EMPRENDER EN TACONE

Mentiría si dijera que emprender formaba parte de mi plan de carrera desde pequeña, probablemente porque en el abanico de juegos y juguetes no estaba una Barbie emprendedora - ya tenía muchas ocupaciones ejerciendo otras 25 profesiones-. Lo que sí puedo confesar es que mientras trabajaba como empleada era de esas mujeres que no alcanzaba a ver el famoso “techo de cristal”, incluso alguna vez lo llegué a poner en duda, más por ceguera que por evidencias. 

Para mi ser mujer no tenía por qué ser un sinónimo de “trato distinto”, probablemente porque tenía muy normalizados comportamientos como el mansplaining, las galanterías que más bien eran primas del acoso y tener que ser el doble de competente que algunos pares. Nada que me molestara particularmente, porque “así es el mundo”. Y entonces emprendí.  

Para mi ser mujer no tenía por qué ser un sinónimo de “trato distinto”...

Hace poco platicaba con mi socia acerca de cómo nos aventuramos en el acto kamikaze de emprender en México, recuerdo que pensamos: “necesitamos un hombre en la ecuación si queremos que nos tomen en serio”. También recuerdo que cuando en el primer año esa fórmula mixta llegó a su fin, uno de nuestros principales miedos era ¿qué vamos a hacer “solas”?

Ahí fue donde me cayó un importante golpe de conciencia. Por un lado sobre la cantidad de estereotipos con los que vamos construyendo nuestra narrativa, y por otro acerca de la necesidad de abrazar la oportunidad de transformar la empresa hacia una visión más femenina, donde de origen se valora el talento y se pone sobre la mesa la flexibilidad necesaria para que ninguna colaboradora tenga que elegir entre vida personal y crecimiento laboral. 

Después de ese momento de iluminación vino la pregunta ¿de dónde nacen esas ideas fijas tan peligrosas?, y sobre todo ¿qué tanto influyen para que las mujeres frenemos la decisión de emprender?

Históricamente hemos combinado tareas domésticas o laborales con pequeños emprendimientos propios, que pueden ir desde la venta por catálogo, hasta monetizar habilidades manuales. Sin embargo, algo nos detiene para darle forma y convertirlo en algo más grande. 

Esta sensación no es gratuita: 66% de los emprendedores mexicanos son hombres y el 33% restante enfrentamos un techo de cristal diferente; desde el trato a clientes y proveedores, hasta las condiciones de negociación o acceso a crédito.

Por más de seis años hemos tenido que pelear contra el “damitas”, “las niñas”, preguntas como “¿quieren que lo platique con su jefe?, o ser la única participante en mesas de discusión. Si tuviera que darle consejos a la Mercedes del pasado, el primero sería: paciencia, límites claros y enfocarse en el objetivo, más allá del miedo al fracaso. 

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Todo comienza con encontrar una idea que te apasione y darse la oportunidad de aterrizarla en un plan de negocio que permita convertirlo en un proyecto de largo plazo. De acuerdo con la OCDE, 60% de las emprendedoras mexicanas optaron por esta opción por necesidad y no por motivación, lo que implica una barrera para hacer crecer el negocio. 

El segundo consejo sería reconciliarse con el hecho de que nosotras abordamos los retos de forma diferente a los hombres; ésto es una fortaleza más que una debilidad. El último reporte del Global Entrepreneurship Monitor deja ver que los emprendimientos dirigidos por mujeres suelen ser más innovadores, con mayores probabilidades de internacionalizarse y sobre todo más responsables con sus finanzas. 

Más allá de compartir mi propio jalón de orejas y las epifanías que iré agregando, comparto la invitación a considerar la opción de empezar a estructurar algo nuevo, sobre todo en estos momentos. Es probable que muchos les enlisten los riesgos o las razones para no hacerlo; si la emoción por la idea es lo suficientemente grande, serán más las razones para empezar a trabajar rumbo al sí.  

Mercedes Baltazar es internacionalista dedicada a la comunicación estratégica que decidió emprender para contar noticias desde Meraki México,

Twitter: @LaMarimer