimiento claman a la interseccionalidad (un aporte de los feminismos negros). Pero yo no creo en la interseccionalidad de los feminismos (blancos). Pero cada vez que una de nosotras dice esto, una feminista quiere convencernos de que la interseccionalidad no es lo que pensamos. Hoy son ellas quienes defienden a la interseccionalidad.

La interseccionalidad no es más que un parche puesto en el cuchillo. “Ser” interseccional es ser inclusive: más inclusive de lesbianas blancas, de gays blancos, de personas trans blanques, de mujeres blancas. Al mismo tiempo apelan por penas más largas, por la discriminación hacia los hombres racializados. Son las mismas que se sienten tristes por George Floyd, pero argumentan que nuestros hermanos las oprimen. Es, después de todo, un feminismo más inclusivo de blanquitud.

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Sería una mentira decir que somos hermanes y estamos en la misma lucha solo porque estamos en contra del sexismo, el transodio y la homofobia cuando una enorme cantidad de estos movimientos reproducen el racismo de manera activa y son parte planeada del proyecto colonial. Solo por cuestiones identitarias no se puede hacer pretensiones de compañerismo. No es solo violencia discursiva.

Es muy común entre las feministas (blancas) el argumento de que Marsha P. Johnson era hombre (cis) y no mujer (trans). A ellas me gustaría decirles de la siguiente manera: no es secreto que “mujer” solo se refiere a una sola, y esa es la mujer blanca. No me refiero solo a un imaginario, sino a un sistema de control. El “género” en un sistema que explica las dinámicas internas de la blanquitud. Siguiendo esto, ¿a quien le importa si Marsha era mujer u hombre, si ninguna de nosotras las racializadas somos mujeres?

Si ya estamos de acuerdo con que el feminismo que no es antirracista es racista, entonces convendría dejar de llamarlo “feminismo blanco” y llamarlo como corresponde: feminismo racista.

El feminismo (blanco) nunca se traicionará a sí mismo a favor de nosotres. Personalmente, yo no esperaré al día en que, una por una, cada feminista se dé cuenta de que su alianza con el sistema es esencialmente necropolítica. Quien está del lado del sistema, del lado de la blanquitud, quien se beneficia de ella no es solo una aliada de la blanquitud. No hay manera, como dijo Audre Lorde, de destruir esta casa con las herramientas que se usaron para construirla y repararla. Hay que traicionar, porque traicionar al feminismo es traicionar la blanquitud.

Jennifer Rubio, mejor conocida como Ciguapa, es una educadora y escritora dominicana. Divulga sobre antirracismo y feminismo a través de las redes sociales y ha trabajado como profesora de música en República Dominicana. Es parte de la colectiva AFROntera.

Twitter: @soyciguapa