María del Rosario recuerda que cuando era niña solía ver a su mamá llorando porque le habían pegado a su hija. “A mí me dolía mucho ver a mi mamá así, decía que no me iba a casar, iba a ser monja porque no quería hacer sufrir a mi mamá, aunque ni tenía vocación, ¿verdad?, siempre me han gustado los hombres”, comenta riéndose de sí misma.

María considera que siempre la han tratado bien los hombres, “creo que uno les debe de poner límites, ¿no?”, dice. Su esposo falleció hace dos años aproximadamente, actualmente tiene un novio que quiere casase con ella. A sus 50 años considera que ya no está para eso. 

Sus hermanas la han cuestionado de su relación, incluso le han dicho "ridícula" por pensar en volverse a casar, “¿a poco te quieres volver a casar?”, le dicen. Ella responde que siempre le fue bien, por qué no iba a casarse. 

Hasta ahora no entiende por qué las mujeres le tienen miedo a los hombres. A sus 20 años, mientras iba al mercado vio cómo uno de sus vecinos le gritaba a su esposa. María agarró un palo y comenzó a golpearlo, “yo no dejaba de darle, porque qué tal si me lo quitaba y me daba a mí”, comparte. 

El vecino le pidió a unos policías que se la llevarán, a la patrulla también se subió la mujer agraviada. “Recuerdo que dijo, si se la llevan a ella también a mí. En la patrulla le iba diciendo que no se dejará, que lo dejara”, cuenta María.

Esa fue su primera experiencia defendiendo a una mujer. La segunda ocasión, se enteró que su prima Cuca estaba arrinconada en la cocina porque su esposo la estaba golpeando. María, de nuevo, tomó un palo y golpeó al agresor. Al tiempo, su prima decidió dejarlo, él fue a la casa de María a reclamarle que por su culpa lo había dejado.

A la fila de los reclamos también se suma la de su sobrina, quien la acuso de que su mamá había dejado a su papá por su culpa. “Aquella ocasión me enteré que mi excuñado estaba golpeando a mi hermana, le dije ‘si te vuelves a dejar, vas a ver, uno se debe hacer de mañas o le pegas o lo dejas’”, fue la recomendación de María.

“No fue mi culpa que los hayan dejado sino sus acciones”, repela María, quien sigue sin comprender cómo es que las mujeres siguen con hombres que las violentan.

Aunque su historia de defensora continua, esta vez con su hija quien también ha sido violentada por su pareja. Cuando María vio que su hija tenía la cara morada de que la habían golpeado, fue a buscar al agresor a casa de su familiares. “Al salir de mi casa agarre una piedra y no la solté hasta que lo vi. Cuando pregunté por él y salió, me fui contra él”, dice.

“Me da mucho coraje, sé que está mal que reaccioné así pero no me puedo contener. No puedo con la imagen de mi mamá llorando porque habían golpeado a su hija”, dice consternada.

María actualmente trabaja limpiando casas. Hace tiempo fue por su carro, el cual usaba su novio, le molestó que la última vez que ella lo necesitaba él lo había usado para irse a tomar. “Es mi carro, tengo mi derecho de llevármelo”, dice. A sus 50 años cree que su destino es quedarse sola, aunque en el fondo, se da cuenta que el contexto le ha dado la opción de disfrutar su libertad.