Quiero poner el dedo en la llaga y abrir el debate, llevar mi experiencia como nueva mamá a mis reflexiones académicas y compartir lo que está pasando. Tengo un bebé de 13 meses, soy feminista, soy profesora, soy millenial y uso redes sociales. Todos los días comparto con las amigas y los amigos información de las redes sociales sobre la crianza, una receta para el bebé, un reel gracioso sobre una mamá despelucada que se queja, un post para hacer corajes. Nuestra generación es la primera en construir afectividades desde lo virtual y el cuidado no es una excepción. 

Vivimos en un contexto de precariedad de los cuidados y la pandemia del COVID19 profundizó esas crisis. En el caso de América Latina, la CEPAL exhortaba en 2020 a los gobiernos de la región a poner los cuidados en el centro de las respuestas a la pandemia, los diarios hablaban de la “otra crisis” para referirse a las necesidades de cuidado que no podían enfrentar los hogares y que resultó, según la OIT (2020), en la retirada de cientos de miles de mujeres del trabajo remunerado para atender las labores del cuidado, esto frente a la ausencia de escuelas y otros espacios de cuidado abiertos.

Sin embargo, al menos en América Latina, esa crisis del cuidado no la creó la pandemia y tiene que ver con diversos factores que van desde aquellos institucionales, como la retirada del estado de sus funciones sociales, producto de las políticas neoliberales, hasta los cambios sociológicos, como la transición demográfica y en instituciones tan diversas como la familia, donde el modelo de familia extendida se quebró para dar paso al modelo de familia nuclear.

Esa crisis también está relacionada con la entrada masiva de las mujeres en el mercado laboral que no derivó en una redistribución de las labores del cuidado al interior del hogar sino en dobles y triples jornadas insostenibles. 

En ese contexto muchas y muchos hemos perdido esa tribu, conformada en su mayoría por las mujeres de la familia extensa, los hermanos, los abuelos, las vecinas del barrio, que otrora fue nuestro soporte en la faena de la crianza, y hemos migrado a un modelo de maternidades y paternidades neoliberales y solitarias, que se resuelven en la contratación de servicios de cuidado para quienes tienen el privilegio de pagarlos, o en diversos arreglos desiguales de cuidado al interior de los hogares que se traducen en dinámicas como la retirada masiva de madres del mercado laboral, la imposibilidad de autocuidarse, los problemas de salud mental

En su texto famoso sobre maternidades la filósofa Carolina del Olmo (2013) recurre al viejo proverbio africano que reza “se necesita una tribu para criar un niño”, y lo hace para cuestionarse sobre esa pérdida del sentido de lo colectivo en los cuidados y la crianza, y es que ¿dónde está mi tribu?, ¿en qué momento nos hemos quedado tan solas y solos?

Ahora bien, las redes sociales virtuales han tenido un rol en todo esto. Pongo el dedo en la llaga, porque quiero argumentar que no todo es violencias contra las mujeres, expertos y expertas en crianza y estereotipos de género. Las redes sociales virtuales también son hoy un espacio de soporte emocional y práctico para millones de personas que están criando. Argumentaré por qué.  

Las cosas difíciles de las redes sociales respecto al cuidado

Instagram está hecha de espejismos e imágenes de deseo y una de esas es la imagen de que existe una única forma de maternidad a la que debemos aspirar: la maternidad blanca, rica, heterosexual y cisgénero. En ese sentido la red es un aparato ideológico que permite la reproducción de roles y estereotipos de género que perpetúan las prácticas tradicionales de cuidado.  Una de mis cuentas favoritas está gestionada por una fisioterapeuta estadounidense que da consejos sobre estimulación temprana. Es una cuenta útil; sin embargo, junto a los consejos, está la reproducción de una serie de valores hegemónicos sobre la maternidad y los roles de género. Ella es una mujer blanca, texana, delgada, “bonita”, que se retira de su trabajo para dedicarse a criar; él, es un papá ausente que trabaja en TIC, no está involucrado en la crianza. Hay cosas rosadas para las niñas, hay fiestas de revelación de género, todo esto mientras veo un ejercicio para estimular la caminata de mi bebé.

La otra cosa que abunda en redes como Instagram es frustración sobre el cuidado. Carolina Del Olmo (2013) cuestionaba en su libro la aparición de estas hordas de expertos en crianza que desautorizan el conocimiento práctico de las madres y padres y la intuición en la crianza, esos mismos de los que Pilar Barraquer (2012) habla cuando cuestiona en qué momento el cuidado fue arrebatado de las personas cuidadoras para ser cooptado por expertos que opinan sobre cada pequeño aspecto. 

Lastimosamente, estas dinámicas en redes sociales no son nuevas, ni son aisladas. En 2018 la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las mujeres junto al CIEG-UNAM (2018) realizaron el estudio Representaciones de Género y Violencia contra las Mujeres en los Medios Digitales y de Entretenimiento que documentó que las redes sociales son un lugar privilegiado de reproducción de estereotipos y roles de género y de perpetuación de diversas violencias contra las mujeres como el cyberbulling y el acoso sexual, entre otras. 

Ahora bien, en el lado positivo, las redes sociales son hoy también un espacio de apoyo para millones de personas que estamos criando. Paralelos a esos relatos hegemónicos del cuidado y la crianza, han aparecido en los últimos años diversas cuentas con relatos contrahegemónicos, espacios que cuestionan los valores tradicionales y, sobre todo, han surgido espacios de encuentro y apoyo. Al respecto es muy diciente la investigación doctoral de las investigadoras colombianas Doris Muñoz y Gladis Ariza (2020) quienes a partir de entrevistas, grupos focales y observación en distintos grupos de apoyo a mamás en WhatsApp y Facebook argumentan que las redes sociales son hoy espacios de apoyo para muchas personas que están maternando y que esta dinámica está desafiando la idea hegemónica de la maternidad y del cuidado. Igualmente, durante la pandemia de COVID 19 surgieron otros estudios relacionados como el de Chatwin (2020), que mostraban como el uso de redes sociales permitió a mujeres parteras y enfermeras apoyar el cuidado de mujeres embarazadas durante el confinamiento.  

Entonces esos relatos emergentes contrahegemónicos empiezan a tomarse la red y nos dan sosiego porque tienen el poder de recordarnos que no estamos a solas, que la maternidad es un proceso ambivalente, “es el encuentro con la propia sombra”, como dice Laura Gutman, y que las emociones son sistémicas y compartidas.

¿Alcanzarán nuestras interacciones en las redes para recuperar nuestra tribu perdida? Tal vez no, pero mientras tanto me sostengo de lo que tengo para poder continuar. El debate está abierto.

Bibliografía citada

-Chatwin, John and others (2020). “Midwife-moderated social media groups as a validated information source for women during pregnancy”. Midwifery, Volume 88. 

-Muñoz, Doris; Ariza, Gladys (2021) “Maternidades contemporáneas y redes sociales virtuales: “No era la única que estaba pasando por eso”. Trabajo Social 23 (1): 225-248. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.

-Del Olmo, Carolina (2013). ¿Dónde está mi tribu? Madrid: Editorial Clave Intelectual. 

-OIT (2020). Panorama Laboral 2020. América Latina y el Caribe

Mariana Yurani Camacho Chávez

Politóloga con estudios en periodismo por la Universidad Nacional de Colombia. Maestra en cooperación internacional por el Instituto Mora. Especialista en políticas del cuidado con perspectiva de género por CLACSO. Estudiante de doctorado en ciencias políticas en la UNAM donde desarrollo una investigación sobre mujeres migrantes, cuidados y perspectiva de género. Integrante del Seminario de Cuidados del Instituto Mora. Mamá desobediente.