Nunca ha sido fácil identificar una bruja y el hecho de carecer de marcas específicas la torna un peligro mayor: con ese precepto se fomentó la desconfianza en todas y cada una de las mujeres desde la época medieval.

Por eso Juana de Arco (Domrémy, Francia, 1412 - Ruán, id., 1431) fue quemada en la hoguera. Según cuenta su biografía, desde que tenía trece años Juana confesó haber visto a San Miguel, a Santa Catalina y a Santa Margarita. Unos años después dijo que Dios le había encomendado una misión: dirigir el ejército francés y expulsar a los ingleses del país.

Por supuesto, Juana de Arco se había adelantado a su tiempo, estaba rompiendo el esquema patriarcal donde la mujer era sumisa, indeleble, sin iniciativas propias... ¿Cómo se atrevía a tantas pretensiones una campesina casi analfabeta?

Muchos años después de su muerte, fue considerada una mártir y convertida en el símbolo de la unidad francesa. Fue beatificada en 1909 y canonizada en 1920, el propio año en que Francia la proclamó su patrona.

Luego, ese mismo país vería nacer a Olympe de Gouges (1748-1793), que aunque sufrió el trauma de casarse con un hombre mucho mayor aún sin quererlo, fue madre a los 19 años y se quedó viuda muy joven, ejerció como escritora, dramaturga y fue la autora de la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. Este constituye uno de los primeros documentos en la historia de la humanidad que propuso la emancipación femenina y defendió la igualdad de derechos y la equiparación jurídica y legal de las mujeres en relación con los hombres.

Razones similares defendía Rosa Luxemburgo (1871-1919) cuando dijo: "Quien es feminista y no es de izquierdas, carece de estrategia. Quien es de izquierdas y no es feminista, carece de profundidad”. Fue ella otro símbolo para las mujeres: luchó por el voto universal, combatió la burguesía, participó en la Primera Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas (1907), militó en el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), fue la líder más significativa de la Liga Espartaquista, fundó el Partido Comunista de Alemania y hoy es recordada como la más importante dirigente marxista de la historia.

Con esa misma vehemencia que Rosa defendió sus ideas políticas, Marie Curie (1867-1934) defendió sus resultados científicos. Hasta la muerte de su esposo en un accidente de tránsito, Marie había trabajado junto a él en el laboratorio. Todos creían que era el hombre el protagonista absoluto del descubrimiento del radio. Luego ella siguió sola, cuidó a sus hijos y se entregó por completo para terminar la investigación que habían empezado juntos. Muchos prejuicios tuve que enfrentar, sobre todo en el ámbito académico, pero su perseverancia y dedicación la hicieron triunfar ante una sociedad que no la creía capaz: fue la primera mujer científica en recibir un Premio Nobel (En 1903 recibió el Premio Nobel de Física junto a sus esposo) y la primera catedrática de la Universidad de la Sorbona de París. Luego, en 1911, ganó también el Premio Nobel de Química.

Por otra parte, en Latinoamérica, la figura de la mexicana Esperanza Brito (1932-2007) se erige en la memoria colectiva como uno de los símbolos de feminismo más representativos de la región.  Era periodista y activista y siempre consideró que para combatir el machismo, había que hacerlo desde el interior del sistema. Fundó el Movimiento Nacional de Mujeres mexicano y fue una de las primeras en denunciar las muertes constantes de las féminas a causa de los abortos clandestinos e inseguros. Para defender sus principios marchó muchas veces, siempre vestida de negro.

Esos son los antecedentes de las luchas actuales por empoderar a la mujer, de los reclamos que son el efecto de causas injustas por resolver... El feminismo de hoy se nutre de muchas que hicieron historia y se inspira en ellas, para seguir haciendo justicia.