“Agarré al hombre que me quiso violar y ellos lo soltaron”, dice Karla. Su voz transmite la desesperación de alguien que está cansada de luchar contra las autoridades y de hacerle frente a la injusticia. El 18 de agosto del 2020, Karla fue al parque ubicado sobre Av. Las Torres en la colonia Zacatenco a hacer ejercicio, como hacía todos los días al salir de su trabajo. La acompañaba su hijo menor de ocho años.

Las mujeres que leen este texto no se sorprenderán al saber que muchas de nosotras miramos hasta en las sombras cuando estamos solas en el espacio público; aquel que paradójicamente nos es tan ajeno y que siempre trae una advertencia de peligro. Ese peligro se materializó para Karla: un hombre de pantalón negro y chaleco beige los observaba desde atrás de unos matorrales. “Vámonos rápido, por favor” le alcanzó a decir a su hijo, pero siete pasos más adelante ya tenía al hombre sobre su cuerpo.

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El expediente es desgarrador: “Apretó mi seno derecho por un tiempo aproximado de treinta segundos. (…) Con su mano izquierda quería bajarme mi pants por lo que comencé a forcejear con él”. Al forcejeo se le sumaron gritos de auxilio, por lo que el hombre la tomó del cuello y empezó a apretar. “Imagínese el trauma que mi hijo de ocho años hubiera tenido si este tipo me hubiera violado y matado en frente de él”, dice Karla.

No hay palabras que alcancen para responder a eso. Sin embargo, lo que ocurrió fue distinto.

El niño se le fue encima al atacante y este huyó. En un país en el que 96 de cada 100 delitos quedan en la impunidad, le sorprenderá saber que este delincuente sí fue atrapado. Después de la llegada de dos patrullas los oficiales lograron dar con el agresor gracias a la ayuda de los vecinos de la zona quienes comentaron que no era el único caso que ocurría en ese parque.

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La injusticia

Lo que vino después fue un esbozo perfecto del funcionamiento de la (in)justicia en el país: “Nos fuimos al Ministerio de la delegación de Tláhuac y de ahí nos dijeron que nos teníamos que ir al búnker en Río de la Loza”, recuerda Karla. Finalmente, la denuncia quedó asentada en la Fiscalía de Investigación de Delitos Sexuales FDS-6 en la alcaldía Cuauhtémoc en donde Karla pasó de dos de la mañana a tres de la tarde declarando, sin obtener atención médica y en constante contacto visual con su agresor “el tipo iba al baño todo el tiempo y ahí nos veía a mis hijos y a mí. Nunca cuidaron mi identidad”.

Finalmente, a las siete de la tarde del 19 de agosto a Karla la enviaron al Hospital General de Balbuena y expidieron una orden para que se le otorgara apoyo jurídico y psicológico al Centro de Terapia de Apoyo de Víctimas de Delitos Sexuales. Su agresor había sido derivado muchas horas antes que ella hacia el Hospital Xoco para que lo atendieran.

Ahora bien, hasta aquí la historia de Karla tiene un dejo de esperanza; al menos en su caso hay un hombre detenido, bastante más de lo que ocurre en la mayoría de las historias en la que los violadores o acosadores se pierden en las calles de la ciudad y nadie los busca, nadie investiga. Pero la impunidad, una vez más, se hizo presente.

“Yo estuve yendo al búnker y siempre me decían que no había ninguna novedad, que lo habían trasladado al reclusorio oriente y que de ahí me hablarían”, pero nadie le habló. Tampoco le avisaron de las audiencias, aunque el asesor jurídico que le asignó la Fiscalía FDS-6 le había asegurado que no era necesario que acuda.  

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Fue liberado

El 29 de octubre un hombre que dijo ser funcionario se comunicó con Karla: “le quería informar que el sujeto que la agredió sexualmente fue liberado”. No sirvieron los cuestionamientos, el enojo ni las lágrimas. Lo único que pudo rescatar de esa conversación fue el fragmento en el que el hombre le dijo que no habían podido comunicarse a su celular para avisarle de las audiencias y que su ausencia en las mismas había provocado la liberación del señalado. Cuando llega a esta parte del relato, que me la cuenta precisamente a través del teléfono, Karla dice con ironía: “¿a usted le costó comunicarse conmigo?”. 

No, no me costó. Con quien sí me costó comunicarme fue con la Fiscalía de Investigación de Delitos Sexuales FDS-6 a la que busqué para conocer su versión sobre la liberación del hombre que atacó Karla, pero tampoco respondieron a mis pedidos.

En febrero, Karla y su familia se hicieron virales por llevar a una pata -sí, una pata real- con tennis y correa en el metro: este episodio de su vida difícilmente será parte de la discusión pública, porque en México ver un pato es más extraño que un intento de violación, porque hay más violadores solapados que animales de granja y porque únicamente de enero a marzo de este año trece mil doscientas personas han denunciado algún delito sexual en el país. La verdadera pesadilla es que el horror se nos esté haciendo costumbre.

*Luciana Weiner feminista en constante aprendizaje, también es periodista del CIDE, colabora en ADN 40, escribe para La Razón y La Cadera de Eva.

@Luliwainer