Los refugios como sabemos son espacios que salvaguardan la vida de las mujeres, sus hijos e hijas que viven violencia extrema. Estos espacios son vitales para las mujeres que no cuentan con una red de apoyo, o bien, cuando el generador tiene un cargo político, público, y/o pertenece a una red delictiva, lo cual aumenta el nivel de peligrosidad y exposición para la víctima. Los tipos de violencia según la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia son: sexual, económica, física, psicológica, y patrimonial. Cuando una mujer llega a solicitar el apoyo a un refugio, en su historia se registran al menos diez intentos, si es que antes no pierde la vida en manos del agresor.

La función de los refugios es salvaguardar la vida de las mujeres, brindándoles servicios psicológicos, legales, de trabajo social, enfermería y capacitación para el trabajo. Están a cargo un equipo multidisciplinario, profesional y especializado con perspectiva de género y derechos, con trayectoria en la atención a las violencias. Todos los servicios que se brindan son gratuitos y personalizados, tanto en su estancia en el refugio como en los centros externos que le darán seguimiento una vez que inicien su nuevo proyecto de vida.

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Las condiciones en las que llegan las mujeres a los refugios

Las condiciones en que llegan las mujeres son diversos, presentan cuerpos anémicos y desgastados, golpeados, fracturados, con lesiones con algún objeto, mutiladas, con quemaduras, traumatismos craneoencefálicos y lesiones en órganos internos entre otros.  Emocionalmente su mente se encuentra desintegrada, deprimida, con estrés postraumático, aplanamiento afectivo, baja autoestima, ataques de pánico, algunas con síntomas esquizoparanoides, con ideación suicida, trastornos sexuales, tendencias adictivas, conductas autodestructivas, y con diversos síndromes debido al impacto de la violencia vivida a lo largo de su vida.

Socialmente el impacto de la violencia implica que sean las mujeres quienes tengan que abandonar su espacio vital, su vivienda, su vida cotidiana, huyendo literalmente de su generador. Regularmente estas mujeres salen de su casa solo con la ropa que llevan puesta, al igual que sus hijos e hijas si los tienen, sin dinero, sin documentos personales, se pierde el año escolar de las y los hijos, o en ocasiones se van sin ellos. Tener que abandonar su vivienda, sus pertenencias, su trabajo, sus vínculos, no es transito fácil de vivir, es literalmente volver a empezar en el mejor de los casos.  

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El trabajo dentro de los refugios

Al cabo de tres meses aproximadamente las mujeres, sus hijos e hijas, logran recuperar su vida, integrar su mente, trabajan en su emocionalidad y derechos, se capacitan para el trabajo, buscan empleo, siguen con su proceso jurídico, se les ubica un nuevo lugar para vivir y una red de apoyo. Cuando terminan su proceso, las mujeres tienen otros rostros, otros cuerpos y la seguridad en ellas mismas, para iniciar una nueva vida libre de violencia. Sabiendo que habrá una instancia que las acompañe durante un año y posteriormente, ellas lo podrán hacer ya de manera independiente.

Con respecto al personal en los refugios es fundamental, ya que en poco tiempo tiene que integrar la mente de la usuaria, trabajar de manera multidisciplinaria para que recupere su autoestima, conozca sus derechos, deje de naturalizar la violencia, aprenda a poner límites, retome su confianza y autonomía, planeando su nuevo proyecto de vida. Esto que parece fácil en realidad es un trabajo artesanal y titánico, con mucha dedicación y compromiso. Lo cual también, tiene un impacto en la-el profesional provocándole un desgaste emocional, y físico.

Los riesgos de las personas que trabajan en refugios

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Ser personal de un refugio implica un riesgo de salud per se al tema de violencia, el escuchar permanentemente historias de violencia extrema, y convivir con las usuarias, sus hijas e hijos conteniendo dicha violencia para visibilizarla y transformarla. Si bien el horario es de ocho horas, indudablemente se trabajan 12 horas, los 365 días, porque las historias, las urgencias, los síntomas y los trámites no saben de horarios. No es tarea fácil para las y los profesionales, aunado a las actividades administrativas y de registro que tienen que generar para comprobar los recursos asignados.  De ahí, que es indispensable el proceso terapéutico personal y el institucional a fin de evitar el burnout o desgaste laboral, y garantizar así su salud mental y física para brindar un buen trato en el acompañamiento.

Historias hay muchas, recuerdo en una ocasión que un niño de seis años, bajo las escaleras y entró a mi oficina, se quedó en la puerta expectante esperando seguramente un “regaño” por haber entrado sin anunciarse. Le sonreí con un "¡hola!". Le pregunté su nombre, me lo dijo y se fue aproximando a mi escritorio,- ¿tú qué haces? me preguntó, -trabajando, le contesté y me miró extrañado, -¿trabajando? -Sí, yo trabajo aquí con la máquina. Me siguió mirando con extrañeza, pero con unos ojitos tan tiernos que nunca voy a olvidar. Le propuse dibujar y se puso a dibujar, y me narraba historias, al cabo de un rato me dijo: "ya me voy, mostrando una sonrisa de oreja a oreja, y dándome sus dibujos".  

Al otro día, cuando bajo a comer se detuvo en la escalera sin entrar y gritó mi nombre "¡Norma!", y le contesté "hola", diciendo su nombre, "¿necesitas algo?", agregué. "No", me contestó, sólo quería saber que estabas allí, "voy a comer". Y escuché que siguió bajando las escaleras. Y así todos los días hasta concluir su proceso, lo escuchaba, después lo extrañé.  Y sí, a veces cuando hablamos de vínculos, no necesariamente tenemos que ver físicamente a la persona, con saber que está allí nos da tranquilidad y seguridad para seguir nuestro camino.

Norma G. Escamilla Barrientos es licenciada en pedagogía por la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM y tiene maestría en psicoterapia psicoanalítica por el Centro Eleia, A.C.

@EscamillaBarr