Estoy enojada, furiosa. Cuento hasta diez: Diana, Ana Paola, Abril, Lesvy, Fátima Cecilia, Daniela, Karla, Serymar, Campira, Fernanda. El enojo crece, me invade y se transforma en desesperación, frustración e ira. Lo intento nuevamente, cuento hasta diez: una estudiante de derecho, una niña de 13 años que le gustaba el baile, una ejecutiva, una estudiante universitaria, una niña de siete años que quería ser doctora, una estudiante de Xochimilco, una estudiante de nutrición, una estilista, una ama de casa de Coyoacán, una mujer embarazada de Cuautitlán Izcalli. El conteo me hace hervir la sangre. Diez casos sobre diez mujeres completamente diferentes, en lugares distintos de la ciudad, cuyo único punto en común es el feminicidio, acaso, la violación previa o la tortura. 

Más enojo me produce saber que solo es un botón de muestra; casos que tomaron relevancia en la opinión pública por la ferocidad, el horror o la casualidad, pero que suceden entre 10 y 11 veces por día en México. Además de las 18 llamadas por violencia contra la mujer -que proceden-, y que recibe el 911 cada hora, un 21% más de las realizadas en el mismo período el año anterior, según la propia titular de la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres. 

(Foto: Cuartoscuro)

Esto ocurre con más frecuencia ahora que el victimario está encerrado con la víctima, que muchas mujeres tienen que elegir entre la pandemia del virus o la pandemia de la agresión. 

Como si el círculo no fuera lo suficientemente perverso, la autoridad, cuya responsabilidad y obligación es garantizarles a las mujeres una vida libre de violencia, lanza una campaña en la que sugiere que el victimario cuente hasta diez. 

Imagino a estas, o a otras, o a mí misma, pidiéndole a un hombre violento «Por favor, antes de destrozarme la cabeza con un bate de béisbol, cuenta hasta diez», «Espera, no me violes, cuenta, por favor, hasta diez» o «Deja de clavarme ese cuchillo, mejor hagamos un conteo los dos juntos: uno, dos, tres…». Lo ridículo de estas frases inventadas solo evidencia lo ofensivo, cruel e ignorante de la campaña. Mismos adjetivos que aplican a quienes, aún con la evidencia innegable de las cifras de feminicidio, violación, abuso sexual y acoso, siguen negando o minimizando una de las pandemias más antiguas y graves de nuestro país. 

El enojo que me invade ahora es total, histórico, ancestral. Quiero contar los últimos diez casos de impunidad, las diez últimas veces que un desconocido opinó sobre mi cuerpo en la calle, las últimas diez veces que me dijeron «feminazi», las diez veces que tuve miedo solo por el hecho de ser mujer, las últimas diez veces que el presidente minimizó o ignoró nuestras exigencias, las diez veces que dijimos, juntas, «ni una más» mientras una más de nosotras estaba siendo violentada, acosada o asesinada. 

Voy a realizar un último conteo: Ingrid, Itzel, Samai, Areli, Isabel, Nadia, Litzy, Dalia, Mara, Judith. Podríamos llenar de nombres esta columna, llenar de historias la primera plana de cualquier periódico, escribir un libro con el nombre, la edad, la profesión y los sueños de cada mujer que fue asesinada a manos de un feminicida en los últimos cinco años. 

El enojo solo empezará a disiparse cuando la violencia deje de estar normalizada, cuando las autoridades actúen, cuando el peligro no sea inherente a ser mujer.

 Y si usted no está enojada o enojado en este momento es porque no está prestando atención. 

bl