Sin ánimos de amedrentar, pero el amor romántico tiene riesgos. ¿Cuántas veces hemos escuchado “hasta le perdono los golpes”? Detengámonos un momento y reflexionemos el significado de eso. Soportar el dolor físico como muestra de afecto hacia alguien, normaliza un trato basado en la violencia.

Soportar el dolor físico como muestra de afecto hacia alguien, normaliza un trato basado en la violencia.

En la frase citada, hablamos de violencia física, aunque, también, vienen imbricadas otras formas de violencia, entre ellas, la psicológica, el tipo de violencia con mayor presencia entre mujeres mexicanas, de acuerdo a la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH, 2016). Tengamos claridad: 40.1% de las mujeres declararon en la encuesta haber sido víctimas de violencia psicológica en algún momento de su vida. Si a ese dato agregamos que 6 de cada 10 mujeres ha sufrido violencia de su pareja en México, nos comenzamos a adentrar en el terreno de una problemática que nos incomoda visibilizar: la violencia contra las mujeres.

 Entonces, ¿se vincula el amor romántico con la violencia de pareja? Empecemos por problematizar en qué consiste el romanticismo. Hay quienes hemos usado el término de arriba para abajo, imitándolo a cajas de chocolates u osos de peluche. Sin embargo, recordemos que el romanticismo se refiere a un movimiento filosófico y artístico. Como tal, el Romanticismo surgió en el siglo XIX con la intención de sobreponerse a la Ilustración, corriente centrada en perseguir el conocimiento humano, la razón, un esfuerzo en aras de alcanzar el mejor mundo posible. Por su parte, el Romanticismo estipulaba que la inspiración, la pasión y la locura representaban facultades primordiales para trascender la conciencia y encontrar el espíritu humano (nótese, en masculino). Aterricemos esta forma de pensar al presente.

Con “lo romántico”, viene el derroche de emociones, la muestra pasional e intensa de devoción hacia la otra persona. Observamos a mujeres entregadas a su pareja, dedicadas a cuidarle e incluso dispuestas a dejarle pasar todo, desde una amenaza verbal hasta los golpes. Al mismo tiempo, muchos hombres asumen un rol presuntamente protector, que les mantiene atentos a quién se acerca a su pareja, a quién le mira en la calle, a cómo se viste y adónde sale sin él. Estos aprendizajes provienen de una construcción del género, de lo femenino y lo masculino, que damos por sentado. Además, legitimamos la violencia dentro de un esquema de amor que nos dice: “¡Aguántate!” o “Así soy, por más que lo intente, no puedo cambiar”. La expresión de ese romance consiste en los celos, en la insatisfacción, en los sentimientos de culpa, en la destrucción y en la autodestrucción. Nada de esto se refiere a cuentos que dejamos en el siglo XIX, sino a un modelo de amor romántico vigente.

Pongamos un ejemplo; cuando un hombre envía flores a su pareja, quiere demostrarle cuánto está pensando en ella. De ocurrir en público, el acto adquiere un sentido específico: comunicar a quienes atestiguan el acto que ella ya está con alguien (quedémonos con un ejemplo de pareja heterosexual, porque, en una relación sexualmente diversa, la expresión de afectos puede verse afectada por discriminación también, un tema que amerita su propio texto). Las intenciones podrán ser bonitas, pero le acompaña una cultura de género donde los espacios físicos y simbólicos resultan sujetos al control, a la vigilancia, a los abusos de poder. ¿Qué pasa en las redes sociales? Los varones llenamos el muro de nuestra pareja con contenidos románticos, damos “likes” a cada foto suya, incluso revisamos sus mensajes, pedimos sus contraseñas. El riesgo se encuentra en invadir los espacios de ellas, en considerarlas nuestra posesión, bajo la idea de que “con nosotros, no necesitan de nadie más”.

¿Por qué priorizamos la violencia masculina contra las mujeres? Porque, de los asesinatos de mujeres que suceden diario en México, 98% ocurre a manos de hombres (Gasman, INMUJERES, 2019). Añadamos que 43.9% de las mujeres mexicanas con 15 años o más ha recibido agresiones de su actual esposo, pareja o expareja, siendo éste hombre (INEGI, 2019). Además, chequemos la “escalada de violencia” contra las mujeres, conforme incrementan la intensidad y frecuencia de las agresiones, aumenta el riesgo de vida para ellas. ¿Cuándo asumiremos nuestra responsabilidad desde el rol masculino? No se trata de condenar la entrega de flores a la pareja, tampoco de odiar el romance, mucho menos de comparar un cortejo con una muerte. Lo que se propone es poner en pausa nuestras dinámicas de pareja para discutir alternativas de mutuo afecto.

Abramos espacio a otras formas de amar. Para los hombres: identifiquemos qué secuelas tiene la masculinidad, aboguemos por el diálogo, la escucha activa, el manejo sano de las emociones, la prevención de la violencia y el interés por la otra persona (sea mujer u hombre, puesto que el amor romántico ha afectado toda la diversidad de parejas).  Las mujeres empezaron a cuestionar este modelo hace bastante tiempo, intentemos entender qué nos dicen, por qué se manifiestan. Construyamos Amores chidos, decimos en GENDES1, amores comprensivos, conscientes e incluso dispuestos a optar por el mejor desenlace para cada quien, no necesariamente debemos permanecer “juntes hasta el final”, en particular, si ese final representa un riesgo para alguna parte. Desmitifiquemos el romance patriarcal. Practiquemos el buen trato, bientratémonos.

*Escrito por Fernando Moya Olivares, Coordinador del Programa de Capacitación