En México, en 2015, el 50% de mujeres que tenían un empleo y tuvieron hijos, decidieron dejar sus empleos. En algunos casos, esta decisión es una elección libre, meditada y disfrutada por la madre; en muchos otros, es la única vía en una sociedad donde la licencia por maternidad contemplada en la ley es de 90 días (3 meses), considerando los días o semanas anteriores al parto que la madre pueda tomar en preparación, o reposo, es decir, hay madres que por diferentes motivos disfrutan únicamente de 45 días de licencia de maternidad una vez que ha nacido su bebé. Además, la licencia de paternidad dura únicamente cinco días.

Hablemos de algunas de las cosas que están mal con este modelo. En primer lugar, la premisa de que el proceso de crianza y cuidados recaen completamente en la madre, en este sentido, un permiso de paternidad de cinco días es incluso ofensivo.

Asumamos una madre primeriza, que quizá tuvo un parto con complicaciones o una cesárea, o está sufriendo de depresión postparto, o simplemente no tiene una red de apoyo local. Su pareja, su compañero de crianza está fuera del cuadro, trabajando entre 8 y 12 horas diarias, sin oportunidad, incluso si hay interés, de participar en esos primeros meses de contacto y lazo con el bebé, de apoyar a su pareja, de disfrutar de una paternidad consciente y plena.

Sumemos la existencia de hijos mayores, a quienes hay que atender, cuidar, alimentar, llevar a la escuela, etcétera. Si es la madre absolutamente responsable de esta labor -ya de por sí invisibilizada, menospreciada- la llegada de un bebé puede ser una sobrecarga inmensa a la salud de las mujeres y a su capacidad de reincorporarse a la actividad económica.

Supongamos ahora, que una mujer tiene el apoyo suficiente (casi siempre en la figura de una familiar) y logra retomar su empleo remunerado. ¿Tiene un lugar adecuado para ejercer su derecho a la lactancia? ¿Tiene derechos laborales relativos a la reducción de jornada o jornada intensiva? Este tipo de cuestiones van mermando la capacidad productiva de la mujer en el lugar de trabajo.

Si tengo derecho a hacer dos pausas de 30 minutos para lactancia o extracción de leche en mi lugar de trabajo, pero resulta que el lugar “asignado” es el baño, o una sala común; si cuando el bebé o el niño requiere que le lleven al pediatra, o se enferma, o hay que hablar con los profesores, son las madres las que siempre piden horas o días; si la valía profesional depende de hacer jornadas de más ocho horas diarias, entonces las probabilidades de que mi rendimiento laboral disminuya y de que mi nivel de insatisfacción con el balance trabajo-familia se dispare hasta las nubes, son muy altas.

Por un lado la expectativa social y la propia de lo que se espera de las madres, y por otro el deseo de disfrutar de una maternidad activa y participativa, se enfrenta a un modelo laboral en que uno “sea madre pero sin que se note en el trabajo y trabaje, pero sin que se note en casa”, una dualidad imposible de lograr.

La conciliación, de acuerdo a la organización GIRE (Grupo de Información en Reproducción Elegida), es un modelo en el que busca “hacer frente a las situaciones de clara desigualdad que se generan de manera desproporcionada entre hombres y mujeres en la vida productiva frente a las responsabilidades familiares y del hogar” a través de políticas y medidas que faciliten la corresponsabilidad entre hombres y mujeres y la convivencia entre el trabajo en el hogar y el trabajo remunerado.

¿Esto qué significa?

Que existan mecanismos y acuerdos a través de los cuales se facilite que los padres y madres que así lo deseen puedan acceder a modelos de reducción de jornada, a licencias sin goce de sueldo, a días de trabajo a distancia. Que las empresas ajusten sus medidores de productividad a resultados y no a lo muy explícitamente llamado “horas nalga”, que sea buena práctica generalizada tener salas de lactancia. También que el marco jurídico contemple licencias de maternidad y paternidad equivalentes y colaborativas, respetuosas de las recomendaciones internacionales sobre los tiempos de lactancia y empáticas.

En México, desde hace algunos años estamos empezando a tener esta conversación, principalmente a partir de que las mujeres están menos dispuestas a dejar a un lado su propio desarrollo personal y profesional al convertirse en madres, y por la conversación en paralelo que como sociedad estamos teniendo sobre los roles de género dentro y fuera de casa.

Se espera que los padres sean más participativos y comprometidos con el trabajo doméstico y la crianza y que la presencia femenina en el mundo laboral se impulse más profundamente. Aún así, nos seguimos encontrando con empresas en las que se despide por quedarse embarazada o al volver de las licencias de maternidad.

Hace algunas semanas leíamos sobre el caso de varias mujeres a quienes una conocida marca de cosméticos despidió presuntamente por haber tenido hijos. Y seguramente entre nuestras amistades y familiares, o nosotras mismas, tenemos historias de jefes que amenazan, compañeras que menosprecian, clientes que cancelan acuerdos, cuando se enteran que somos o seremos madres. Algunas veces es ilegal, algunas otras sólo está de la fregada. En todo caso, tenemos que hablar de esta realidad, no asumir que es lo normal y que “así toca”.

Entonces díganme, mamás y papás: 

¿Ustedes concilian? ¿Sus empresas tienen políticas de conciliación o corresponsabilidad? ¿Las han discriminado por ser madres? ¿Los han menospreciado por querer ser partícipes en la crianza? ¿Qué han hecho? ¿Qué hacen? Hablemos.

Para continuar la conversación: “Horas hábiles. Corresponsabilidad en la vida laboral y personal” publicado en 2017 por GIRE.

*Graciela Rock Mora es mexicana viviendo en Barcelona. Con estudios en política pública, desarrollo y género, vive añorando su regreso a México y poder comer gorditas en el mercado de Mixcoac. Mientras tanto trabaja, cambia pañales y les enseña de feminismo a sus hijas. En sus ratos libres, hace el vermú y no la guerra.