Han pasado casi tres semanas desde la última vez que hubo visitas o alguien salió en el asilo, han sido largas semanas de encierro en este fuerte contra el covid-19 ,sin contacto directo con el exterior. 

La vulnerabilidad de los residentes es el principal argumento para mantener estas draconianas medidas, lamentablemente los sucesos en Francia, España y Estados Unidos nos han dado la razón; no sólo los adultos mayores están en riesgo, pero los adultos mayores en un espacio cerrado, en un asilo o residencia,  y en estrecho contacto entre ellos: son una bomba de tiempo. ¿Será cierto que nadie lo vio venir o simplemente no pareció una situación tan urgente? 

El encierro tiene efectos en todos, los residentes, los directivos, las enfermeras, las cocineras, todo el personal realmente. Parecemos un experimento social de los años setenta, sólo falta alguien que registre los eventos con sus reacciones, y que posteriormente escriba su tesis. Sin duda hay un aire de ansiedad que flota y que cada día se hace más denso.

Las reacciones son diversas y dependen de la situación particular de cada individuo. No obstante,  las personas que viven con demencia la pasan peor. Todos necesitamos referencias en nuestras vidas, así,  tomamos decisiones o así, nos ubicamos frente a otras personas; en la demencia esas referencias están muy limitadas, por lo general dependen de la rutina y de las personas con las que más conviven o a quienes más conocen, pero hemos cambiado esas rutinas.

Hay una disrupción total de lo que conocen, no hay visitas, no hay contactos; sólo resienten el ambiente de preocupación e inminente peligro. Reaccionan como todos lo hacemos y tratamos de esconder -¿mantenernos ecuánimes ante esta situación es imperativo?- ellos y ellas no lo pueden controlar, se exaltan, tienen alucinaciones, se enojan, golpean o se golpean; son humanos, en su mayoría, son mujeres las que se encuentran en el asilo, un 80 por ciento.

¿Mantenernos ecuánimes ante esta situación es imperativo?- ellos y ellas no lo pueden controlar, se exaltan, tienen alucinaciones, se enojan, golpean o se golpean

Su contraparte son las personas más racionales que concentran toda su atención en el uso correcto de las medidas de prevención, un control total es demandado sobre todo y todos. El ejercicio de control absoluto perpetúa su ansiedad y se  sublima con groserías, las cuales uno soporta. Todos comprendemos… Hay un grupo que está en una situación intermedia donde el conocimiento y la racionalidad, no es tal, pero promueve la compra del cubrebocas más recomendado por las amigas y el seguimiento intermitente de las noticias del mundo. 

 

En general nadie duerme, todos despiertan en las noches con el miedo de ser atacados por ese mal que aniquila adultos mayores, piden más drogas del sueño para sobrellevar el encierro. No duermen pero tienen una energía desbordada, te buscan y hablan de forma incesante. El personal que trabaja en el asilo, un 90 por ciento somos mujeres quienes con quienes los residentes han generado una relación de dependencia.

Puede que el miedo de infectarse supere al miedo en sí de morir, el pánico alrededor de la pandemia marca el paso del día. Ser designados como el blanco principal del virus y no necesariamente el principal blanco de la artillería de la medicina es revelador para ellos, su vulnerabilidad tiene que acotarse a los recursos y a la discriminación. Es una ansiedad de ser escogido por el virus y convertirte en aquello que todos designan, en eso que muchos hacen menos. Es formar parte de la estadística en el grupo menores a 65 años, el cual sólo es visto por el becario de la Secretaría de Salud. 

¿Acaso la terrible experiencia vivida durante esta pandemia cambiará la forma en la que se han procurado los adultos mayores en el mundo? Lo dudo.  

*Natalia Sánchez, estudió medicina por la Universidad Nacional de México, especialista en Geriatría por el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán

@nat_san_gar