Han pasado 33 años desde la primera vez que se conmemoró a nivel mundial el “Día de la Lucha Contra el Sida”, un día en el que muchas personas alrededor del mundo alzan la voz en apoyo a las personas que viven con el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) y en memoria de quienes han perdido la batalla contra el Sida.

En el marco de esta conmemoración, es relevante hacer hincapié en que VIH y Sida son cosas distintas. El primer caso, al recibir un diagnóstico positivo a VIH, quiere decir que el virus vive en el cuerpo; sin embargo, gracias a los avances de la ciencia, hoy en día esta situación configura una enfermedad crónica que puede ser controlada mediante la ingesta de tratamiento antirretroviral y que con un adecuado seguimiento y supervisión médica se puede lograr un estatus denominado “indetectable”, es decir, el tratamiento reduce al mínimo la cantidad de virus activo en el cuerpo, lo que tiene grandes beneficios y disminuye riesgos potenciales para la salud de la persona diagnosticada anulando el riesgo de transmisión por vía sexual (consulta la campaña de indetectable = intransmisible de ONUSIDA en 2018).

Por su parte, el Sida se refiere a una etapa en la que la infección no controlada ha avanzado de tal manera que afecta la salud de la persona, la buena noticia es que, con tratamiento y oportuno acceso a servicios médicos, es posible revertir esta etapa y recuperar un estado de salud óptimo. Hacer esta diferencia es imprescindible para combatir el estigma y discriminación de la que son objeto las personas que viven con un diagnóstico positivo.

REDUCIR LAS DESIGUALDADES

Este año, la campaña del 1° de diciembre, abanderada por el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/Sida (ONUSIDA), pone en foco la importancia de reducir las desigualdades que atraviesan las poblaciones afectadas por esta pandemia en diversos aspectos y que dan pie al avance de la infección hasta llegar a la etapa de Sida. Estas desigualdades son de diversos tipos, van desde el carácter económico y social hasta el cultural y legal. Por supuesto, no podemos perder de vista que el género atraviesa todas estas desigualdades y que en muchos casos es un factor que exacerba las brechas en el acceso a los mecanismos de prevención y atención de la infección.

En este sentido, un ejemplo claro es el acceso a los mecanismos de barrera como el condón, es mucho más fácil y accesible económicamente encontrar condones masculinos en la farmacia que un condón femenino; de forma adicional las posibilidades de negociar el uso del condón en los encuentros sexuales son limitadas, en muchos casos, para las mujeres, lo que deriva en embarazos no planificados e Infecciones de Transmisión Sexual (ITS). Según el informe de Vigilancia Epidemiológica de casos de VIH/SIDA en México, el 18.7% de la población infectada y diagnosticada son mujeres, mientras que el 81.3% son hombres.

DIVERSIDAD EN LA SEXUALIDAD

Es cierto que, los hombres en su conjunto somos la población más afectada por este virus, por ello, cobra relevancia hablar de masculinidades cuando nos referimos a esta problemática de salud, sin perder de vista las múltiples posibilidades de ser y de relacionarnos como hombres, visibilizando  la gran diversidad de formas del ejercicio de la sexualidad; por ejemplo, hombres que no se asumen como homosexuales pero que si se relacionan de manera sexual con otros hombres, hombres que sostienen prácticas sexuales sin protección con múltiples parejas (sin distinción del sexo), hombres que ejercen trabajo sexual e incluso hombres que han sido víctimas de abuso sexual (situación muchas veces invisibilizada por el estigma que supone en el marco de una cultura machista).

En una cultura como la mexicana, las formas en que somos socializados como hombres y por lo tanto que configuran los códigos culturales mediante los cuales nos vinculamos están enmarcados en el machismo, con ideas como: ser sexualmente muy activos, que somos fuertes y a nosotros no nos pasará o que mostrar cualquier signo de debilidad nos hace "menos hombres”; las cuales limitan nuestras posibilidades de acceder oportunamente a los servicios de salud por mantener el “deber ser”.

Esta serie de ideas no solo genera desigualdades en el ejercicio placentero de la sexualidad, sino que añade una carga significativa que reproduce ejercicios que pueden vulnerar nuestra integridad y la de las personas con quienes nos vinculamos erótico y afectivamente. No por nada, el diagnóstico tardío tiene una mayor incidencia en la población masculina que en la femenina, sin importar la orientación sexual.

Sin duda, existe una serie de desigualdades estructurales en las que queda un amplio camino por recorrer para cerrar la brecha, por ejemplo, el acceso a servicios médicos y en consecuencia un diagnostico oportuno, el acceso a medicamentos y la garantía de abasto por parte del Estado, para lograr el tan anhelado estatus de “indetectable” y sostenerlo en el tiempo; la educación sexual laica y libre de estigmas, y un gran etcétera.

A nivel individual, la invitación es a reflexionar bajo que esquemas de pensamiento estamos vinculándonos erótico y afectivamente, analizando que ideas del “deber ser” nos hemos apropiado y aceptado como verdades absolutas, pero que no nos producen bienestar ni placer. Revisemos nuestras prácticas de autocuidado en salud física y emocional, hablemos de salud sexual con nuestros vínculos eróticos y, finalmente, accedamos a información científicamente respaldada que sume a nuestra cultura de prevención y goce de la sexualidad.

Afortunadamente hoy en día, un diagnóstico positivo a VIH no es una sentencia de muerte, sin embargo, el estigma y discriminación sí pueden conducir a ese fatal destino, la cura social es muy simple y está en la información. Medicamente, las poblaciones positivas siguen demandando la cura y hasta en tanto, la garantía del acceso a servicios de salud y abasto de medicamentos.

*Vicente Mendoza, Coordinador de Desarrollo Institucional en GENDES.