Lo primero que sentimos al nacer es el calor de nuestra madre, mientras que por nueve meses hemos estado conectados al latido de su corazón, conforme vamos creciendo experimentamos diversas formas de amar y de acercarnos a ellas, algunas mamás son serias, frías, enojonas, otras son cálidas, consentidoras, solapadoras, muchas deseaban tener hijos, otras solo uno y muchas más no lo habían planeado, pero al ver la sonrisa de ese bebé, su perspectiva cambió.

La figura de la madre, para algunos, es fundamental en el crecimiento de todo ser vivo, y en el ser humano, es un tanto peculiar, pues es la que no solo nos da amor, sino toda esa fuerza interior que nos impulsa hasta el ultimo día de nuestra vida. Existen muchas teorías psicológicas de todo lo que esa figura marca en nuestras vidas, pero: ¿Qué pasa cuando ellas mueren?, en nuestro país seguimos evadiendo pensar en esa cita a la que todos deberemos acudir el día que nos toque, una cita segura, y sin duda, el hecho mas certero que tendremos.

 

Les cuento que mi madre tuvo dicho encuentro y partió hace cuatro meses. Si alguien me hubiese dicho que es el dolor más grande que uno puede resistir, tal vez lo habría dudado, ahora sé que es tan fuerte, que te parte el alma en dos para siempre y después de eso, nada en la vida vuelve a ser igual. Hoy quiero compartirles un poco de ella para seguir con su legado y seguramente alguien se identificará con este texto.

Su nombre es Cony, falleció por Sars Cov2 o como mejor se le conoce, Covid-19, el día 17 de mayo de 2020 a las 6:30 de la mañana, ella forma parte de  ese 35.7% de mujeres en México que el virus las ha llevado hasta a la muerte.

Mi primer encuentro con el feminismo justamente fue gracias a mi mamá. Ella era una mujer avanzada para su época, pues iba en contra de todo aquello que una “buena dama” tenía que hacer o decir, se caracterizó siempre por levantar la voz ante cualquier acto que transgrediera su género, esta actitud no fue bien vista por algunos hombres, tal vez por ello nunca se casó, aunque tuvo una hija y decidió educarla sola y desde que recuerdo, siempre luchó por la equidad de género defendiendo a capa y espada a todas las mujeres que se cruzaron en su camino siendo maltratadas, como resultado de esos desencantos, fue duramente juzgada y criticada, aunque eso tampoco le importó mucho.

Estudió Trabajo Social, psicología y realizó una maestría en pedagogía, su mayor pasión fue la enseñanza, el 15 de mayo, día del maestro, camino al hospital platicábamos sobre lo mucho que amaba estar con sus alumnos en la UNAM, y cómo le preocupaba que algunos de ellos no gustaran de la lectura; siempre  estuvo preocupada por el acoso que sufrían sus alumnas, a quienes apoyó desde su trinchera cuando se acercaron a ella a solicitarlo.

Parte de su labor era el trabajo con grupos de mujeres, pues daba pláticas de climaterio, menopausia, autoestima, tanatología y violencia, entre otras más, recuerdo muy bien que alguna vez la observé dar esas charlas, y expuso un poema que dejó una marca en mi, ahora se los comparto:

Quise ser hombre”

Una vez quise ser hombre

para casarme con mi hermana

que ya lleva tres divorcios,

para amar a mis amigas

que en cada relación mueren un poco.

Quise ser hombre

para fecundar sus vientres,

no de hijos, sino de poesía,

vino tinto, relojes parados,

unicornios azules.

Para decirle a Josefina

cuanto admiro su forma de entregarse.

Para escribirle a Rosi

esas cartas que no llegan nunca.

Llamar por teléfono a Pilar

que espera tantas tardes.

Llenar de caricias prolongadas

el espacio de Beatriz,

que vive sola y

le tiene miedo a los temblores.

Quise ser hombre,

para amarlas a todas y no sentir más

el frío de sus lágrimas en mi playera,

ni mirarlas apagarse,

ni presenciar sus funerales

en sus ataúdes de treinta años.

Quise ser hombre

para invitarlas a volar el periférico,

a bailar descalzas porque el América

le ganó al Guadalajara,

para llevarlas del brazo hasta una cama

donde no tengan que fingir orgasmos.

Pero soy mujer y, aunque puedo

compartir con ellas la poesía,

escribirles cartas,

llamarlas por teléfono,

llenarlas de caricias prolongadas,

volar el periférico,

bailar descalzas,

secar su llanto,

tocar su alma…

No es suficiente.

No les alcanza.

Porque, desde niñas, aprendieron

que los hombres son un premio al que hay que amar,

sin importar si ellos las aman. 

Rosa María Roffiel

(México, 1945)

 

Ese día, después del poema, algunas mujeres se acercaron a ella y con lágrimas en los ojos le agradecieron el taller, otras se abrazaron, pero otras tantas se molestaron, e incluso le dijeron lesbiana, lo cual como era costumbre en estos casos, a mi madre no le importó, a sabiendas que cada mujer llega al feminismo en distintos tiempos. Yo tenia 15 años aproximadamente y como ahora, me sentía súper orgullosa de ella. ¿Cuántas o cuántos de ustedes no han sentido eso por su madre? Sin duda  son momentos tan especiales que ahora recuerdo y me hacen sonreír.

El principio del fin 

Mi mamá comenzó con síntomas confusos, dolores estomacales, náuseas y temperatura, en uno de los primeros picos más altos de la pandemia; su oxigenación bajó extremadamente, pues saturaba el 80% y tuvo que ser hospitalizada de inmediato, no sin antes peregrinar en búsqueda de hospitales, ya que la cuota que cobraban en el Hospital Ángeles de Interlomas era impagable, pues de inicio, solicitaban la cantidad mínima de 500 mil pesos, con un costo final aproximado de 3 millones de pesos. Finalmente mi madre pudo ser ingresada al Hospital Adolfo López Mateos, después de permanecer  algunas horas dentro de una ambulancia estacionada a las afueras de este lugar dentro de una cápsula aislante y asistida de un tanque de oxígeno.

24 horas después de ser internada, el domingo 17 de mayo a las 9:00 a.m. una llamada cambió mi vida, por parte del hospital, me solicitaban que asistiera, no me dijeron nada más, pero era obvio que tenían una actualización sobre el estado de salud de mi madre; esto era claro, sin embargo, ingenuamente tenía la esperanza de que fuera una buena noticia.    

Cuando se parte el alma 

Al llegar al acceso del hospital, tuve que rogar a los policías que me dejaran entrar con mi novio, pues debido a las restricciones, sólo se daba acceso a una persona, les argumenté que si la noticia era la muerte de mi madre, no sabía como iba a reaccionar e incluso si la podría soportar; es impresionante la falta de empatía ante estos casos, pero bien dicen que la esperanza muere al último. Tocado ya el corazón de alguno de ellos, pude estar acompañada para escuchar la frase más dolorosa en mi vida.

“Le tengo malas noticias” exclamó el doctor, yo solo atiné a responder “se murió”, para luego desvanecerme en los brazos de mi novio. El dolor fue tan grande que se comenzó a dormir el lado izquierdo de mi cuerpo, creí que iba a morir de un paro cardiaco, no fue así pues aquí estoy escribiendo este texto.

Gaby Pérez islas, Tanatóloga, en su libro Cómo curar un corazón roto explica paso a paso el duelo de la muerte de cada ser querido y tomo esta cita  que viene en uno de sus capítulos:

“Duele no tenerte aquí, pero sé que volveremos a estar juntos, no con este cuerpo y estas manos, pero si con nuestra alma y la energía que somos. La muerte acaba con la vida de una persona, pero no con lo que sentimos por ella”.

Ahora que vivimos la pandemia, con un futuro incierto, miedo, desempleo, enojo, violencia e incertidumbre, no nos queda más que saber que nadie está exento de ser infectado o contagiado, y aunque todos algún día vamos a morir, no sabemos cuando, por eso, tomemos este consejo que cita Pérez Islas en su libro: “El momento es ahora. No lo dejes para después. Si tienes algo que decirle a tu madre, pedir perdón o perdonar, no temas hacerlo, no temas su reacción, seguramente te sorprenderás”.

El duelo en época de covid es mucho más complicado, pues debido a la sana distancia, estamos obligados a carecer de esos rituales que son de alguna manera terapéuticos, los velorios, no sólo sirven para llorar a nuestros muertos, sino para fluir con el dolor y que este no termine asesinándonos; que el encierro no nos aleje de la empatía y la solidaridad, que al amor nos salve la vida, pues son más de 70 mil historias, familias y personas las que se están yendo de este mundo aislados, sin poder ser abrazados.

Que la muerte de cada uno de nuestros seres amados, nos haga más fuertes, disfrutemos el aquí y el ahoraCon todo mi amor para ti querida mamá, desde donde ya no sufres, me cuidas y guías, para ti que lees esto, compañera de dolor, lucha y destino, para todas las personas que al igual que yo, desconocemos la respuesta a la pregunta que todos los días nos apachurra el corazón.

Estefanía Quartino es periodista, comunicóloga, co- conductora de Fórmula DDN, feminista, amante de los animales.

@estefyquar