Las diferencias biológicas, así como las cargas culturales para las mujeres, hacen que los efectos y la forma de afrontar el estrés, sea distinto entre sexos. 

El estrés es una respuesta de nuestro organismo cuando existe la percepción de que un evento o estímulo es amenazante para nosotros. Dicho evento, puede ser real o imaginario, pero, además, no tiene que ser grave o constituir un riesgo para la vida, sino que también, puede representar una amenaza o una demanda por el hecho de impactar esferas importantes como nuestra seguridad económica o afectiva. 

Cuando la respuesta es inmediata al estímulo, se dice que experimentamos estrés agudo. El estrés agudo es fácilmente identificable: hay un incremento en la tensión arterial, así como en el ritmo cardíaco y respiratorio; y como consecuencia de que se redujo el flujo sanguíneo en las extremidades, los pies y las manos se ponen fríos. Por su parte, el estrés crónico, es aquel en donde constantemente las personas perciben amenazas durante un período prolongado de tiempo. Los síntomas físicos no se pueden identificar tan claramente, excepto porque a la persona le cuesta trabajo relajarse y porque generalmente se enferma o padece algún tipo de inflamación o dolor, como resultado del desgaste en el sistema inmune. 

El estrés tiene consecuencias serias para la salud. La tensión muscular es el resultado de la circulación elevada de adrenalina (la hormona que genera la sensación de alerta y prepara al cuerpo para situaciones de peligro), así como de altas concentraciones de cortisol (otra hormona que provoca ganas de huir o salir corriendo). Al producirse cortisol y adrenalina en exceso, se rompe con el equilibrio en la red hormonal de los organismos y este desequilibrio incrementan las posibilidades de tener fallas en órganos, padecer ansiedad, sobrepeso, estreñimiento o diarrea, sufrir accidentes, infartos y/o morir prematuramente.

El estrés en hombres y mujeres

Si bien, hombres y mujeres tienen posibilidades similares de enfermar después de padecer estrés crónico, las expresiones de las enfermedades son distintas en función del sexo. Las mujeres, suelen transformar el estrés en episodios ansiosos o depresivos, pero al mismo tiempo, tienden a superar los síntomas más rápidamente y a buscar ayuda profesional. En cambio, se ha observado que, la mayoría de los hombres cuando llegan a experimentar ansiedad o depresión, derivadas del estrés, tienden a hacer crónicos también los síntomas ansiosos o depresivos, además de que recurren, en menor proporción que las mujeres, a recibir atención médica o psiquiátrica.

Debido a los procesos hormonales en las mujeres, los efectos fisiológicos del estrés suelen ser también más diversos en ellas. Se pueden reflejar como problemas de piel, dolor durante la menstruación, infertilidad, pérdida de cabello, dificultades de sueño, reducción del deseo sexual, intestino irritable y otros problemas digestivos que, desafortunadamente, en situaciones graves, pueden ignorarse como parte de los síntomas de un infarto, ya que en los hombres el infarto se expresa como algo notoriamente cardíaco, pero en las mujeres suelen confundirse con problemas de digestión.

Pero si la complejidad hormonal es un factor importante en la expresión del estrés, los factores culturales también hacen que las mujeres estén más expuestas a estímulos amenazantes. Las mujeres se desempeñan en una mayor cantidad de ámbitos de trabajo que los hombres, por mandatos o acuerdos culturales, y esto las coloca en desventaja respecto a la cronicidad del estrés. 

Más ámbitos para desempeñarse, más carga de trabajo y mayor percepción de inseguridad, suponen mayores estímulos estresantes para las mujeres.  Así, mientras que una fuente de estrés importante en los hombres es el trabajo remunerado, en la mujer también lo es, suelen estresarse de igual forma ante la amenaza del desempleo o de incumplir en sus proyectos laborales pero, además, tienen que responder a otras amenazas percibidas en la casa, la familia, el barrio, las instituciones y el transporte público. 

Acerca de cómo se afronta el estrés, las mujeres también responden con mayores conductas prosociales, es decir, tienden a aumentar las conductas que sí están bajo su control, protegiendo a sus seres queridos o adelantándose a nuevas amenazas; en cambio, los hombres tienden a comportarse de forma más solitaria o aislada cuando se sienten estresados. Las mujeres, además, tienden a hablar de forma cotidiana sobre sus situaciones amenazantes y a generar mayores redes de apoyo para enfrentarlas, en cambio, los hombres tardan más en identificar que están estresados y poseen menos habilidades sociales para hablar de ello. 

En este sentido, conductas que anteriormente eran consideradas femeninas, como socializar las dificultades de la vida cotidiana y fortalecer las redes de apoyo informal, resultan protectoras para la salud e invaluables para identificar rápidamente los efectos nocivos del estrés. Para ambos sexos, conviene tener una clara identificación de los estímulos que suelen estresarles y comenzar, al menos, a dialogar sobre ello. Es conveniente, además, que los hombres comiencen a incorporar la valoración médica como parte de los comportamientos propios de su género, y no esperar a tener los síntomas de enfermedades graves para comenzar a cuidarse o protegerse del estrés. 

¿Y tú, ya identificaste qué te está estresando?, ¿con quién hablas acerca de esto?

Liliana Coutiño Escamilla

Twitter: @LiliCoutino

Psicóloga y educadora, maestra en Sociología de la salud por el @ColSonora y doctora en Ciencias en Epidemiología por el @inspmx. Colabora en diversos proyectos institucionales, entre ellos los referentes a violencia y diversidades sexuales en el @institutomora.