Empecemos por el principio, el título de esta columna es un poco exagerado. Quizá se debería llamar Confesiones…: Ser una “okay woman”, o incluso: “woman medianona”. Y es que esta idea de que las mujeres debemos ser casi un personaje de ficción, que lo hacemos todo (acabo de ver el anuncio de una marca de leche con Chris Evans y me da un coraje terrible), con el maquillaje y peinado perfectos y sin quejarnos es -díganlo conmigo- una estupidez.

Sí, ya voy a sacar la tarjeta del patriarcado, pero es que las mujeres NO podemos hacerlo todo, igual que los hombres NO pueden hacerlo todo. Pero el sistema socio-económico en el que vivimos nos condiciona para creer, entre otras, tres cosas sobre la crianza:

1. El “verdadero” trabajo es el económicamente remunerado, lo demás es “instinto”, naturaleza o hobby.

2. El costo por ser madres es tener que elegir entre abandonar nuestro desarrollo profesional o sufrir una sobrecarga de trabajo y emocional.

3. La conciliación laboral-familiar y las leyes laborales pro persona son privilegios para las mujeres.

Estas ideas refuerzan el modelo de que la función principal -y natural- de una mujer es la crianza, la familia y el trabajo doméstico. Madre trabajadora es la que tiene un trabajo fuera de casa, porque el cuidado familiar, la carga mental y emocional de los cuidados, que en su mayoría mantienen las mujeres, y la crianza ni siquiera se consideran como un trabajo. Y añadiendo a la ofensa, tenemos que soportar cosas como que en entrevistas de trabajo o en nuestros empleos nos cuestionen continuamente si nuestros maridos “están de acuerdo” en que trabajemos, o que “quién nos cuida a los niños”. Por favor levante la mano el hombre al que lo han dejado fuera de un ascenso o una reunión importante porque “no creímos que te interesara, vas a tener menos tiempo para tus hijos”. ¿Ninguno? No me sorprende.

Entonces estamos en esta situación en que somos mujeres trabajadoras, feministas y decidimos ser madres (en mi mundo ideal, a la maternidad se debe llegar SIEMPRE de forma elegida y deseada, ya hablaremos de eso en otra ocasión). Además de tener que lidiar con el tema vida laboral – maternidad, muchas de nosotras entramos en una especie de conflicto entre esa misma maternidad y el feminismo en el que creemos y vivimos. 

¿Ser madre es una decisión mía o es el condicionamiento social de lo que debo ser? ¿Ser madre es reforzar los roles de género al yo pausar mi carrera – por mucho o poco tiempo que pueda o decida hacerlo? Y, además, si nuestra línea de feminismo es transversal o anti-capitalista, podemos sumar la crisis de ¿Si regreso a trabajar en vez de criar a mis hijos, estoy siendo parte del sistema capitalista y los estoy abandonando? ¿O, si no regreso a trabajar, estoy perpetuando la opresión económica femenina?

Eso sí, se espera que nos sintamos, sin excepción y todo el tiempo, en una especie de paraíso emocional, bendecidas y agradecidas de la maternidad. Es una cosa casi neurótica.

Pero no necesita serlo, se vale cuestionarnos a nosotras mismas y a nuestro entorno; y se vale no tener todas las respuestas. De esto (y más) irán estas confesiones, de aceptarnos como madres imperfectas, y feministas en (de)construcción. Bienvenido el debate.

*Graciela Rock Mora es mexicana viviendo en Barcelona. Con estudios en política pública, desarrollo y género, vive añorando su regreso a México y poder comer gorditas en el mercado de Mixcoac. Mientras tanto trabaja, cambia pañales y les enseña de feminismo a sus hijas. En sus ratos libres, hace el vermú y no la guerra.