Hablar de sexualidad no heterosexual es un tabú, hablar de esto dentro de instituciones religiosas es inaceptable para muchos. Saber, pero no hablar de ello. Las autoras de “Monjas lesbianas: se rompe el silencio”, Rosemary Curb y Nancy Manahan lo sabían durante la década de los ochentas, cuando se publicó su libro.

A Rosemary su madre le dijo ¿Para qué preocuparse? Todo el mundo piensa que los conventos están llenos de lesbianas ¿Por qué lastimar a esas buenas personas de la iglesia católica?

Hablar de lo que todos saben, pero de lo cual por acuerdo social deciden no hablar sigue siendo una realidad. En 2020 los únicos ejemplares físicos de este libro están a la venta en internet, son de segunda mano y cuestan alrededor de 190 euros; la versión digital también disponible está hasta en 20 euros. 

Cuando el libro de Rosemary se publicó en 1985 causó gran controversia, como era de esperarse. Se tradujo en diferentes idiomas como alemán, español, francés, italiano y portugués; y la iglesia invirtió sus esfuerzos para censurarlo, lográndolo en algunos lugares, pero sin éxito total. El libro se convirtió en best seller y en motivo de polémica dentro de la iglesia católica.

"Monjas lesbianas: se rompe el silencio" de Rosemary Curb y Nancy Manahan

Monjas lesbianas: se rompe el silencio reúne los testimonios de más de 50 ex monjas entre los 20 y 65 años, exaltando sus vivencias como lesbianas en los conventos estadounidenses que habitaron por meses, años y hasta décadas. Registra las “amistades particulares” que retaron las normas eclesiásticas y sociales

Si la cultura define como “normal” aquello que se mide en términos de experiencia masculina y otorga valor solo a las mujeres que se relacionan con hombres, tanto las monjas como las lesbianas se consideran irrelevantes en la historia y su progreso, escribe Rosemary Curb al iniciar el libro.

Quería encontrar a mis hermanas lesbianas que habían entrado en el convento no solo como respuesta a la llamada de Dios, sino como refugio contra la heterosexualidad, el matrimonio católico y la agobiante maternidad”

Dentro de las líneas escritas en este libro se afirma que cuando en una casa se omite, se silencia la sexualidad o la acoge como a una persona enferma, y en la misma casa habita una mentalidad de piel fría como el cemento de los muros que la sostiene que no admite, sino que censura, que no acepta, reprueba, no abre sus puertas a la diversidad sino que  neutraliza y obliga a la renuncia, que no recibe, expulsa y condena, entonces esa casa no era visto como un hogar. Durante los años 50 y 60, tras los barrotes de una institución religiosa y mediante el silencio penitente, muchas mujeres lograron escuchar sus cuerpos.

Quienes hemos dejado la vida religiosa hace cinco, diez, veinte años, después de experimentar la intimidad sexual detrás de los muros del convento, recordamos a nuestras amantes y a nuestros vibrantes o magullados corazones tan vívidamente como si todo hubiera ocurrido ayer

Ilustración de Sara Lautman

Las mujeres consagradas a la vida religiosa tenían en común su sexualidad pero no un espacio de encuentro, discusión y apoyo que les permitiera entender sus sentimientos y emociones o lo que les hacía vibrar y temblar las piernas. Nunca fueron capaces de externar su deseo, de expresarse libremente y sin miedo ante sus amantes.

Nuestras superioras estimulaban la obediencia ciega, la autonegación, la vigilancia de los sentidos, la mortificación de la carne (…) se nos prohibía tocarnos, se nos decía que éramos enfermas, malas, peligrosas, imperdonables

Hablando sobre las experiencias, el libro recoge la narración de una monja que se decidió por la vida espiritual como parte de su devoción absoluta por Dios y por la decepción que sentía ante las relaciones humanas, sin embargo, a pesar de ser consciente de que le atraían las mujeres, nunca imagino que en el confinamiento religioso se encontraría con su sexualidad.  Vivió sensaciones a través de las relaciones con sus “hermanas”, pero al final, desilusionada por la homofobia reinante en la iglesia católica decidió abandonar el celibato. Al momento de su entrevista, esta ex monja llevaba 6 años disfrutando de su sexualidad con su pareja.

Las experiencias también reunían las peores experiencias de las que eran descubiertas y castigadas por su orientación sexual. Muchas de ellas pasaban por el encarcelamiento en hospitales mentales, terapia de drogas y electroshock, lo cual llevaba a muchas al siucidio. Las monjas superioras consideraban a las monjas lesbianas como locas, enfermas, desviadas, inapropiadas para la vida religiosa o simuladoras de una enfermedad física. En cualquier caso, el espacio que se convertía en descubrimiento y goce, terminaba por ser también de represión.

El final, o el comienzo, de las historias de estas monjas lesbianas fue dejar de ser lo primero para ser lo segundo

 Con información de Pikara

(Andrea Virrueta)